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La bandera del Soledad Acosta de Samper está a media asta

Un rector se despide de los hermanos Michael y Anabella Julio Yepes, estudiantes privados de su vida por cuenta de su propio padre. Un adiós para estos jóvenes que ahora estudian en otro lugar más alto.

Julio 26, 2016

La bandera del Soledad Acosta de Samper, ese emblemático colegio de Cartagena en donde todos los niños sueñan estudiar, está a media asta. En la madrugada del domingo pasado (17 de julio), cuando todavía en las ciudades, pueblos y veredas colombianas se celebraba el día de la Virgen del Carmen, el alumno Michael Antonio Julio Yepes, del grado 5° de básica primaria, nos dejó para siempre.

Su propio padre, un hombre de extracción humilde, excluido, hijo de la marginalidad y perteneciente a un culto religioso, decidió poner fin a su vida y a la de su hermana Anabella, de sólo 3 años de edad, sin explicación alguna.

Nada justifica una acción de esa naturaleza, ni siquiera el más alto grado de locura o ritual que se quiera esgrimir. Los niños representan la inocencia, la esperanza y la fertilidad del mundo y de la vida.

Nuestra escuela y todas las escuelas del mundo están de luto y sollozando por la muerte temprana e irracional de Michael y Anabella, dos ángeles que se fueron al cielo sin saber por qué.

En sus escuelas y en su salón de clases están sus sillas vacías e inamovibles, parecieran que estuvieran esperando su regreso, observando las miradas tristes de sus compañeritos de grupo y el rostro amargo y desolado de su maestra Fabiola, esa que, al igual que su madre, su partida le golpeó lo más recóndito de su alma, arrebatándole una parte de lo más preciado de su vida: su alumno Michael Antonio, quién encarna y simboliza a todos los niños del mundo, quién con su alegría y su carita de ángel se ganó su cariño como si fuese su propio hijo.

Y es que ser maestro es ser padre o madre al mismo tiempo, condición humana que a juicio del Escritor y Premio Nobel de la Literatura, José Saramago, “es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolores, principalmente de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado”.

Michael y Anabella se fueron de la escuela en su etapa más hermosa, pero sus recuerdos y el alma de su infancia fértil y bella servirán de ejemplo para que la “vida no siga siendo asesinada en primavera” y podamos seguir soñando que los hijos entierren a sus padres y no los padres a sus hijos, como lo decidió el furibundo y despiadado padre que mató la inocencia y dejó las sillas solas, cuya soledad no será por Cien Años, como la de Macondo, sino eternamente, porque sus ocupantes se fueron sin retorno para nunca más volver.

Hoy los colores blancos y celeste de la bandera de nuestra Institución han sido manchados por el infortunio que nos golpeó con la partida de Michael, porque los alumnos son la extensión de los hijos que los maestros tenemos o que soñamos algún día tener, al punto que hay veces, casi siempre, llegamos a quererlos tanto como a nuestros propios hijos y a sacrificarnos por ellos igual o más que sus propios padres, en honor a lo que decía Martí: “La enseñanza es un acto de infinito amor y de un enorme compromiso”.

Una flor y una lagrima por Michael Antonio y Anabella, dos ángeles Iesistas que se fueron al cielo. Nos quedan sus recuerdos y sus bolsos con los lápices y crayolas que no pudieron llevarse para seguir escribiendo y dibujando palabras y trazos que aprendieron en su escuela.

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Escrito por
Rector de la Institución Educativa Soledad Acosta de Samper.
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Jesús Samuel Orozco Tróchez
Gran Maestro Premio Compartir 2005
Senté las bases firmes para construir una nueva escuela rural donde antes solo había tierra árida y conocimientos perdidos.