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Mi ruidoso salón de clases

El ruido tiene un importante valor pedagógico: un aula de clases que está permanentemente en silencio, es un aula muerta, semejante a un jardín de flores artificiales.

Abril 11, 2017

“…Quiero bailar contigo, apretaíto en el picó…” “…En este barrio popular la vida sigue, y en los balcones nunca dejan de asomarse…”. Las anteriores son canciones que suenan en las estaciones de radio locales y que muy pocos escuchan a bajo volumen.

“…Alegría, cocada, caballito” “…plátano verde, a mil la mano…aguacate grasa, bocachico criollo”, cantan sus pregones los vendedores ambulantes. Es domingo, en horas de la tarde y el Pick-up “El rey de Rocha” reúne en la Plaza de Toros a miles de seguidores que se contonean al ritmo de la champeta. Esa es Cartagena de Indias, la ciudad del Caribe colombiano en donde está ubicada mi escuela, la Institución Educativa Nuevo Bosque, lugar en el que descubrí, reflexionando con mi equipo de maestría en educación, “La pedagogía del ruido” en mi clase de castellano y literatura de séptimo grado.

Pensar en un aula de clase ruidosa puede resultar muy perturbador para un docente. También lo era para mí. Prefería, como muchos, un salón con cuatro paredes, con sillas dispuestas cuadriculadamente en filas e hileras, y con una especie de robots que se movían y hablaban solo bajo mi orden y aprovechaban la más mínima oportunidad para generar el caos.

Niños entre nueve y doce años de edad que necesitan explorar y descubrir su entorno, reír y charlar de lo que acontece en su vida, su familia, su ciudad o lo que vieron en la televisión, a los que mantenía aburridos con mi clase transmisionista en la cual, de manera esporádica presentaba un video para hacer alarde de mi manejo pedagógico de las TIC o hacía una dinámica de grupo pensando que estaba utilizando la lúdica; el resultado: estudiantes apáticos que asistían a mi clase por obligación y no porque la lectura, la gramática o la semántica les generaran algún interés.

En el momento indicado, la maestría que curso en la Universidad de Cartagena a través del programa Becas para la excelencia docente, se cruzó con el ingreso de mi hijo, que en ese entonces tenía dos años, a la vida escolar. Empecé a cuestionarme sobre la clase de maestro que deseaba para él, concluyendo que lo más importante para mí, era que la escuela le permitiera ser feliz y un niño es feliz cuando puede cantar, jugar, correr y desarrollarse libremente de acuerdo con su edad, sin que se le reprima porque se atrevió a opinar. Decidí entonces, convertirme para mis estudiantes, en la maestra que quería para mi hijo.

Empiezo el proceso de transformar mi práctica comprendiendo que “el alboroto, y la mezcla confusa de sonidos”, como define Google, la palabra ruido, era una oportunidad para generar cambios significativos en mi clase. El primer paso, importante para mis estudiantes y para mí, fue convertir ese espacio físico en el que compartimos saberes, en un ambiente agradable y acogedor que incluye una llamativa biblioteca de aula. Seguidamente empecé a apropiarme de la estrategia del Aprendizaje Basado en Proyectos que propone Hugo Cerda, entre otros autores, como el camino más conveniente para dar vida a la “Pedagogía del ruido” en tanto que exige el trabajo en equipo, la disposición, el compromiso y la participación activa permanente de estudiantes y maestra quienes aprendemos de la mano, uno al lado del otro.

Un aula de clase en la que se construyen y comparten aprendizajes es, en esencia ruidosa, porque promueve el diálogo, la charla constante para llegar a consensos, implica el movimiento de la mente y del cuerpo para conversar, leer en voz alta en forma individual y compartida, actuar, cantar, bailar, etc.

No ha sido fácil para mis estudiantes ni para mí, desaprender para volver a aprender en una sociedad individualista en la que se nos enseña que hay que competir para ser el mejor. Algunos niños han manifestado que prefieren trabajar solos porque sienten que, si ellos no hacen las cosas, no se harán bien; además es muy difícil aprender a convivir con los otros aceptando las diferencias y siendo capaces de reconocer que no todos tenemos las mismas aptitudes o los mismos talentos. Por momentos me agobia que las cosas no salgan tan bien como lo espero, pero seguimos trabajando para potenciar no solo el aprendizaje colaborativo sino también la capacidad de autoevaluarnos personal y colectivamente, además de desarrollar las habilidades comunicativas.

Un logro importante hasta hoy, es que mi ruidoso salón de clases asemeja un templo en el que entra y sale gente todo el día, algunos buscan un libro para leer, otros quieren preguntar qué película veremos y analizaremos en la jornada extendida, otros, simplemente, quieren sentarse en las mesas y charlar. Nos espera un largo camino por recorrer y seguramente seguiremos encontrando baches, pero tengo la convicción de que, leer, seguir preparándome y trabajar con ellos y por ellos, me da el derecho de soñar con una vida escolar feliz para mi hijo.

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Diego Fernando Barragán Giraldo
Gran Maestro Premio Compartir 2004
Invitó a sus estudiantes a armar pieza por pieza un rompecabezas mental cuya imagen final dejaba ver la realidad del país.