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Educación y democracia hacia futuro

La institución educativa tiene el reto de llevar a las nuevas generaciones a superar las precariedades de esta democracia, gobernada por minorías, y a transformarla en una inteligente, gobernada por mayorías.

Octubre 10, 2016

La democracia política es eminentemente un modelo de participación ciudadana y, como tal, el ejercicio de la misma deberá encarnar y representar los anhelos o intereses individuales y colectivos de quienes la ejercen en el marco de un estado o nación, al margen de las diferencias étnicas, culturales, sociales, etc., que se tengan.

Como ciudadano, este sistema de organización política me permite elegir y ser elegido; delegar en otro(a) mi poder ciudadano para que me represente en el gobierno o que otro(a) delegue en mí su poder para yo representarlo(a). Igualmente me da la posibilidad de ser parte de las decisiones trascendentales para el devenir de la nación.

Por ello, la participación en la elección de legisladores y gobernantes o en decisiones colectivas, como el referendo o el plebiscito, hace posible que las personas, mayores de edad y en uso de las libertades políticas, asuman sus responsabilidades políticas o ciudadanas. Si decidimos bien, nuestro destino como personas y país, irá por buen camino; si no lo hacemos, como parte de la mayoría de ciudadanos, terminaremos “pagando las consecuencias”. Esto explica que la responsabilidad sobre lo que hacemos con el poder que nos otorga la democracia no solo esté en hombros de quienes lo ejercen desde el gobierno sino también de quienes, por hecho u omisión, lo otorgan –los electores y abstencionistas-

Es por esto que la democracia exige de ciudadanos con una ilustración general importante y una buena formación política, de modo que podamos ejercer con responsabilidad el poder del que estamos investidos. También le exige a los gobiernos que la democracia sea cada día más abierta a la participación, de modo que los caminos para asumir el poder sobre los ciudadanos no estén afectados por variables ajenas a la misma democracia, como la manipulación o compra del voto aprovechando las condiciones de pobreza, desempleo o poca preparación académica del ciudadano para el ejercicio de sus derechos, manipulación de la información, propagandas engañosas, etc.

Las estadísticas sobre participación histórica en los procesos electorales y los resultados del plebiscito que acabamos de tener -con un 63% de abstención- muestran que en nuestro país la mayoría de las personas no participa en la toma de decisiones políticas, no ejercen ni el derecho ni el deber ciudadano sobre la materia. Por ende, las decisiones sobre el destino de todos las termina tomando una minoría –en el caso del plebiscito un 18.5% del total del electorado-; y en muchos casos integrantes de esa minoría solo votan por obediencia a una militancia partidista o ideológica, o por un interés meramente personal al margen del interés colectivo.

En este escenario la institución educativa tiene el reto de llevar a las nuevas generaciones a superar las precariedades de esta democracia, gobernada por minorías, y a transformarla en una democracia vigorosa, inteligente, gobernada por mayorías. Justamente los constituyentes del 91 fueron conscientes de esta necesidad, por lo que elevaron a nivel constitucional la formación de los futuros ciudadanos en la institución educativa, no solo como electores sino como actores conscientes de la democracia en todas sus expresiones. 

Pero esta tarea no se ha cumplido ni podrá cumplirse a cabalidad con el enfoque y sistema curricular que tenemos, ya que el ejercicio de la democracia implica, según sus grandes teóricos, comprender asuntos como: su razón de ser, su configuración histórica, sus fundamentos y postulados, sus contextos de desarrollo, sus perspectivas, sus contradicciones, el sistema operativo con que se ejerce, el papel de cada persona en el sistema, los intereses personales versus los interés públicos, la gobernabilidad, el espíritu democrático de los pueblos, la moral en el ejercicio de la política, la justicia, la equidad, los derechos humanos, las diferencias étnicas, culturales, etarias y de género, la economía y el bien público, los costos de la democracia, los intereses locales, regionales y nacionales, etc.; además del desarrollo de prácticas pedagógicas que familiaricen al educando con los procederes de este sistema político, las cuales van mucho más allá de realizar elecciones de personero o gobierno estudiantil.

Estas preguntas de Edgar Morin nos pueden ayudar a profundizar más los desafíos que tenemos en la educación para lograr la formación del sujeto político, el sujeto de la democracia:

“¿Cómo educar las buenas voluntades? ¿Cómo fraternizar a los humanos? ¿Qué puede la ética? ¿Qué puede la política? ¿Qué podrían una política ética y una ética política?”

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Maestro normalista, licenciado en Ciencias Sociales, magister en Dirección Universitaria, especializaciones en Filosofía de la Ciencia y Filosofía Política Contemporánea, Ph.D. en Ciencias Humanas.
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Carlos Enrique Sánchez Santamaria
Gran Maestro Premio Compartir 2011
Con el apoyo de las tecnologías logré que los estudiantes convirtieran el pasado de exclusión que vivió éste municipio lazareto en un pretexto para investigar, conocer la historia y conectarnos con el mundo.