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El aprendizaje ciudadano en tiempos de cólera

El aprendizaje ciudadano debe contribuir a realizar transformaciones en las prácticas culturales que son las que, por principio, posibilitan transformaciones políticas.

Diciembre 7, 2015

El ejercicio de la ciudadanía ha sido históricamente excluyente, sólo aquellos que han cumplido los requisitos que las instituciones políticas y sociales imponen y autorizan en cada época pueden asumirse como verdaderos ciudadanos.

Entre las principales barreras políticas y sociales que se presentan está la aparición de ciudadanos de segunda y tercera clase que, ya sea por su condición racial, étnica, sexual, económica, neurológica y hasta etaria, pueden ser excluidos del estado de derecho y el reconocimiento de sus instituciones. En tal sentido, resalta por su impacto en la subjetividad política las barreras económicas que subordinan los derechos del ciudadano a los derechos del consumidor, en tanto sólo los considera como clientes cuyos derechos quedan subordinados a los vaivenes de la sociedad de mercado.

A estas barreras políticas y económicas se unen los desafíos de convivencia que algunas teorías sociales contemporáneas han denunciado tales como el feminismo, el poscolonialismo, la teoría crítica de la raza y los movimientos sociales. Por ahora basta señalar que dichos planteamientos se ubican en la marginalidad y los intersticios que dejan las estructuras hegemónicas y opresoras de la sociedad, y luchan por un posicionamiento social que les posibilite ser y actuar como ciudadanos iguales, participativos y deliberantes en una democracia radical y plural.

Entre las principales barreras políticas y sociales que se presentan está la aparición de ciudadanos de segunda y tercera clase que, ya sea por su condición racial, étnica, sexual, económica, neurológica y hasta etaria, pueden ser excluidos del estado de derecho y el reconocimiento de sus instituciones.

Es en este marco histórico, político y social que se construye la ciudadanía. Sin estas determinaciones y barreras no es posible entender el papel que la ciudadanía tiene en el debate contemporáneo de la democratización en sociedades complejas modernas. Por tales razones, el aprendizaje ciudadano no puede subordinarse a concepciones puramente psicológicas o cognitivas o a la adquisición de competencias aquiescentes con lo instituido, sino que debe entenderse desde una perspectiva social y política que lo asuma como ejercicio de participación activa para la transformación de las prácticas culturales que son las que, por principio, promueven los cambios sociales de una nación.

Como bien lo ha demostrado la antropología, es a partir de las prácticas culturales que se producen los diversos universos simbólicos de significados y sus respectivas transacciones y, en consecuencia, la construcción de identidades y subjetividades en contextos específicos. Ahora bien, si asumimos el aprendizaje como práctica social y cultural es justamente para entenderlo como un proceso de producción y reproducción de significados construidos a partir de las interacciones sociales en contextos particulares determinados por las prácticas interpretativas de la comunidad. Son entonces las prácticas interpretativas de la comunidad las que van a legitimar o invalidar si el aprendizaje es significativo y operativo y, por tanto, las que determinan formas inequitativas o equitativas de participación. Es por esto que el sujeto de aprendizaje ciudadano puede vincularse o no a su comunidad de referencia, desde las formas de participación convencionales, pasando por las micropolíticas (organizaciones y colectivos juveniles, étnicos, de género, etc), hasta las más marginales y violentas.

La construcción de ciudadanía es, pues, un proceso agonista, entendido en su doble sentido: de combate y de conflicto, según los griegos, y de protesta y de denuncia según los humanistas clásicos. Esto posibilita procesos duales o múltiples de identificación y de negociabilidad que el sujeto no deja de realizar como mecanismo de aprendizaje continuo y convalidado. La construcción de subjetividades políticas promovida por el aprendizaje ciudadano entendido en estos términos, nos permite entender que éste puede realizarse de manera lateral y horizontal, es decir, que la influencia no viene solamente desde arriba (padres, profesores), etc., sino de los grupos de pares o personas que manejan los mismos códigos de significación y comparten las prácticas interpretativas del sujeto de aprendizaje.

Si los colombianos oscilamos entre dos extremos contradictorios, moderados y mesurados según el historiador recién fallecido Jaime Jaramillo Uribe, y desaforados y desmesurados según García Márquez, lo cual se expresa en la larga tradición de guerra y conflicto social desde nuestro nacimiento como nación, tal vez sea ya tiempo de contraponer a esa tradición, como dice Gonzalo Sánchez, director del Centro  Nacional de Memoria Histórica, los “recursos de civilidad” que por momentos hemos podido desplegar. Pero para alcanzarlo sólo es posible mediante profundos cambios culturales que deben darse desde nuestras relaciones con nosotros mismos, es decir, en nuestra subjetividad, pasando por las transformaciones en la vida cotidiana, hasta llegar a la aceptación sin ambages de la diferencia, la diversidad y la pluralidad, como única garantía de convivencia pacífica y tolerancia civil.

El aprendizaje ciudadano no puede subordinarse a concepciones puramente psicológicas o cognitivas o a la adquisición de competencias aquiescentes con lo instituido, sino que debe entenderse desde una perspectiva social y política que lo asuma como ejercicio de participación activa para la transformación de las prácticas culturales que son las que, por principio, promueven los cambios sociales de una nación.

Si la escuela quiere contribuir a este proceso de transformación, puede comenzar por revisar las prácticas culturales en que se constituyen los sujetos de aprendizaje ciudadano, en las que predominan las legalidades y normatividades abstractas, y confrontarlas con los derechos culturales de las minorías y los excluidos. De igual forma, al asumir el conflicto como un lugar de construcción pública de la ciudadanía, se entenderá la institución educativa como un espacio político en donde se discutan las relaciones entre los dispositivos pedagógicos de control (currículo, gobierno escolar, manual de convivencia, métodos de enseñanza) y las acciones tendientes a ampliar los canales de participación, reconocimiento, respeto y deliberación de las políticas académicas y de gestión administrativa de toda la institución escolar. Finalmente, la diversidad de identidades ciudadanas presentes en la escuela (de género, juveniles, etarias, etc.) deben gozar de garantías básicas de coexistencia, respeto y reconocimiento y la posibilidad de reformular y resignificar permanentemente sus prácticas culturales ya que el proceso de construcción de la ciudadanía sólo es posible comprenderlo como permanente devenir.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Doctor en Educación. Magíster en Sociología de la Educación
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Henry Alberto Berrio Zapata
Gran Maestro Premio Compartir 2007
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