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En mi salón de clase no hay pupitres y los estudiantes son lo primero

Después de 16 años dedicados a la enseñanza, decidí deshacerme de uno de los elementos más básicos de los salones de clase tradicionales: los pupitres.

Junio 3, 2016

Recuerdo el orgullo que sentí la primera vez que organicé mi salón de clase. Había docenas de pupitres brillantes y nuevos y bien distribuidos. Los identificadores estaban adornados con bellas imágenes y nombres escritos con mi mejor caligrafía. Sí, ese era mi salón y a los niños les encantaría.

Al repasar lo que fue mi primer año, me di cuenta de que era dueña del salón de una manera que no había reconocido antes. Era probable que aunque los estudiantes estuvieran cómodos, no les gustara mucho la forma restrictiva en que estaban organizados los pupitres. Lo que es más importante es que no se me ocurrió relacionar el ambiente de aprendizaje del estudiante con su desarrollo y éxito.

He estado enseñando por 16 años y he visto notables cambios en los salones de clase. He visto como la pizarra y la tiza ha sido reemplazada por el tablero blanco y los marcadores, y estos a su vez, por pantallas táctiles interactivas. Los computadores de escritorio han sido reemplazados por portátiles y estos, por Chromebooks.

Pero los recientes cambios en la educación se han limitado en gran medida a los elementos tangibles. Lo que no ha evolucionado tan rápidamente es la visión de los maestros sobre la conformación física del salón de clase. Me atrevería a decir que la mayoría de los maestros usan los pupitres en la misma forma que lo hacían cuando empezaron a enseñar.

Aunque los pupitres son funcionales, están diseñados para limitar el movimiento y controlar las interacciones entre los estudiantes dentro del espacio del aula.

Los estudiantes necesitan un ambiente educativo que no constriña su aprendizaje e interacción. Quienes aprenden en el siglo XXI requieren un espacio de aprendizaje que inspire y promueva el pensamiento colaborativo y las experiencias de aprendizaje reales.

La transformación de mi forma de pensar comenzó hace dos años cuando mi salón de clase fue trasladado del edificio de la escuela a una 'caseta de enseñanza'. La escuela tenía sobrecupo y al ser yo la maestra de más antigüedad, lo más obvio era que me movieran a mí. La caseta era más pequeña que la mayoría de los salones de clase, lo cual me obligó a desechar muchos de los tesoros que había acumulado a lo largo de los años. El segundo año en la caseta me obligó a tomar aún más decisiones a medida que aumentaban el tamaño de mi clase y los recursos.

La gota que derramó el vaso fue cuando me dieron el pupitre número 22. Con la llegada de un nuevo estudiante a mitad de año, mi caseta tenía 22 estudiantes con 22 pupitres, asientos, morrales y loncheras.

Me pregunté para qué estaba usando los pupitres. ¿Para el aprendizaje? No, la mayoría de mis clases las impartía a pequeños grupos ubicados en varios puntos del salón. ¿Podría reemplazar los pupitres en forma fácil y eficiente? Sí, bastaría con unas pequeñas canastas compradas en una tienda de dólar. ¿Podría manejar los problemas de conducta que surgieran de los cambios? Bueno, estaba por verse.

Pero pronto se convirtió en un riesgo que estaba dispuesta a tomar. Tenía la convicción de que había que hacer un cambio - no por mi comodidad, sino por mis estudiantes.

Era el día más frío del invierno, con fuertes vientos y una combinación de lluvia y aguanieve. Definitivamente no era el día de mover pupitres, pero era ahora o nunca. Así que en un día, después de 16 años con pupitres, reinventé mi salón de clase.

Ya no tenía la comodidad de unos pupitres restrictivos, agrupados ordenadamente alrededor del salón, y del manto de seguridad que los acompañaba. Por fin había entregado el salón a quienes más lo necesitaban: mis estudiantes.

Creé una estación de trabajo flexible, dos áreas para computadores, y un pequeño centro para el grupo usando cuatro mesas grandes y unos pocos pedazos grandes de alfombra. Ahora mi salón es un instrumento de trabajo, la imagen del aprendizaje colaborativo y las experiencias interactivas.

Hoy en día, veo a mis estudiantes trabajando en forma colaborativa, hablando en forma productiva, riendo juntos y convergiendo en ideas y conceptos más allá de los confines de los pupitres y los asientos. Veo un verdadero crecimiento del aprendizaje.

Aunque para mí la transformación no ha sido fácil, para mis estudiantes ha sido increíblemente sencillo. A lo largo de este proceso de cambio, he podido observar la relación entre dónde y cómo se sientan, y qué pueden lograr. Son dueños del salón de clase, del aprendizaje y del entorno. Se los entregué y no me imagino alguna vez pidiendo que me los devuelvan.

Una versión de este ensayo apareció en EdNC. Bright es posible gracias a la financiación de la Fundación Bill y Melinda Gates. Bright mantiene su independencia editorial.

Contenido original.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Hoguer Alfredo Cruz Bueno
Gran Maestro Premio Compartir 2009
Logré vincular el aula y la comunidad rural a través de expediciones que marchaban tras la huella de la cultura local en tertulias de lectura que se convirtieron en lugares de encuentro entre los padres, los hijos, los textos y la escuela.