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La guarderización de la escuela, I parte

Reflexión con respecto a los cambios a través del tiempo que ha sufrido la escuela, desde la óptica de un maestro que lleva 30 años en la profesión.
 

Febrero 8, 2016

Confieso que muchos días cuado me levanto en las mañanas dudo de continuar siendo maestro. Le pido a Dios fuerza y posesión de este duro trabajo, y sinceramente es en estos momentos, entiendo cómo es que, para muchos de mis colegas, llega a serles una tortura su labor.  En vez de pensar la escuela como un lugar en el que podemos realizarnos como personas, puesto que podemos aportar y ver surgir una obra común; siento a veces que es un patíbulo en donde seré objeto de una y otra punzada o pedrada como lo fue San Casiano. Me siento como el maestro de la película “La lengua de las mariposas”, expuesto a la lapidación de mis alumnos. Y ahora que tengo la oportunidad, en este escrito intentaré reflexionar en que ha cambiado la escuela que hace 30 años conocí iniciándome como maestro.

Recientemente a la escuela la han responsabilizado de tantas tareas: evitar los embarazos adolescentes, capacitar para el manejo de finanzas, preparar para ejercer el voto, entrenar para la prevención de desastres, capacitar para el cuidado del deteriorado medio ambiente, formar ciudadanos y ahora más recientemente educar la generación de la paz. Y como un caldero de agua hirviendo ya no puede más en su ebullición, se ha desbordado y angustiosamente los responsables intentamos que el agua no se derrame, que su contenido no se pierda. Quisiera llegar al aula y posar de maestro y no de entrenador psicoprofiláctico, ni de agente de bolsa, ni de registrador delegado, ni de bombero, ni de político. Principalmente el estado y la familia, la usan para suplir sus responsabilidades. Transferidas esas responsabilidades al interior de la misma, se ha producido no solo un cambio en la identidad sino en los roles de la institución escolar: atendemos huérfanos en un rol de protectores y aseguradores de derechos. Todo este cambio quiero presentarlo como la conversión de la institución escolar en una guardería que atenta contra la riqueza cultural de los pueblos.

Para comenzar a hablar de las dos nuevas identidades quiero citar lo siguiente: “A mediados del siglo pasado, la mayoría de las mujeres se dedicaban al cuidado del hogar y de sus hijos. Hoy la historia ha dado un giro de 180 grados y no son pocas las madres de familia que al integrarse al mercado laboral, encuentran en los centros de desarrollo infantil un apoyo para su nuevo estilo de vida. Lo que las madres y padres pretenden encontrar en estos lugares, es el cuidado individual proporcionado por especialistas, en un ambiente seguro para el desarrollo de sus hijos, instalaciones y mobiliario congruente con el servicio, higiene, atención pediátrica y alimentación acorde a la edad de cada niño; un trato cálido, actividades recreativas y educativas”[1].

Exactamente en el mismo tiempo en el que surgió una horrorosa expresión que muestra la astucia de un estado que no quiere hacerse responsable a través de la familia de la formación de los ciudadanos: aparecieron las famosas “madres comunitarias”. Desde mi punta de esta esta es una expresión horrible: madre no hay más que una y por tanto nadie puede ser madre de un ser que no ha engendrado, pero como era importante meter a las mujeres en el febril y loco ritmo productivo había que destetar tempranamente a esos hijos arrojándolos a cualquier casa, con una supuesta “madre” para que la cosa no se viera tan mal. De esta índole son las jugadas de un estado que no quiere ponerle el pecho a la necesidad de hacer de la educación, desde la primera hasta el postgrado, la clave de la transformación social y cultural del país.

SER HOGAR: Son innumerables las voces y desde diversos ángulos que señalan el rompimiento de la identidad y unidad de la familia, al igual que los tejidos de un organismo enfermo parten de la descomposición de la célula como la menor expresión de vida, el tejido social, descompuesto debe partir de reconocer a la familia como unidad que también está rota, por lo tanto, es muy poco lo que podemos esperar a futuro a nivel social. La crisis de la familia está haciendo efecto en la segunda esfera social: la escuela, y a su vez la sociedad está afectando a la familia con sus nuevas demandas.  Las tareas que se desarrollaban en aquella –en la familia-no se cumplen y por ser la escuela ese espacio social que tiene convocatoria, que tiene “cautiva” la población objeto de intervención, la sociedad la ha cargado de una tarea que le es imposible cumplir desde su naturaleza: le impone ser hogar, y en el intento de hacerlo la escuela se desgarra.

La tarea esencial de una familia: formar, es posible por su identidad y por la naturaleza “hogareña” que tiene.  Solo en las relaciones de familia es posible obtener el amor en sus tonalidades (conyugal, paternal, maternal, fraternal, filial) y solo desde él es posible formar aspectos de la personalidad o espiritualidad humana, como la capacidad de diálogo o encuentro íntimo el que a su vez es la base para el desarrollo de la autoestima y de la relación con el ser espiritual.  Solo en ella es posible la capacidad de dialogo o encuentro con el otro distante en la piel, la que a su vez es la base para el desarrollo de la tolerancia, del respeto y sobre todo de la entrega por el otro; por último, solo debido a la atmósfera de amor es posible el desarrollo de la capacidad de encuentro o dialogo con la naturaleza, base fundamental para la actitud ecológica. 

Recientemente a la escuela la han responsabilizado de tantas tareas: evitar los embarazos adolescentes, capacitar para el manejo de finanzas, preparar para ejercer el voto, entrenar para la prevención de desastres, capacitar para el cuidado del deteriorado medio ambiente, formar ciudadanos y ahora más recientemente educar la generación de la paz.

Pero hoy no tenemos familia, porque no tenemos hogares. En las clases altas tenemos hoteles en donde cada uno llega a tomar las provisiones para la vida de consumo que la sociedad ha organizado.  En las clases bajas tenemos orfelinatos a cargo de los abuelos o de los tíos que por estar en edad de pensión o desocupados ayudan a las madres solteras a cargar la responsabilidad de alguien que va regando hijos. Y la peor, por la edad en la que se encuentran tenemos “jardines comunitarios”, mientras Cuba prolonga la licencia de maternidad con una ley en el 2003 de hasta por casi año y medio nosotros consideramos gran logro la ley María.

Pero además el descaro de los padres ha llegado al colmo, en muchas instituciones ellos reclaman a la institución cuando no avisan por las ausencias de sus hijos, ahora el colegio debe reportar las inasistencias a la oficina o al celular del padre, cuando en mi tiempo la costumbre era que mi madre sabía donde estaba yo y cuando faltaba al colegio ella avisaba por medio de una elegante carta el motivo de mi ausencia, ¿será que no quieren o no pueden responsabilizarse de sus hijos?

Con cierto temor me atrevo a denunciar que las madres no tienen tiempo para criar. Esas pequeñas cosas como son: tener una sopa caliente, coser un calcetín, enseñar la señal de la cruz, corregir el vocabulario, obligar a comer las verduras, empijamar en la noche, contar un cuento, cortar las uñas, etc. Infinidad de pequeños detalles que tejen la individualidad de la persona no puede realizarse al interior del hogar por dos razones: la primera porque las jornadas extenuantes de trabajo hacen que la mujer tenga que emplear esos tiempos para la economía, la que a su vez le compensa con un miserable subsidio que alcanza para tres bolígrafos y un cuaderno, por ahí mismo no hay clima para acompañar cuando se llega agotado física y mentalmente. La segunda porque hay menos sentido de la oblatividad, menos capacidad de sacrificio y entrega y por tanto a la mujer le resulta más cómodo arrojar sus hijos a un jardín o encartar a los abuelos en la crianza de la generación. Y vista así la condición de la mujer es lo mejor que pueden hacer con sus hijos.

Los gobernantes, el estado no puede seguir haciéndose el ciego ante esta crisis de la familia, hay cosas que se pueden y deben hacer. Por ejemplo, establecer a través de la ley  la prohibición o más bien la posibilidad de que las mujeres trabajen distinto a la forma como lo hacen hoy,  igual que hay una legislación que impide que los menores sean instrumento del voraz sistema productivo, debiera reglamentarse que la mujer no puede trabajar más que cuatro o máximo cinco horas, y en el reconocimiento de su insustituible condición de formadora social y económicamente su labor sea más costosa, esto implica que al jefe de familia se le remunere el tiempo que debe esclavizar a su cónyuge. Igualmente a través de otras instituciones y mecanismos que no sean la escuela se requiere la formación psicológica de la población para que desarrolle la conciencia  de  maternidad y paternidad, allí es donde deben hacerse presentes las cajas de compensación, las iglesias,  las burócratas oficinas de BIENESTAR SOCIAL Y BIENESTAR FAMILIAR, cuyo rimbombante nombre contradice la labor de una oficina que desconoce por completo la realidad de las angustias de la familia y se dedica a atender casos de comisaría de policía, es decir cuando ya no hay nada que hacer, cuando los hechos están consumados habiendo podido hacer un trabajo de prevención.

Es así como el rol del maestro ha cambiado al tener que asumir responsabilidades que estaban en cabeza de los padres de familia, pero sí a eso le sumamos que el estado neoliberal considera que lo social es un gasto y no una inversión, como lo explicaré en la segunda parte de este escrito, vemos a un maestro atiborrado de cosas que debe acudir a “otros” para poder cumplir con su misión.

[1] Fuente de la información: www.gaceta.udg.mx/Hemeroteca/paginas/575/G575_COT%206.pdf

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Profesor de ética y religión colegio Divino Maestro, Distrito de Bogotá. Catedrático de humanidades de la Universidad de la Salle. Nominado y finalista del Premio Compartir en 2004 y 2013.
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Rubén Darío Cárdenas
Gran Rector Premio Compartir 2016
Concibo al maestro como la encarnación del modelo de ser humano de una sociedad mejor. Él encarna todos los valores que quisiera ver reflejados en una mejor sociedad.