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La Señorita Olga: el docente por vocación en la sociedad disruptiva

La sociedad disruptiva está urgida de las competencias de maestros con las competencias básicas del educador.

Octubre 4, 2015

Los docentes que ejercen por vocación y con vocación son insustituibles y siempre existirán, para fortuna de la humanidad. La sociedad disruptiva, esa que nos envuelve con nuevas maneras de ser y hacer sustentadas con tecnología, está urgida de las competencias de esta estirpe de maestros, las competencias básicas del educador.

Me tomaré la licencia de describir lo que hace que estos maestros sean fundamentales para el ecosistema educativo requerido por los tiempos actuales narrando mi experiencia como estudiante de educación primaria. Los nombres los modificaré caprichosamente para honrar a los inocentes.

Como podrán suponer, hace unas décadas fui alumno de primaria y, como la mayoría de mis conciudadanos, estudié en escuela pública. Por diversas razones mis experiencias fueron bastante positivas, tuve maestros con auténtica vocación por su profesión. De aquí que describiré los atributos del docente con vocación concentrándolos en un solo personaje para sintetizar y simplificar este texto.

“Profesor” es la manera de identificar a los hombres maestros, mientras que a las damas se les decía “señorita”. Uno aún estaba al margen de la importancia del lenguaje en los discursos para promover la igualdad de género.

La protagonista de esta descripción es la señorita Olga, una docente con el corazón lleno de vocación.

Ella hacía que uno quisiera ir a la escuela, que uno sufriera el día que, por causa mayor, no podía asistir. Enfermarse acarreaba doble malestar. El asistir a clases era una de las mejores actividades que había en la vida porque era entretenido desde que uno llegaba al colegio hasta la hora de volver a casa.

El asistir a clases era una de las mejores actividades que había en la vida porque era entretenido desde que uno llegaba al colegio hasta la hora de volver a casa.

La señorita Olga tenía un trato personalizado para cada alumno. Conocía las habilidades y destrezas de cada quien y tenía idea de la situación familiar de sus estudiantes. Tenía la capacidad de percibir si los cambios en el rendimiento estaban relacionados con acontecimientos caseros. Nos verificaba la higiene personal. Constataba, por ejemplo, la presencia de piojos o los oídos sucios.

Despertaba el gusto por la gramática, la ortografía y la caligrafía siendo impecable en estos rubros. Su letra era preciosa (una caligrafía Palmer mejorada), su pronunciación cuidada y las lecturas muy bien seleccionadas para no aburrirnos. Todos queríamos escribir como ella. En particular no resulté muy exitoso copiando su letra.

Al país, su geografía, historia, cultura, nos lo hizo querer sin magnificar sus maravillosos parajes ni forzar patriotismos. Nos hizo sentir orgullosos y responsables de la variedad de recursos naturales que alberga nuestro territorio y extendió ese cariño hacia todo lo latinoamericano. Aprovechaba si había algún compañero proveniente del interior para hacerlo protagonista, desde su vivencia, de lo que era una revelación para el resto del colectivo. Para minimizar las limitaciones del lenguaje hablado complementaba sus descripciones con imágenes impresas tomadas de diversos medios. Empleaba libros, revistas, almanaques, afiches y cuanto objeto sirviera para estirar nuestra imaginación. ¿Dónde almacenaría tantos tesoros?

Para la señorita Olga, una apasionada de la historia, esta materia era una emocionante aventura. Los protagonistas eran de carne y hueso, con sus grandezas y debilidades. Nos permitió ubicarnos como producto de un mestizaje y apreciar los aportes de aquellos que alimentaron nuestras raíces. Igual quedaba claro cuáles eran los valores a admirar y cuáles los que optaríamos por combatir, los desenlaces deseados en cada episodio y las lecciones aprendidas en los intentos fallidos. La solidaridad y la empatía signaban esas veladas memorables. Capté que ella advertía que la historia no termina, que las metas a lograr evolucionan y que debemos levantar la vista y ver un poco más allá del horizonte para hacer nuestro camino al andar.

Dibujar, colorear, cantar o bailar fueron recursos utilizados para enseñarnos a disfrutar diversas expresiones culturales nacionales e internacionales. Una combinación entre experimentar e ir construyendo una identidad personal que se proyectaba en las preferencias de cada quien. Las carteleras del salón de la señorita Olga eran excepcionales. Venían de los otros salones a verlas y comentarlas. Se elaboraban con los trabajos de los estudiantes y con la estética de ella. Así el producto resultaba mejorado y más destacable. Me apoyé en los pintores ingenuos y en la obra de Picasso para elevar la autoestima hacia mis dibujos. Lo de bailar se me dio más tarde, por urgencias de adolescente.

En la matemática y en las ciencias, en general, el aprendizaje se me facilitó porque se nos estimuló la curiosidad hacia esos temas, a apreciar la belleza y la fuerza de la naturaleza. A respetarla. Vale mencionar que ella empleó la poesía para llevarnos a nuevos espacios. Así pues, guiados por las rimas fuimos a conocer el mundo que estaba “oculto en el corazón de una pequeña semilla…”[1]. La poesía o la música, de nuevo, eran vehículos para adentrarnos en las partes de la anatomía o en el ciclo del agua.

En síntesis, maestros como la señorita Olga son los que sacan brillo al material que cae en sus predios. Tienen un alto compromiso con su misión docente y lo ejercen gustosamente, generosamente. Para los niños la escolaridad inicial se convierte en una deliciosa travesía.

Capté que ella advertía que la historia no termina, que las metas a lograr evolucionan y que debemos levantar la vista y ver un poco más allá del horizonte para hacer nuestro camino al andar.

El papel, el lápiz, la cartulina, las tijeras punta roma, los marcadores, el pizarrón o la goma de pegar son parte del repertorio de recursos que todavía se emplean para elaborar los entornos de aprendizaje de los estudiantes. La música, la literatura o las artes plásticas complementan ese entorno con su cualidad multimediática y de manera integral.

Hay una avalancha de herramientas basadas en las tecnologías de información y comunicación que están dentro y fuera de la escuela y que, desde diversos ámbitos, median nuestros procesos de aprendizaje.

La señorita Olga trabajó sin estos nuevos instrumentos y tuvo la satisfacción del deber cumplido. Partiendo de la probada sapiencia y vocación que tienen las personas como ella, se puede afirmar que los maestros con estas competencias fundamentales conseguirán aprovechar estos recursos digitales para enriquecer sus opciones de estimular las ganas de aprender de los estudiantes, para ampliar el disfrute de ese paso por la escuela. Sólo hace falta familiarizar a este docente con los recursos digitales para que se los apropien y reinventen su actividad. Toca acercarlos a estas tecnologías con el mismo entusiasmo y dedicación con los que ellos atienden a los educandos en los primeros años de escolaridad. La clave en ese empoderamiento a la señorita Olga está en que hoy le resulte transparente usar una tableta, por ejemplo, así como ayer aprendió a usar un teléfono fijo o un televisor. ¿Qué de prodigios no haría teniendo parte de sus tesoros disponibles en un teléfono inteligente?

Mis maestros me iluminaron el camino. La señorita Olga me dio la luz.

 

[1] Un poema de Manuel F. Juncos que aparece con varios nombres en Internet pero que para nosotros se llamaba “Germinar”. http://www.angelfire.com/alt/fmoren17/Plantas.htm

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Docente-investigador de la Universidad Central de Venezuela
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Jesús Samuel Orozco Tróchez
Gran Maestro Premio Compartir 2005
Senté las bases firmes para construir una nueva escuela rural donde antes solo había tierra árida y conocimientos perdidos.