Usted está aquí

La tercera experiencia

La presentación de la vida de cada maestro colombiano está sumergida entre las historias que le dan la  memoria a un pueblo.

Mayo 27, 2015

Tres experiencias me han hecho sentir una sensación de inmensidad, de totalidad, de estar inmerso en un universo casi infinito del cual uno es parte, pequeña, infinitesimal, pero parte. La primera fue asistir con mi amigo Juan Carlos Tedesco a la final del campeonato mundial de fútbol en Buenos Aires. La segunda fue escuchar en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá, atestado, con gente sentada en los corredores, la Sinfonía número 8 de Mahler, también llamada La Mil porque para interpretarla a plenitud son necesarios casi mil músicos.

Experiencias extáticas, descentradoras, delirantes, que implican sumergirse en el todo y casi desaparecer. Quise escribir con las palabras de la literatura o de la sociología algo parecido. Pero ni siquiera me había podido acercar. Y un día, ya terminada la investigación y transcritas las autobiografías de los maestros, me fui solo para la pequeña finca de unos amigos situada en un bosque de niebla en las montañas que circundan Zipacón con la tarea de revisarlas y dejaras listas para edición.

Así que puse la caja sobre una mesa, encendí la chimenea para olvidar la niebla que me observaba por las ventanas y me senté a leer los manuscritos de los cuatro tomos que ustedes ven hoy hermosamente impresos. Habíamos pensado cubrir la geografía del país con autobiografías de maestros que representaran sus grandes vertientes culturales, étnicas y sociales. Una empresa, guardadas las inmensas desproporciones, heredada de Julio Verne que intentó cubrir el globo terráqueo con sus Viajes Extraordinarios. Pero solo alcanzamos a cubrir cuatro expresiones culturales e históricas fundamentales:

Primera: Bogotá con maestros que trabajan en escuelas de barrios populares, de clase media y grupos de altos ingresos.

Segunda: Cartagena y alrededores como expresión de los maestros de la cultura Caribe.

Tercera: Maestros afrodescendientes del pacífico.

Cuarta: maestros indígenas que trabajan en resguardos de cinco etnias. Quedaron por escribir las autobiografías de los maestros del Oriente colombiano, pero lo que se logró hacer es ya una tarea inmensa. De manera que yo estaba allí, sentado en la casita del bosque de niebla leyendo, embelesado, autobiografías escritas por maestros colombianos. Dos mil páginas de autobiografías.

El primer día leí a un paso regulado, haciendo anotaciones aquí y allá con lápiz rojo. Pero avancé poco. De manera que los días siguientes me olvide de mi tarea de corrector de estilo y leí sin parar durante horas asombrado ya por la variedad de historias, lenguajes, puntos de vista pedagógicos, creativas formas de regañar a los estudiantes, por la tupida red de normas entre las que se desarrolla la vida escolar, la gran variedad de conflictos sin resolver, los muchos sentidos que tiene la palabra autoridad entre maestros y estudiantes, las historias familiares, las maneras en que los estudiantes deciden ser maestros y en que los maestros han decidido serlo.

Durante los últimos dos días de lectura entré en una obsesión desequilibrante: no solamente pensaba todo el día sobre lo que había leído sino que comencé a soñar con las autobiografías. En el sueño vivía situaciones salidas de madre, como corresponde. ¿Qué tal si vinieran a la Tierra unos sociólogos marcianos y se encontraran en la antigua estos cuatro libros hermosamente editados ¿los leerían? ¿Qué dirían? Sin duda algo de esta laya: Qué raros los terrícolas, meten en un cuarto cerrado a cuarenta niños y un adulto barbudo. Los niños callan y permanecen sentados; escuchan y copian en sus cuadernos.

El adulto habla todo el tiempo sin parar, casi no respira. Son extraños los terrícolas. Porque en Marte las cosas son al revés: los estudiantes hablan todo el tiempo y los maestros escuchan y anotan en sus cuadernos. Tal vez para comprender estos nos sirvan las autobiografías de maestros terrícolas, para intentar que los maestros hablen menos y los niños hablen más en la Tierra y que los maestros hablen más y los niños menos en Marte.

Los niños siempre con la luminosidad de mis preguntas, los maestros con la lúcida opacidad de su experiencia. Pero mis amigos, que habían venido a llevarme de regreso a la ciudad, aprovechando una de las rectas del camino me preguntaron: ¿Y cómo te fue con la lectura? ¿No te chiflaste leyendo dos mil páginas? Cuéntanos qué comprendiste. Respondí de inmediato: mejor les cuento la historia que más me conmovió, créanme, les conviene. Y les narré esta historia: Una familia afrodescendiente vive a la orilla de un vertiginoso río de la selva de Chocó. Tienen una niña que está por terminar la escuela primaria. El padre ha pescado dos hermosos bagres. Cuando están sentados a la mesa la niña dice algo que los sorprende: Quiero ser maestra. La madre afirma definitiva: Aquí solo hay escuela primaria. Después de un largo silencio el padre pregunta ¿No tenías una amiga que conocía a alguien en la escuela Normal de Santander de Quilichao? Pues escríbele y con una carta de ella vamos a hablar con su amiga de la Normal. La amiga de la Normal era profesora y les respondió una carta que decía: Claro que la puedo tener en mi casa, tengo ocho hijos, donde comen ocho comen nueve. Será como mi hija. Y la profesora y su esposo fueron como padres para ella. Sus segundos padres. Cuando la niña terminó la escuela Normal les dijo a sus segundos padres: Quiero ir a la Universidad, quiero estudiar Ciencias de la educación. ¿No tenías una amiga que trabaja en esa universidad? Llámala. La amiga que vive en Aguablanca responde: Claro que sí, tráiganla. Tengo seis hijos. Donde comen seis comen siete. Será como nuestra hija.

La profesora de la universidad y su esposo fueron terceros padres. La quisieron como una hija. Cuando La niña que vivía a la orilla de un río en la selva se graduó, sus terceros padres hicieron una comida de celebración y asistieron los padres de la selva, los padres de Santander de Quilichao y, claro está, los padres de Aguablanca en Cali. La maestra graduada trabaja ahora en una escuela a donde llegan principalmente niños afros desplazados por la violencia.  Y colorín colorado, éste cuento se ha acabado; dijeron mis amigos para darme a entender que habían captado que era una historia infantil.

Esa historia de generosidad es la parábola de la multiplicación de los padres en un país donde muchísimos niños tienen solo uno o ninguno, añadieron, ya en tono solemne. Pero estás como ensimismado. Para sacarte de ese estado de ánimo vamos a poner algo de música. Yo, que seguía ensimismado pensé: Para eso sirve también leer este mar de autobiografías, para meterse en el zumbido de esta multitud de voces, para tener historia, para no olvidar, para saber de dónde venimos. Pero sobre todo para amar. Amar estas vidas de maestros, hermosas, dignas, generosas, llenas de sentido, a pesar de sus falencias y su fragilidad o tal vez por ellas. Y sonaron en los parlantes del carro de mis amigos los primeros acordes de la Sinfonía número 8 de Mahler, La Mil. Entramos en la amplitud de la calzada central.

Se alcanza a ver el resplandor nocturno de la ciudad. La memoria, pienso, la memoria de un pueblo está también en sus escuelas. Sobre todo en sus escuelas. En la naturaleza intergeneracional de sus escuelas.

Rodrigo Parra Sandoval
Coautor con Elsa Castañeda del libro La vida de los maestros colombianos. Palabras pronunciadas en su lanzamiento, U de Ibagué, 22 de mayo de 2015.

Boletín de noticias
Registre su correo electrónico para recibir nuestras noticias.
Escrito por
Autor de libros y artículos relacionados con la educación en Colombia
Promedio: 3 (2 votos)
Estadísticas: .
Laura María Pineda
Gran Maestra Premio Compartir 1999
Dar alas a las palabras para que se desplieguen por la oración y vuelen a través de los textos para que los estudiantes comprendan la libertad del lenguaje.