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Lo que se hace indiscutiblemente bien

El maestro se define por su práctica, por esa que se hace indiscutiblemente bien; en consecuencia, debe preocuparse insistentemente por ella.

Febrero 13, 2016

Lo que hacemos revela lo que somos. No basta con pensar hacer algo, o manifestarlo públicamente; si eso pensado o proclamado no se lleva a la acción, entonces poco valor tiene. Ahora bien, ¿qué es lo que hace y define a un maestro? Intentemos algunas respuestas. Si lo que define a un maestro es el conocimiento, entonces cualquier persona que conozca algo puede serlo. Pero si son sus metodologías, entonces quien las aplique puede llegar ejercer la docencia.

Así, si al buen arquitecto se le juzga por sus edificaciones bellas y funcionales, al ingeniero por su resistente puente, al pintor por sus excelentes cuadros y al escultor por su magnífica escultura, entonces, ¿qué es eso que debemos hacer los maestros indiscutiblemente bien? Eso que debemos hacer de manera excelente es nuestra práctica pedagógica. Desde allí se nos juzga como buenos o malos profesores.

Lo más íntimo de un maestro es su práctica pedagógica; la cual no debe entenderse solamente como simples técnicas para enseñar, sino como las intencionalidades del ejercicio docente que van de lo posible a las acciones concretas. Por supuesto que el profesor debe saber académicamente su disciplina, también sobre técnicas, métodos, estrategias de enseñanza y tener claro su papel social – entre otras tantas cosas –, pero eso no lo hace maestro.

El maestro auténtico se ha de preocupar rigurosamente por todo lo anterior – eso no está en discusión – pero fundamentalmente debe reflexionar y actuar sobre aquello que sabe hacer mejor: su práctica pedagógica. Así como el escultor trabaja insistentemente sobre la obra, y como el arquitecto diseña y ejecuta sus proyectos, así también el maestro debe trabajar rigurosamente sobre lo que le pertenece: su práctica pedagógica. Esa es su obra. Su obra y producto no son los estudiantes, ni los conocimientos, ni mucho menos las metodologías, ni los resultados de las pruebas; eso le pertenece al estudiante o a las disciplinas.

Recordamos a los buenos maestros que indiscutiblemente hacían las cosas bien. Los griegos tenían una palabra para mostrar eso que hacemos indiscutiblemente bien: la prudencia (Phrónesis, φρóνησις), que no es otra cosa que tender a unos fines individuales y sociales haciéndolo reflexivamente. Pero implica a la vez, saber cómo hacer las cosas: técnica (tejne, τέχνη) y sobre todo hacer eso de manera reflexiva: práctica (praxis, πρaξις).

En su conjunto, la prudencia apunta a que toda acción humana debe estar encaminada a la búsqueda del bien; ser prudente no se refiere a dejar de hacer cosas, sino por el contrario a hacerlas con un horizonte reflexivo, es decir hacerlas bien.

Sin desconocer el papel de la teoría, lo que propongo es que pensemos más en lo que hacemos de manera práctica, diferenciándolo del reproducir irreflexivamente técnicas. Y también que comprendamos que el problema educativo es fundamentalmente del orden de la praxis en el que la prudencia (Phrónesis) es vital, porque implica pensar en la ética, la moral y la política.

A esto se le puede llamar pedagogía hermenéutica, que es el intento de aproximarse a los asuntos educativos en clave de la comprensión del mundo a partir del reconocimiento práctico de las subjetividades, la cultura y la sociedad, con base en la historicidad y los horizontes lingüísticos del ser humano, con miras a la aplicación.

Lo más íntimo de un maestro es su práctica pedagógica […] Su obra y producto no son los estudiantes, ni los conocimientos, ni mucho menos las metodologías, ni los resultados de las pruebas; eso le pertenece al estudiante o a las disciplinas.

De ahí que sea vital pensar la práctica pedagógica con una mirada más allá de las técnicas y los conocimientos, se trata de verla con los ojos de la prudencia (Phrónesis), para poder hacer las cosas reflexivamente con miras a la transformación.

En síntesis, indiscutiblemente Dalí es pintor, Gaudí es arquitecto, Anna Harendt es filósofa, Alejandra Pizarnik es poetisa; hacían indiscutiblemente las cosas bien de forma tal que quebraban los esquemas de la tradición proponiendo otras rutas de construcción de saber y hacer.

En el caso nuestro, es un reto pensar sobre aquello que nos define y que debemos hacer indiscutiblemente bien: nuestra práctica pedagógica, porque ella nos identifican como maestros.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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