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Pedagogía de la metamorfosis

Esta propuesta pedagógica se centra en los cambios del pensamiento y de la ciencia, en nuestra relación con la Tierra y el sentido de lo humano.

Abril 4, 2016

La propuesta de una pedagogía de la metamorfosis (que expuse en revistas.javeriana.edu.co/index.php/MAGIS/article/view/3585/2699) se puede sintetizar en tres grandes cambios que debemos realizar para que sobreviva la especie, la civilización y la Tierra: a) cambiar nuestra forma de pensar; b) nuestra relación con la Tierra; y c) el sentido de lo humano.

Cambiar nuestra forma de pensar, como docentes, significa, por principio, por un lado; entender las diversas formas que existen de pensamiento; y por otro, cambiar los modelos que tenemos de ciencia. En efecto, en su búsqueda de aprehender y describir la inestabilidad y los flujos cambiantes de la mente humana, la psicología cognitiva y las neurociencias se han acercado a modelos matemáticos y físicos como los de los sistemas dinámicos, los cuales parten del presupuesto de la plasticidad y heterogeneidad de las estructuras del cerebro, así como de la interacción de las redes de nodos para resolver problemas simples y complejos simultáneamente; por tanto, el problema central no es la estabilidad de las representaciones sino el cambio y la distribución de los procesos cognitivos.

La cognición distribuida, que surge de la especialización perceptivo-motora como resultado de la variabilidad de la experiencia corporal, posibilita que el cuerpo intractùe, distribuya y deposite conocimiento en los objetos, que, aunque no lo hace de forma intencional, ayuda a orientar y configurar la experiencia consciente. Es lo que se ha llamado cognición enactiva, esto es, el conocimiento que se da en la acción que, por supuesto, está mediada por el cuerpo.

Por otra parte, científicos como Ilya Prigogine, ganador del Nobel de química, considera que las incertidumbres e inestabilidades, el caos y el desequilibrio de la naturaleza son los fenómenos que han llevado a plantear una metamorfosis de la ciencia. (De ahí el título de esta propuesta)

Al contrario de la física mecánica newtoniana, y que generalmente es la que se imparte en la mayoría de nuestros colegios, el paradigma del caos por el que propugna Prigogine, nos abre hacia otras posibles naturalezas, ya no fijas y estáticas, sino a la naturaleza creadora, aleatoria, irreversible e indeterminada. Una ciencia entendida en esos términos no puede ser otra que una ciencia del devenir que supone la recuperación de la incertidumbre y entiende el universo en permanente transformación.

¿Qué implicaciones tiene la metamorfosis de la ciencia para cambiar nuestras relaciones con el planeta Tierra?

Nuestra relación con la Tierra no solo es un problema ecológico y ambiental, también es, y principalmente desde el punto de vista educativo, un problema ético. La pregunta por el futuro del planeta se relaciona con algo que nos atañe a todos, a nuestra familia, a nuestra especie: en qué planeta van a vivir nuestros bisnietos. Algunos filósofos y educadores, siguiendo la ética weberiana de la responsabilidad de mis actos, la han ampliado a mi responsabilidad con la Tierra, a mi compromiso con la conservación de la naturaleza, y la consecuente preservación de la humanidad.

Entre esos educadores se destacan Frtjof Capra y Moacir Gadotti. El primero se propone formar personas “ecológicamente cultas” sin que dicho objetivo se reduzca al plano puramente material y científico, sino que debe incorporar la dimensión espiritual, la cual no tiene nada qué ver con una determinada doctrina religiosa –y sí mucho con la espiritualidad de muchas comunidades indígenas-, como medio para experimentar el sentimiento de vínculo con el cosmos.

Por su parte, apoyado en la pedagogía crítica de Paulo Freire y atendiendo los lineamientos propuestos por la Carta de la Tierra (http://earthcharter.org/invent/images/uploads/echarter_spanish.pdf) y algunos planteamientos sobre desarrollo sostenible, Gadotti, plantea una Pedagogía de la Tierra o Ecopedagogìa, que entiende como una pedagogía ética cuyo principal propósito es desarrollar “el arte de convivir”, de reconstruir la casa humana -la Tierra- de manera sostenible y prolongada. A esto lo llama ecoformaciòn, un neologismo relacionado con las historias de vida que se centran en aquellos acontecimientos cotidianos con los que se renuevan los asombros, en los que lo común se vuelve sorprendente. Al retomar estas narrativas cotidianas, al incorporarlas a nuestra historia de vida y a nuestras trayectorias vitales, la Tierra y la naturaleza adquieren un nuevo significado, una nueva dignidad.

Ahora bien, si no cambiamos nuestro sentido de lo humano y las formas de asumirnos como humanos, es muy posible que volvamos (¿o lleguemos?) a las sociedades de castas, divididas ya no solo por clases sociales, sino, principalmente, por rasgos y características biológicas y tecnoculturales diferentes.

Dicho cambio solo es posible, por un lado, asumiendo el hecho incontrovertible de que ser humano significa “ser más con los demàs” (Marx), “ser con el otro “(Heidegger); y por otro, retomando la espiritualidad como posibilidad humanizadora.

Apartándome de sus connotaciones dualistas, metafísicas y teológicas, entiendo aquí la espiritualidad como el impulso vital de seguir viviendo y creando; y, por tanto, tener un propósito espiritual -es decir, un objetivo que haga florecer la vida en cualquiera de sus manifestaciones- constituye un requisito para la salud mental y el futuro del planeta. Sin esa fuerza numinosa y creadora, sin ese impulso inmanente que busca fundirse -de nuevo- con la naturaleza y, a la vez, constituye un camino para el encuentro consigo mismo; sin ese instinto vital que lucha por recuperar el cuerpo y el planeta, no es posible entender la espiritualidad que necesitamos para cambiarnos.

En síntesis, la pedagogía de la metamorfosis retoma los cambios paradigmáticos de la ciencia en función de una ética planetaria, unos procesos de pensamiento que incluyen el entorno, el cuerpo y diversos canales de aprendizaje y procesamiento de informaciòn, y una idea del devenir humano que està articulada a la supervivencia de la civilización y de la especie mediante una espiritualidad emanada del propio cuerpo y de la naturaleza. Es una pedagogìa rebelde, insumisa, crítica, que se niega a transar con los modelos científicos dominantes, a considerar que el pensamiento hipotético-deductivo y conceptual es la etapa final del desarrollo intelectual y, sobre todo, que se rehúsa a los que quieren despojar de su humanidad y espiritualidad a esta especie que no puede esperar un futuro si no se replantea las bases mismas de su existencia.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Doctor en Educación. Magíster en Sociología de la Educación
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Hoguer Alfredo Cruz Bueno
Gran Maestro Premio Compartir 2009
Logré vincular el aula y la comunidad rural a través de expediciones que marchaban tras la huella de la cultura local en tertulias de lectura que se convirtieron en lugares de encuentro entre los padres, los hijos, los textos y la escuela.