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¿Y de la autoridad, el rigor y la exigencia qué?

La autoridad se ha convertido en un tema importante al pensar las prácticas de los profesores, como también la exigencia y el rigor. Sin embargo, poco se habla de ello.

Junio 18, 2015

En mi labor como formador de formadores, he encontrado muchos profesores en Colombia y  Latinoamérica –quienes desarrollan su actividad desde el preescolar hasta los doctorados– que muestran diversas formas de ejercer su docencia de manera innovadora y con gran entusiasmo. Sin embargo, en el relato de sus experiencias poco se habla del rigor, la exigencia y de la autoridad como maestros. A continuación reflexionaré, sobre algunos tópicos que me parecen importantes en relación con lo anterior.

  1. El rigor.

Los maestros estamos llamados a ser rigurosos con nuestras acciones pedagógicas. Ser riguroso no tiene que ver con ser inflexible o acartonarse de tal forma que sea imposible reconfigurar los caminos trazados.

Ser riguroso implica por una parte, saber cuáles son los procedimientos más apropiados para desarrollar las situaciones de aprendizaje que se deseen promover y trazarse metas que sean posibles de alcanzar. Por otra parte se relaciona, también, en que eso propuesto se logre, con ajustes, desde luego, pero que se cumplan las metas y no abandonar los proyectos en el intento.

Se trata, entonces, de ser riguroso en el tratamiento de la pedagogía, del campo disciplinar, sin que por ello se deba privilegiar los aspectos teóricos y despreciar las prácticas concretas como maestro. La rigurosidad lleva a ser un profesional y un artesano de la propia vida como docente.

  1. La exigencia.

Otro aspecto importante en este campo del hacerse maestro riguroso, es el de la exigencia. Ser exigente primero consigo mismo, pero también con los estudiantes.

La exigencia con uno mismo, como maestro, lleva a la rigurosidad con que se pueden revisar las propias prácticas y así poder reconfigurar aquello que uno es al querer ser un buen maestro, como lo hemos dicho en columnas anteriores.

Ahora bien, exigir no es sinónimo de ser huraño, malgeniado o temido, va de  la mano con la excelencia de las acciones y del reconocimiento del estudiante como otro al que se le coadyuva en sus procesos formativos.

En estos términos, al estudiante se le debe exigir pero de forma que dicha exigencia no termine anulando la otredad que existe en él como niña, niño o joven.

La autoridad solo es completa cuando existen quienes la reconozcan como tal, es decir, la autoridad proviene del reconocimiento de los estudiantes; no por temor, no por la fuerza, sino porque se confía en el maestro.

  1. La autoridad.

Rigor y exigencia, se atañen a otro aspecto importante; se trata de la autoridad, la cual es un rol que tenemos las personas, una facultad para influenciar en los otros. Se relaciona con el ejercicio del poder y permite que se cristalicen ciertas ideas a través de las actuaciones de los otros. En este caso, la autoridad legítima aquellos aspectos que la educación cree que son correctos.

Es claro que la educación necesita algo de autoridad, en la medida que se reconocen ciertas tradiciones de valores, conocimientos y estéticas que son dignas de ser transmitidas en el sistema educativo. En este contexto, el maestro (entre otros tantos actores) encarna la autoridad de la tradición y se dispone a replicar aquello que considera que es mejor para las personas que tiene a su cargo.

Sin embargo, la autoridad solo es completa cuando existen quienes la reconozcan como tal, es decir, la autoridad proviene del reconocimiento de los estudiantes; no por temor, no por la fuerza, sino porque se confía en el maestro.

Ahora bien, con este contexto, es vital pensar que el maestro debe ser figura de autoridad, una autoridad que se basa en el reconocimiento del otro y, sobre todo, porque aquello que enseña sirve para la vida.

Como nos recuerda Josep María Puig Rovira, al hablar de la autoridad de los profesores, se deben generar al menos tres espacios de reconocimiento para configurar la autoridad: el primero es amar al estudiante, mostrarle que es importante y allí aparece el reconocimiento mutuo. El segundo es saber que educar es aprender mutuamente y eso implica crear una escuela donde los estudiantes nos puedan enseñar. El tercero, es conseguir que los estudiantes trabajen por la comunidad, para así impactar a la sociedad.

No sobra mencionar que en muchos contextos no es fácil que el maestro llegue a ser figura de autoridad (especialmente en un país como Colombia donde las amenazas son frecuentes y la violencia invade la escuela), pero hay maestros que a pesar de ello logran ser reconocidos con una autoridad tal que pueden afectar positivamente a los estudiantes y a toda la comunidad educativa.

Autoridad, exigencia y rigor son horizontes que los maestros hemos de recobrar para transformar las prácticas y, sobre todo, para pensar que otra educación sí es posible, una en la que críticamente se puedan transformar las situaciones de inequidad, intolerancia y violencia, para construir un mundo más humano. Por ello, estoy convencido que estas tres características son fundamentales para configurar mejores maestros.

Para saber más:

El nuevo concepto de autoridad del profesor

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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