Las historias de vida no solo son una técnica de investigación social, también pueden constituirse en una importante estrategia formativa cuando se plantea en términos prospectivos y ficcionales para realizar cambios en el rumbo de nuestras vidas y organizar la experiencia de múltiples formas.
El mal, entendido como el drama de la libertad humana, constituye uno de los mayores retos de la educación ético-política y estética. Se requiere, entonces, maniqueísmos aparte, una conceptualización clara y profunda de sus implicaciones para su manejo pedagógico y formativo.
Se debe ver a la educación para la paz y la formación ciudadana como un proceso transversal que articula, de manera responsable y compartida, a todas las áreas de la institución escolar.
Hay que valorar el arte como una posibilidad para imaginar, entender perspectivas diversas y ampliar el panorama mental, de modo que el trayecto artístico contribuya a fortalecer la identidad de la persona.
Guste o no, la ética debería empezar a ser una protagonista constante de las decisiones que se toman a diario y en un pilar de formación para nuestros estudiantes.
No hay que temerle al dolor. A los que no vivimos la violencia directamente, debemos acercarnos a ella, para no vivir en la urna de cristal, donde nada nos toca y todo lo vemos. Para lograr entender porqué se necesita un proceso donde todos podamos ser parte.