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La maestra del hijo del arriero

Si bien fueron los arrieros quienes dieron las primeras lecciones de matemáticas a Belisario Betancourt, fue la humanidad bondadosa de misiá Rosario Rivera la que permitió que Belisario Betancourt, aún siendo muy pequeño, empezara a descubrir el universo del conocimiento.

Mayo 12, 2015

La escuela era, falda arriba en la vereda El Morro, municipio de Amagá, una casita de techo de paja rizada y tenues paredes de bahareque (cañabrava partida en dos y aplanada para rellenarla de barro), sin puertas, y ventanas sólo con sus huecos libres, lo cual permitía que se colara el aire y que los pájaros adornaran distraídamente los misteriosos tableros negros, como queriendo escribir una canción, sin letras pero con cadencias. La escuela rural alternada, era una égloga de Garcilaso. Misiá Rosario Rivera, su tierna y rolliza humanidad sentada en la esquina de la salita de piso de tierra, dirigiendo la infantil orquesta con gestos y llevándome la mano para llenar la plana con mis primeras letras barrocas, es un recuerdo que he conservado toda la vida. De repente, unas palabras suyas para hacernos repetir en voz alta el padrenuestro y el avemaría, que subían a la oquedad del cielo como incienso gótico o como cantatas de Bach.

Misiá Rosario no me podía matricular, porque sólo tenía cuatro años y la edad requerida por la ley eran siete años. Pero me recibía como ayudante suyo, porque yo sabía leer, escribir, y las cuatro operaciones: todo ello me lo habían enseñado los arrieros, compañeros de mi papá como los primeros empresarios del transporte, que recogían la carga de Medellín dejada por el tren en la estación de Camilocé, hasta donde llegaba; la distribuían por los pueblos del suroeste de Antioquia, de los cuales traían productos agrícolas para Medellín, o sea, carga de compensación.

En las fondas, mientras mi papá preparaba la mulada y enamoraba a las cocineras, los arrieros le enseñaban a leer, escribir y las cuatro operaciones, a su hijo de cuatro años. Después el niño transmitía este conocimiento a los demás niños, ellos sí matriculados, en la escuelita de techo de paja de misiá Rosario Rivera.

La recuerdo, su rolliza y tierna humanidad bondadosa sentada en la salita de piso de tierra, con la inmensa llanura de su sabiduría, puliéndole la letra barroca al hijo del arriero: a la expresión humana de la cultura de la arriería.

 ¡Loor a misiá Rosario y a todas las misiás Rosario Rivera de Colombia y del mundo!

Belisario Betancourt
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Laura María Pineda
Gran Maestra Premio Compartir 1999
Dar alas a las palabras para que se desplieguen por la oración y vuelen a través de los textos para que los estudiantes comprendan la libertad del lenguaje.