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Sin poesía no hay salvación

La poesía como el lenguaje del alma que transforma vidas. Sin duda, esa fue la leccón más importante dejada por el profe Juanjo a Valeriano Lanchas

Mayo 26, 2015

Las tardes de viernes en el colegio eran las más lentas de toda la semana. Tanto, que todavía se me alegra el corazón cuando los viernes miro el reloj y veo marcadas las tres en punto de la tarde. Para cualquier persona a la que le guste hacer de su tiempo libre su tiempo más ocupado, el sonido de una campana siempre será la mejor música.

Era 1992 cuando estudiaba en el Colegio Reyes Católicos en Bogotá. La última clase del viernes, destinada a español, se habría podido llamar poesía gracias a mi profesor Juan José Pacheco, Juanjo, quien vino desde su España natal para regalarnos un gran tesoro que comprendía un montón de gramática y algo de poesía. Un viernes nos hizo sacar el libro de gramática y copiar una frase para desmenuzarla en su parte más técnica y dejarla igual, sin que le faltara un tornillo. A esa hora en la que cada segundo parecía un año, estudiar gramática española era casi lo mismo que estudiar la vietnamita, pero cuando ya estábamos resignados a gastar el último aliento de nuestras neuronas, Juanjo hizo la pregunta que jamás olvidaré: “¿O preferís que a cambio leamos una poesía?”. Todos votamos por esa salida. Juanjo repartió fotocopias a toda la clase y comenzó a leer “La poesía es un arma cargada de futuro”, del gran Gabriel Celaya:

“Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
más se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo,
ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas”.

Quedamos con la boca abierta, porque esa poesía hablaba de nosotros y Juanjo lo sabía. Leímos el poema completo; nos lo aprendimos y lo sentimos. Para nosotros, la poesía fue lo que tiene que ser: algo que te salva, algo que te hace sentir feliz de haber nacido y agradecido de estar en esta tierra.

Después de Celaya vinieron Quessep, la Pizarnik, Lorca y tantos otros, pero jamás olvidaré aquella hermosa tarde en que, por el arte de la poesía, los minutos se volvieron segundos: parecía que ni la clase y la vida entera iban a alcanzar para hacerse con aquella magia. Tampoco alcanzará la vida, querido Juanjo, para agradecerte por enseñarnos el tipo de arma que es la poesía y de lo que está cargada. La poesía se convirtió aquel viernes en la momentánea salvadora de una tarea estéril.

Pero lo que realmente nos enseñó Juanjo es que la poesía puede ser la salvadora del resto de nuestra vida.

“ Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos”.

Valeriano Lanchas

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Luis Fernando Burgos
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