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Recordando al profesor Guillermo Hoyos: ética comunicativa y educación para la democracia

La ética discursiva no renuncia a un tipo de verdad, sino que la persigue a través del desarrollo de argumentos que justifiquen la racionalidad de la ética y la moral.

Noviembre 23, 2018

Recientemente leí un artículo en una revista de educación (virtualeduca, 2018) sobre las iniciativas que adelanta la educación pública en México para fortalecer la participación política de sus ciudadanos, no sólo en el ámbito electora – lo que reduciría la democracia a meros actos de consulta popular-, sino también en la veeduría, la participación en espacios de debates, el fomento del interés de la ciudadanía en los asuntos público-políticos, y en general a la formación ciudadana para el fortalecimiento de la cultura democrática que supere la idea de “simple” democracia representativa.

Dicha iniciativa se denomina ENCCIVICA y cuentan con unos cuantos meses de implementación desde los currículos, los planes de estudio y aulas de clase en México. Invito a los lectores interesados en el campo de la educación y su incidencia en la formación ciudadana, a que revisen estas propuestas, que de una u otra manera, quieren atender el problema de las democracias que cuentan con ciudadanos carentes de formación y preparación para la participación activa de los asuntos públicos y políticos. Sin embargo, al leer dicho artículo, me fue inevitable recordar al profesor Gullermo Hoyos y su interés por la educación para la democracia.

Por ello, quiero exponer, en este artículo, algunos de los puntos y las claves que nos brindó el profesor Guillermo Hoyos en su texto “ética comunicativa y educación para la democracia” del año 1985.

En primer lugar, la ética comunicativa busca, ante todo, replantear la categoría de principio moral descrita por Kant en términos de un obrar con pretensiones de validez universal, por la de argumentar con pretensión de llegar a consensos. El concepto o la categoría de consenso siempre estarán ligado intrínsecamente al del disenso. Al respecto ofrece el profesor Hoyos la siguiente explicación: 

“Quiere decir que el puente es el de la comunicación, y en ella radica toda fundamentación posible de la moral y de la ética. El mismo Habermas propone como fundamento discursivo común tanto de la moral, por un lado, como de la ética, la política y el derecho, por otro, el siguiente principio: «Sólo son válidas aquellas normas de acción con las que pudieran estar de acuerdo como participantes en discursos racionales todos aquellos que de alguna forma pudieran ser afectados por dichas normas» “(Hoyos, 1995 p. 76)

En este mismo sentido, la ética comunicativa, vista desde y por el profesor Hoyos, supone un momento de compresión hermenéutico y dos concepciones (política y ética comunicativa) que permitan, a las sociedades democráticas, llegar a argumentaciones racionales con pretensiones de validez universal así:

 

a)   Momento de Comprensión Hermenéutica: partiendo del hecho que toda comunicación es para ser comprendida, esto exige la igualdad y la libertad en el dialogo, es decir que en una misma balanza se permite el acuerdo como también se permite estar en desacuerdo. Este primer momento exige respetar las diferencias en un pluralismo que va más allá del concepto de tolerancia y que reconoce al otro como otro, digno y respetable.

b)  Concepción política de Justicia en la consolidación de un contrato social: al igual que en la época de la ilustración, se hace vital el uso del término de contrato social que garantice la igualdad en derechos humanos a todos: mayorías y minorías. Sin un concepto claro de equidad, la ética comunicativa carecería de sustento y podría caer en un absolutismo o bien de las mayorías o bien de la minoría. Justicia y equidad son principios que hacen posible la convivencia ciudadana y a su vez son condiciones de posibilidad para una ética comunicativa, según lo percibe el profesor Hoyos.

c)  Concepción de ética comunicativa: para llegar a esta concepción, insiste el profesor Hoyos en fortalecer el momento de comprensión hermenéutico, es decir, el de reconocer las diferencias que se dan entre los interlocutores de un dialogo, así lo anota cuando escribe:

 

“La ventaja de tal propuesta es que permite distinguir entre moral y ética (civil o ciudadana), ésta última como fundamento de la convivencia humana con base en la reciprocidad y la solidaridad de las personas, sin que se obligue a nadie a compartir las mismas creencias religiosas, morales o filosóficas de otros. No se habla sólo de tolerancia sino de pluralismo razonable, en el cual se ve un bien para la comunidad.” (Hoyos, 1995. p.81)

Se comprende a los otros para saber si se está de acuerdo o en desacuerdo con ellos. Comprender a los otros no significa una necesidad de estar de acuerdo, por el contrario, significa respeto dentro de una sociedad civil que garantiza los principios fundamentales de equidad y justicia.

Ahora bien, para que toda argumentación sea posible en la sociedad democrática, se debe garantizar unas condiciones que pueden estar ya presentes en nuestros planes de estudio, en los currículos y en nuestras aulas de clase, a saber:

 

a)  Todo sujeto capaz de hablar y de actuar puede participar en la discusión.

b) Todos pueden cuestionar cualquier afirmación, introducir nuevos puntos de vista y manifestar sus deseos y necesidades.

c)  A ningún participante puede impedírsele el uso de sus derechos reconocidos en a) y en b).  (Hoyos, 1985)

 

Existe, entonces, una especie de dialéctica entre consensos y disensos dentro de las posibilidades de una ética comunicativa y una educación para la democracia.  Absolutizar el consenso es caer en una suerte de ética de las mayorías que no siempre es la más justa, pues la historia muestra que las mayorías también han sido cosificadas e instrumentalizadas, como en el caso de los totalitarismos del siglo XX, por citar un ejemplo. Por su parte absolutizar el disenso es también darle prelación a las minorías, que, en mi opinión, también puede traer otro tipo de dificultades para concepción misma de la democracia, al respecto anota el profesor Hoyos:

“Esta dialéctica entre consensos y disensos nos devuelve al principio, al mundo de la vida y a la sociedad civil, en la cual los consensos tienen su significado para comprender los conflictos y para buscar soluciones compartidas, y los disensos, a la vez, nos indican aquellas situaciones que requieren de nuevo tratamiento, porque señalan posiciones minoritarias, actitudes respetables de quienes estiman que deben decir «no» en circunstancias en las que cierto unanimismo puede ser inclusive perjudicial para la sociedad, en las que los mismos medios de comunicación manipulan la opinión pública porque se han convertido en cortesanos o en aduladores del César” (Hoyos, 1995. p. 86)

En segundo lugar, y ahora sigo la propuesta habermasiana, la política deliberativa y la democracia discursiva, ambas interrelacionadas, pretenden actualizar una forma de reconocimiento intersubjetivo que posibilite que la brecha existente entre la sociedad civil, Derecho y política sea menos amplia. La colonización del mundo de la vida por parte del sistema y el imperio de los órdenes administrativo-económico, exige una fuerte revisión de los ideales de la democracia constitucional. Según Habermas (1997), la democracia ha sido instrumentalizada por una voluntad de la mayoría que puede ser fácilmente manipulable por los partidos políticos de turno que no buscan más que su propio bienestar.

Una democracia vista como herramienta electoral y de consulta popular, cercena la posibilidad de sociedades plurales más equitativas y justas. Por tanto, en la política deliberativa se fomenta la participación en la esfera pública por parte de los ciudadanos que se interesan por los asuntos público-políticos que afectan a la sociedad en su conjunto.

También la política deliberativa supone una democracia discursiva que sea garante de que en la esfera pública se den los debates sobre los temas fundamentales que le concierne a la sociedad en su conjunto, y que de aquellos debates surjan ideas, consensos y argumentos fuertes que deben ser tenidos en cuenta por el estamento parlamentario a la hora de legislar.

Aquí, en este punto, Habermas propone, partiendo del reconocimiento intersubjetivo, una concepción de la política que respete los elementos claves de la comunicación ya dados en la cotidianidad y facilite el encuentro intersubjetivo entre subjetividades que se reconocen “distintas”.

Por su parte la ética discursiva plantea retos a las sociedades actuales. Se trata de una ética de carácter deontológico- procedimental que persigue ideales kantianos, pero que no por ello deja de ser válida en la actualidad. A diferencia de la política deliberativa, la ética discursiva debe atenerse a acuerdos logrados consensualmente por el mayor número de afectados en una discusión, para acogerse a aquellos argumentos, que mejor elaborados, sirvan como punto de encuentro para todos los participantes de este proceso.

Claro está que, estos argumentos mejor elaborados serán suficientes hasta tanto otros mejores no le reemplacen pues ellos mismos –los argumentos- están abiertos a su revisión y a su mejoramiento constante. La ética discursiva no renuncia a un tipo de verdad, sino que la persigue a través del desarrollo de argumentos que justifiquen la racionalidad de la ética y la moral. Sí bien no es la razón la que determina el actuar como en Kant, sí lo son los mejores argumentos con pretensiones de universalidad. Temas como la verdad y el consenso que se acoge al mejor argumento, siempre será problemático para una sociedad que renunció, en pro de la libertad individual, a la verdad.

En todo caso, el profesor Hoyos apunta acertadamente que todo este debate sobre el papel de la democracia, sobre la ética comunicativa y la política deliberativa, debe ser llevado y ejercitado desde la  educación y que ésta a su vez debe ser comprensiva, reflexiva y dialogal, preparada mejor no sólo por sus contenidos (planes de estudios, currículos) sino sobre todo por sus procedimientos comunicativos para una sociedad civil que aspira a ir superando el autoritarismo, la intolerancia y la frivolidad, gracias a un mayor compromiso en la participación política y en la consecución de una democracia, cuya sociedad signifique más justicia, más equidad y mayor solidaridad.

 


Referencias:

  • Habermas, J.   (1998) Facticidad y Validez. Trotta, Madrid.
  • Habermas, J.  (2012) Escritos sobre moralida y eticidad. Paidós, Barcelona.
  • Hoyos, Vásquez Guillermo. (1985) Ética comunicativa y Educación para la Democracia. En Revista Iberoamericana de Educación Número 7 (pp. 65-89). Biblioteca Virtual de la OEI, edición pdf.
  • Hoyos, Vásquez Guillermo y Vargas Guillen Germán. (1995) La teoría de la acción comunicativa como nuevo paradigma de investigación en ciencias sociales: las ciencias de la discusión. Bogotá, COL: Icfes
  • Virtualeduca Magazine. II SEMESTRE 2018. Número 21.
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Docente de la Facultad de Ciencias de la Educación – Universidad la Gran Colombia Licenciado en Educación con énfasis en inglés. Magíster en Filosofía Contemporánea de la Universidad de San Buenaventura.
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Hoguer Alfredo Cruz Bueno
Gran Maestro Premio Compartir 2009
Logré vincular el aula y la comunidad rural a través de expediciones que marchaban tras la huella de la cultura local en tertulias de lectura que se convirtieron en lugares de encuentro entre los padres, los hijos, los textos y la escuela.