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Así se vivió el II Encuentro de Mujeres de América Latina y el Caribe en Quito, Ecuador 2018

Estos escenarios fuera de plantearse un debate netamente académico, pone en la mesa la diversidad de apuestas organizativas para la construcción de una sociedad más justa. 

Diciembre 17, 2018

En Quito los días 28, 29 y 30 de septiembre, la Universidad Central del Ecuador, fue escenario del II Encuentro de Mujeres de América Latina y el Caribe, donde nos reunimos delegaciones diversas por sus características tanto organizativas como sociales, haciendo presencia México, República Dominicana, Puerto Rico, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Venezuela, Colombia, Perú, Chile, Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay y Ecuador. En total participamos mil doscientas delegadas, en un evento con carácter autónomo y autofinanciado.

Tomando como referencia el documento de Declaración Final del Encuentro, nos reunimos: “mujeres de sectores populares, obreras, campesinas, estudiantes, docentes, profesionales, intelectuales, jóvenes, artistas, mujeres sin trabajo, empleadas domésticas, amas de casa, jubiladas, trabajadoras por cuenta propia, mujeres de los pueblos indígenas y negro, mujeres con capacidades diferentes, académicas, artistas, mujeres de diversidad sexo – genérica, [...] con la firme convicción de que nuestras experiencias de lucha, de organización y de presencia creadora en todos los campos y espacios de la sociedad son la base fundamental para implementar acciones y propuestas, [...] las cuales nos identifican con un objetivo muy trascendente para nosotras como mujeres y para la sociedad: la urgente decisión de construir una nueva sociedad en la cual, la igualdad plena de hombres y mujeres y de toda la humanidad sea una realidad y el pilar fundamental para el progreso y desarrollo social”.

Este encuentro es un esfuerzo por visibilizar el trabajo que venimos realizando como mujeres en los diferentes países de la región alrededor de varios temas y uno fundamental es el derecho a decidir desde y para nuestros territorios, la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, en este sentido es importante reflexionar mi participación como docente del área de Ciencias Sociales en este escenario y quizás preguntarnos ¿qué reflexiones deben surgir de estos espacios?

Pues bien, considero que estos escenarios fuera de plantearse un debate netamente académico, pone en la mesa la diversidad de apuestas organizativas para la construcción de una sociedad más justa, que respete el llamado de los sectores populares donde se gestan procesos autogestivos y autónomos que plantean alternativas concretas para la construcción de otros mundos posibles, donde las mujeres tengamos voz y acción dentro de las decisiones que se tomen tanto en los territorios que habitamos, como en nuestro territorio cuerpo. Esto que quiere decir, que las luchas a lo largo y ancho del continente tienen que ver y están relacionadas con el territorio, ya sea por la recuperación de tierras ancestrales, la defensa de los recursos y de la naturaleza, luchas que van encaminadas al derecho de la vida y su desarrollo pleno en ambientes saludables y ecológicos y las luchas propiamente desde la autonomía y el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos.

Esta perspectiva territorial de las luchas y exigencias desde diferentes organizaciones de mujeres de la región tienen una impronta que las caracteriza y es la defensa de la vida desde el cuidado, que sólo desde una perspectiva de género se puede ampliar y desarrollar. Para ello retomo aquí una frase del artículo Abrazar la Vida. Mujer ecología y desarrollo (1995) de una gran mujer académica y activista Vandana Shiva, que explica desde donde se gestan nuestras luchas como mujeres: “En su afán por sobrevivir a los ataques de la ciencia y el desarrollo, las mujeres han comenzado una lucha que desafía las categorías principales del patriarcado occidental: los conceptos de naturaleza y mujer, y los de ciencia y desarrollo. Están desafiando el supuesto universalismo de la ideología patriarcal no con otra tendencia universalista sino con la diversidad; y están desafiando el concepto dominante de poder como violencia con el concepto alternativo de la No violencia como poder”. Esa no violencia como poder tiene una connotación muy amplia y se explica desde nuestras formas muy otras de entender la vida, la naturaleza, el cuerpo y el territorio, esas diferentes escalas de lucha y de apropiación que tanto nos han costado a lo largo de la historia y de la geografía, son las que defendemos en este momento tan crítico de la sociedad actual, a través de exigir nuestro derecho a decidir.

Cuando hablamos del derecho a decidir reflexionamos alrededor de la pregunta que dio nombre a nuestra ponencia en este encuentro: ¿Cómo ejercer la soberanía sobre nuestros cuerpos de mujeres?, y establecemos así una relación del cuerpo como territorio autónomo, concepto que se deriva de uno de los postulados del feminismo donde “lo personal es político” tejiendo desde allí unos aportes a las luchas territoriales que deben partir desde nuestros cuerpos libres y soberanos. No puede existir una lucha por el territorio de vida que habitamos que no provenga de la lucha por la emancipación de los cuerpos de las mujeres.

Las mujeres nos encontramos condicionadas, incluso determinadas, por la cultura patriarcal y la sociedad machista en la que vivimos. El orden social que prevalece, producto de esta cultura y las prácticas asociadas a ella, es insostenible por varias razones, el ritmo de la sociedad moderna industrializada y tecnológica, no se compadece de los ritmos y ciclos del planeta tierra, nuestra casa común, un planeta generoso pero finito. Precisamente, una de las grandes contradicciones del capitalismo es que plantea un crecimiento económico exponencial basado en la falsa idea de “progreso” y en un sistema lineal[1], cuando solo contamos con un planeta y como seres humanos no producimos naturaleza, aunque sí podemos establecer pautas para que esta se regenere en sus tiempos y ciclos naturales.

Los costos de la enajenación de los cuerpos de las mujeres son especialmente altos. Nuestros cuerpos son territorio y espacio de compra y venta permanentemente, cosificados, tratados como mercancía, objeto de placer o botín de guerra. He aquí una paradoja: todo con, para y desde el cuerpo, a costa del propio cuerpo. Es el cuerpo el que asume excesos, negligencias, abusos, maltratos, ignorancias y sin embargo, gran parte de nuestra energía se concentra en satisfacer las necesidades básicas y sociales del cuerpo, sean las que sean. Muchas de esas necesidades no son reales o sentidas sino creadas de manera intencional para hacer crecer la economía, como lo explica Víctor Lepou en el cortometraje: La Historia de las cosas: “Nuestra economía tan productiva [...] requiere que hagamos del consumo nuestra forma de vida, que convirtamos en rituales la compra y el uso de bienes, que busquemos la satisfacción espiritual y de nuestro ego en el consumo, necesitamos que las cosas se consuman, quemen, reemplacen, desechen, a un ritmo cada vez mayor”. Y ¿cómo se cumple esta regla del sistema?: es lo que se conoce como obsolescencia programada (diseñado para ser desechado) y obsolescencia percibida (desechar productos útiles). Y ¿cuál es su fin último?: producir bienes de consumo. Nuestros cuerpos de mujeres han sido sometidos a convertirse en mercancía y así progresivamente patológizados en todos sus ciclos vitales, desde la gestación, la menarquía, el parto y la menopausia, convirtiéndose en objeto de mercado ya sea por la institucionalidad médica o las empresas e industrias que se lucran con la venta de todo tipo de productos que nos enferman y que no necesitamos.

Es así como el territorio cuerpo se convierte en mercancía, la propuesta entonces es recuperar la soberanía sobre nuestros cuerpos a través de defender el derecho a decidir, esto implica un aprendizaje en el que estamos caminando, es urgente aprender a ejercer esta soberanía desde lo femenino, todas las mujeres, las de antes y las de ahora, podemos y deberíamos participar en este proceso. En palabras de Loreto Contreras Herrera, la soberanía es “la capacidad de comprendernos, decidir y actuar desde la auténtica naturaleza. Al abrirnos a vivir la ciclicidad, despertamos a la trascendencia de nuestros cambiantes aspectos, de sus oscilantes colores y emociones, que van creando el rico y complejo tejido que somos”. La clave está en el autodescubrimiento de nosotras mismas, la autogestión de la salud, el reconocimiento del cuerpo y sus signos, las otras formas de alimentación, etc. por ello las invitamos a mirarnos de otra manera, más consciente y liberadora. Ninguna puede hacer el ejercicio por otra mujer, nos acompañamos y apoyamos, tejemos vínculos de sororidad vitales para ser las mujeres que no nos han enseñado a Ser. Cada una debe hacer el proceso por sí misma y recorrer ese camino será inspirador para otras mujeres; sin embargo, la evolución y revolución es colectiva, todas somos UNA espiral que va creciendo a lo largo y ancho tanto del tiempo como del espacio, en lo visible e invisible, en las historias y las geografías.

El cuerpo como escala de análisis y la perspectiva de género deben ser fundamentales en las reflexiones que se realicen desde las ciencias sociales y es un deber como docentes ampliar las categorías de análisis para tener una perspectiva más amplia y clara de las transformaciones de la sociedad actual.

 


Fuentes:

Cortometraje: La Historia de las cosas de Víctor Lepou. (2007).

Plataforma de quito: Declaración del II Encuentro de mujeres de América Latina y el Caribe. 2018.

Ponencia para el II Encuentro de mujeres de América Latina y el Caribe: ¿Cómo ejercer la soberanía sobre nuestros cuerpos de mujeres? Colektiva de trabajo Bxisqua. 2018.

Shiva, V. (1995). Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo. Cuadernos Inacabados, (18).

[1] La historia de las cosas con Annie Leonard. Producido por Free Range Studios. Ver: www.storyofstuff.com

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Docente Investigadora - Licenciatura en Ciencias Sociales.
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