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Solo quien escribe, realmente lee

Leer es como conversar con alguien: ese alguien solo se sentirá escuchado y se sabrá comprendido cuando yo puedo decir algo (nuevo) sobre lo que me ha referido.

Abril 27, 2019

Esa sentencia la leí en uno de mis primeros semestres de Universidad, en un texto que justamente se titulaba “Sobre la lectura” y que había sido escrito por un filósofo colombiano. Para ese entonces yo pensaba que ya sabía leer.

Lo que no sabía es que para mis estudios de filosofía no bastaba con lo que ya sabía, pues la lectura me dejó claro que me faltaba aprender a trabajar los textos. Sí, trabajarlos, por tres motivos particulares: un texto dice más de lo que aparenta, yo ayudo a construir el sentido del texto y solo cuando sea capaz de escribir algo sobre ese texto, realmente habré leído.

El primer motivo, de entrada, nos permite sospechar que hay algo en el texto que necesita ser desentrañado del mismo y, por tanto, exige que la lectura vaya más allá de la verbalización de lo escrito o de convertir grafemas en fonemas, para comprender dos cosas: lo que dice y el propósito de lo que dice; esto es, su significado y su sentido.

Tenemos así, que la lectura es una especie de proceso que implica comprender lo que dice el texto explícitamente, luego interpretar lo que el texto dice implícitamente y, en consecuencia, asumir una postura personal argumentada frente a lo que se lee.

A eso, los lingüistas le llaman, respectivamente, lectura literal, lectura inferencial y lectura crítica. Se espera, además, que quien trabaje así un texto, sea capaz de compararlo con otros textos, hallando congruencias y divergencias, es decir, semejanzas o encuentros y diferencias o distanciamientos.

A esto último, los expertos le denominan lectura intertextual o análoga. Pero más allá de los nombres, aquí me interesa que se comprenda que leer es una aventura emocionante, la cual exige trabajar los textos desde tres preguntas subsecuentes: ¿qué dice el texto?, ¿qué me dice el texto? y ¿qué digo yo del texto?

Ningún texto nos viene ya leído; solo se nos aparece escrito. Ningún autor hará el trabajo del lector, por eso hay que trabajarlo. De este modo comprendemos el segundo motivo que inicialmente se anunció: yo ayudo a construir el sentido del texto. Esto ocurre porque cada cabeza es un mundo y cada quien tiene un contexto muy propio desde el cual interpreta lo que lee. En eso se basan quienes sostienen que un texto nunca está terminado y que además nunca le pertenece a su autor, sino a la cantidad de lectores que lo abordan.

El tercer motivo por el que un texto implica ser trabajado, es una consecuencia de los dos anteriores. Leer es un trabajo que requiere valientes que vayan más allá de lo evidente, haciendo lecturas auténticas, que solo se logran cuando el lector hace interpretaciones originales y ricas en argumentos.

Y la mejor manera de lograrlo es escribiendo sobre el texto que se lee para cuestionarlo, apoyarlo, contradecirlo, despreciarlo o serle indiferente.

En consecuencia, leer es como dialogar con el texto, poniéndonos a su nivel con el uso de la palabra escrita. Leer es como conversar con alguien: ese alguien solo se sentirá escuchado y se sabrá comprendido, cuando yo puedo decir algo (nuevo) sobre lo que me ha referido.

Solo hay una auténtica conversación, cuando yo respondo, cuando expreso algo muy propio de mí, cuando el diálogo supera al monólogo. En este ejercicio, el buen lector pasa por el ejercicio previo de hacerse un escritor que planea su texto, lo escribe y lo va perfeccionando.

 

 


Photo by Noémi Macavei-Katócz on Unsplash

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Escrito por
Directivo Docente. Coordinador en la Institución Educativa Antonio Nariño. Cúcuta, Colombia.
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