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El asesino, la senadora y Cien años de soledad

Algunos líderes de las FARC estuvieron en la Feria del Libro. Eso es otro avance; es preferible que visiten el evento a que continúen siendo el pretexto de la muerte. 

Junio 9, 2017

En estos días se celebran los 50 años de la publicación de Cien años de soledad. La novela fue publicada el 30 de mayo de 1967, y desde entonces, Gabo figura como habitante de la lengua, resignificando de esta forma nociones como patria y nacionalidad. La novela es un dispositivo de combate, una sátira; el testimonio fundacional de la identidad de países latinoamericanos quienes ven cómo su historia es una ficción aterradora, que solo se dignifica cuando se logra mirar en los sospechosos espejos de la literatura.

Sin embargo, y más allá de las necesarias celebraciones literarias, quiero poner sobre la mesa dos imágenes que me han impactado y que tienen que ver con la novela y con su autor. Las dos igualmente aterradoras, inocentes y tristes, y que regresan a mi mente cada vez que abordo en mis clases el peso de Gabo en la historia de nuestro país.

Éste año, desde sus inicios, y por una hora a la semana (aunque deberían ser más), leemos la novela y nos sumergimos en ese mundo mágico, que comienza con un paredón de fusilamiento y en el que la inminencia de la muerte desenreda el hilo de la memoria para dar cuenta de la saga. Esa es una llaga que no pueden ocultar nuestras estirpes: la escisión de la memoria solo es visibilizada ante la inminencia de la muerte.

Pero volvemos a las imágenes. La primera podría llamarse Cien años de soledad y el asesino. Veo a través de las cámaras a un paramilitar; le dicen el Alemán; ese es su alias. Lleva bajo el brazo la edición conmemorativa de la novela. Lleva bajo el brazo Cien años de soledad. No dejo de preguntarme por la cantidad de víctimas que fueron ejecutadas por esas manos; la cantidad de dolor que provocaron sus ejércitos de exterminadores; esas manos pasando las páginas de la novela, apretaron gatillos, señalaron la vida y la muerte, suprimieron la dignidad y fueron cómplices del horror.

Estuvo preso este señor según los acuerdos del proceso de paz; cumplió con su pena pactada aun cuando se dice que este proceso ni siquiera logró - y diciéndolo en porcentaje- ni un 10% de los compromisos sobre verdad y reparación; esto quiere decir que existe un 90% de impunidad en este proceso de paz con los paramilitares. Mientras tanto, ante los medios de comunicación, ese honorable senador del Centro Democrático, se llena la boca repitiendo como lora mojada la palabra impunidad en relación con el proceso de paz con las FARC (esos otros asesinos que ayudaron a determinar la política de exclusión y desigualdad de las últimas décadas).

Esa es la primera imagen, el asesino defensor de la extrema derecha leyendo la novela de Gabo, un hombre que se asumía de izquierda: no desde el fúsil sino desde el poder de la palabra y del lenguaje; y la novela en la mitad de ese horror, al margen de la estupidez estratégica de la masacre, ofreciendo un mundo distinto capaz de hechizar la realidad un rato.

La segunda imagen llega a través de las noticias otra vez; Gabo ha fallecido y buena parte del país se conmueve; sus lectores estamos en shock. Sin embargo las noticias transmiten, como un virus, las palabras de una senadora del Centro Democrático. La señora lo ha mandado al infierno. En un país de fanáticos religiosos en el que la fe es un pretexto para odiar al otro y edificar a un enemigo, esas palabras resuenan un poco y nos recuerdan que Colombia es uno de los círculos del infierno de Dante.

En un país en el que desde 1985 han ocurrido más de dos mil masacres, y en el que hay más de 40 asesinatos al día, y en el que los niños, hombres y mujeres enfermos con cáncer, han tenido que marchar para que se les dignifique su dolor, y en el que todavía se mueren los niños de hambre; lo que menos debe sorprendernos es que los parásitos que se encuentran en el senado, salgan a demostrar su alto grado de imbecilidad.                

Pero sí sorprendió. El país real aplasta a Macondo; lo silencia. Los medios de comunicación –y ahora las redes- se volvieron elementos ideales para contagiar la estupidez; incólumes ante esa realidad, ante el hecho de que cuando se celebren los cien años de publicación de esta novela, este partido, y los otros de similar calaña, serán estudiados por los seres de entonces, como se estudia ahora el malsano discurso de esos fanáticos que a lo largo de la historia, hicieron de la religión y la política, instrumentos para encubrir intereses personales mientras robaban, robaban y robaban. Religión, muerte y política, el trinomio que utilizan la corrupción y la ignorancia en este país, para ocultar sus rastros; y a esa realidad se le opone Macondo como un sueño mágico; porque desde la literatura se sabe que a los Uberribos se les opone Macondo.

Hay que leer la novela, línea a línea, siguiendo su curso, sin tanto moralismo o mojigatería; ese es parte de su poder crítico; hay que retomar el hilo de su memoria al margen del autor; quizás a pesar de todo, haya esperanza para Colombia cuando un asesino lleva una novela bajo el brazo; años después, el Alemán contaba que había hecho una especialización en Derechos Humanos, y si en verdad se leyó la novela, quizás hasta con el tiempo logre comprender algo cercano a lo que significaron sus actos. Esa senadora debería hacer lo mismo; leer, estudiar lo humano más allá de sus macabros intereses o prejuicios.

Hacer del libro un escenario para construir país; algunos líderes de las FARC estuvieron en la feria del libro; eso es otro avance; es preferible que visiten la feria del libro a que continúen siendo el pretexto de la muerte y de la corrupción para continuar en el poder… Que todos estos frentes de exterminio lean la novela y luego que hagan una mesa redonda… que se vayan por todos los países de Colombia a hablar de literatura; que digan que al infierno solo llegan los malos escritores, los malos poetas y los malos amantes; que ayuden a iluminar la memoria de otra manera, para que no sea la muerte el farol que nos guía.

Felices 50 a esta novela. Arrastra en el tiempo la memoria de un país que nos merecemos; es un río cuyo cauce silencia los nombres de las generaciones que no han podido dignificar a Macondo… Por ahora les proponemos recordar a don Prudencio Aguilar, quien estuvo en nuestra Escuela QUEBEC, algún día, mientras hablábamos del Renacimiento y del Quijote, y leíamos Cien años de soledad; entonces se nos ocurrió dignificar el dolor de las víctimas del conflicto armado interno, y escribimos un cuento-ensayo que vale la pena leer; uno de sus autores está en grado séptimo; aquí les dejamos el link. Ahí nos vemos: http://quebecmnemosine.blogspot.com.co/2017/04/don-prudencio-aguilar-es-el-personaje.html

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Docente Licenciado en Ciencias Sociales, magíster en Historia y doctorando en Lenguaje y Cultura en la UPTC. Profesor del colegio Quebec y catedrático de la UPTC Duitama
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Henry Alberto Berrio Zapata
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