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El derecho a la participación en la infancia

 El artículo aborda diferentes factores que facilitan u obstaculizan el derecho a la participación activa de los niños en la sociedad contemporánea.

Junio 27, 2019

Participación de los niños

Al concepto de participación se le ha incorporado el tema de la inclusión social. El nivel de participación infantil depende de la edad, la experiencia y la madurez del infante. Un menor de un año no puede tomar decisiones lógicas como tampoco uno de siete años puede soportar la carga de las responsabilidades de un adulto. Sin embargo, todo niño debe participar y ser consultado en alguna medida sobre las cuestiones que afectan su vida. Por supuesto, la práctica está muy alejada de la elocuencia con que se proclaman estos conceptos, pues seguimos teniendo multitudes de excluidos para los cuales la participación y la inclusión es una prioridad (Johnson, V., Ivan-Smith, E., Gordon, G., Pridmore, P. & Scott, P. 1998).

En la agenda de las preocupaciones de los gobiernos los temas de los infantes en lo que respecta a salud y educación han estado siempre en el tapete pero no la participación activa de ellos como actores de su propio desarrollo. Esto refleja la visión que los adultos tienen de los niños: son inmaduros, deben ser capacitados para la madurez, son ignorantes deben ser enseñados, son irresponsables deben ser disciplinados (Johnson et al. 1998).

Apreciar el potencial de los niños a participar ha tomado y seguirá tomando su tiempo. El proceso de la participación realmente sucede cuando los miembros de una comunidad o grupo inciden efectivamente en la naturaleza de las decisiones. Es decir, participar conlleva el ser miembro activo de un grupo, donde se comparten intereses y valores y se participa en la toma de decisiones. Entonces, la participación infantil significa ver las cosas desde la perspectiva del niño, implica la transformación de sujetos pasivos en sujetos activos de su propio destino.

A partir del año 1979, a raíz del Año Internacional del Niño, comienzan a darse cambios en la visión de los niños lo que culminó con la Declaración de los Derechos del Niño. Paralelamente, Unicef (Fondo Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia) organizó la Cima Mundial por la Infancia en la que 159 países se comprometieron a realizar una cantidad de objetivos en materia de bienestar infantil y en 1989 las Naciones Unidas adoptaron la Convención de los Derechos del Niño, que incluye una serie de cláusulas en relación con los derechos del infante, entre los que se cuenta el derecho a expresar sus visiones en las materias que los afectan. 

Lo novedoso es que la Convención extendió los derechos básicos, tales como el derecho a recibir alimentación, a tener una vivienda digna, a recibir educación, a tener protección, etc. 

Incluyó el derecho a la participación de los niños, a fin de que sean vistos como participantes activos de la sociedad. Boyden y Ennew (1997, pp. 39) afirman que

“la idea de que los niños tienen el derecho a participar en las decisiones que se toman en su nombre, particularmente en asuntos familiares pero no solo limitado a éstos, se basa en la observación y reconocimiento de las progresivas habilidades de los niños a medida que evolucionan hasta convertirse en jóvenes adultos”. Al revisar la Convención encontramos que deja muy en claro que “el derecho a participar depende de la edad y madurez de los niños”. 

Entre los factores influyentes que actualmente favorecen el desarrollo de la autonomía del niño tenemos: la televisión y la conexión por internet, ambos introducen una anarquía cultural que plantea nuevos retos a la familia y a la escuela, pues terminan por ser los “tutores” de los niños que se introducen a diario en el mundo comunicacional y tecnológico. Con la globalización de las nuevas tecnologías y mediaciones culturales, emergen nuevas formas del pensamiento visual que escapan a las formas de socialización hasta hace poco centradas en los padres y los maestros. La aparición de estas nuevas condiciones culturales que facilitan el que los niños alcancen un alto grado de autonomía e independencia con respecto a los adultos, favorece su reconocimiento como sujetos de derechos (Barbero, 1996).

Por otra parte, Gutiérrez (1994), señala que la mujer hoy en día ha tenido que salir a trabajar y ha dejado de lado la función de educadora que hasta ahora ejercía en el hogar, mermando hasta la función reproductiva de la mujer. Ahora los niños desde muy pequeños son llevados a centros educativos para su cuidado diario con lo que la estadía en los organismos de enseñanza es más prolongada en comparación con los niños de unos años atrás, otorgándosele a la escuela y a la misma comunidad el mayor contacto con el niño y quiénes terminan por complementar las funciones de socialización que antes eran propias de la familia y que, específicamente, le atañían a la madre. 

Cabe aclarar que no es la desaparición de tradiciones y prácticas populares para la crianza de los hijos, sino la superposición con cambios e innovaciones en las formas de socialización de los infantes por parte de las familias y sobretodo de las que habitan a nivel urbano.

Otro factor relevante es la aparición de las redes institucionales dedicadas a la atención de la infancia en sus primeros años, las cuales han llegado a plantear nuevas normativas y reflexiones pedagógicas. Este proceso ha sido característico de los países latinoamericanos en donde Unicef ha asumido la tarea de redireccionar el tratamiento de las problemáticas, la atención y la educación del infante. 

Los procesos de globalización han llegado a transformar la educación en una práctica que involucra a todos los actores sociales del entorno del niño, arrebatándole a la escuela y a la familia la exclusividad del acto educativo. Hoy en día el proceso de socialización tiene amplios y complejos escenarios y sobre todo cambiantes en la sociedad contemporánea. Los adultos deben tomar en cuenta y reflexionar acerca de los nuevos paradigmas culturales y educativos ya que los infantes de la sociedad contemporánea se plantean nuevas y más complejas formas en sus relaciones con los adultos.

Promoviendo condiciones propicias para la participación infantil

La participación del niño es una parte esencial de una buena práctica de desarrollo ya que su participación puede hacer posible que los proyectos de desarrollo respondan a las necesidades realmente sentidas de todos en la comunidad. Los puntos de vista de los niños deben ser escuchados y sus aportes respetados con la misma fidelidad con que se aceptan los de los adultos. Sin embargo, es de imaginarse que si consideramos que la participación de los adultos no se toma en cuenta a la hora de decidir acerca de su entorno e intereses, menos podemos pensar que la participación de los niños sea tomada en cuenta a la hora de decidir en los temas que le conciernen, ya sea de salud, educación, recreación, etc., el problema deriva de la no aceptación de los niños como participantes activos y como actores de su propio desarrollo (López, G. & Guaimaro, Y., 2007).

La mayoría de las veces los niños quieren participar y buscan sus espacios para satisfacer tal fin pero los adultos no facilitan el proceso. Uno de los factores que inciden en esta postura del adulto es la percepción, tanto cultural como social, de que los niños carecen de la habilidad para expresarse y por lo tanto terminan por ser incapaces de exteriorizar sus propios intereses e ideas. Otro factor es el temor de que los niños adquieran autonomía y los adultos terminen por perder el poder.

Para que los niños participen significativamente necesitan estar informados acerca de las razones y consecuencias de lo que ellos hacen, además de ser capacitados en las habilidades sociales necesarias para la toma de decisiones, debate y acción. Si los adultos están preparados para compartir el poder, hasta niños en edad preescolar pueden participar en la toma de decisiones (Sepúlveda, López y Guaimaro, 2002).

La participación infantil puede proveer las raíces para un desarrollo sustentable siempre y cuando facilitemos la intervención del niño en proyectos de desarrollo y vida comunitaria. Esto puede revelar nuevas perspectivas de los problemas, crear más unidad y confianza dentro de la comunidad y desarrollar las capacidades de la próxima generación de líderes y miembros de la comunidad. Al respecto Save the Children Fund (2000), describe los elementos clave que un adulto debe observar para asegurar una genuina participación de los niños:

  • Escuchar a los niños, de manera que se entienda realmente lo que ellos dice
  • Tomar en serio sus experiencias, son válidas.
  • Tomar en serio sus opciones, son válidas.
  • No poner a los niños antes de las niñas.
  • Permitir que los niños escojan libremente sus propias actividades, no imponerlas de acuerdo con el género.
  • Desarrollar un espacio en el cual ellos puedan llegar a concebir sus propias decisiones.
  • Ser un facilitador, no un profesor.
  • Buscar estrategias para estimular el conocimiento de alternativas y opciones a sus decisiones.
  • Investigar métodos para organizar talleres participativos de los niños.
  • Nunca usar a los niños para decorar eventos de adultos.
  • Los niños están en diferencia con respecto al poder de los adultos. Esta diferencia de poder es aún peor en los casos de niños pertenecientes a sectores desaventajados.

Este aporte refuerza la necesidad de desarrollar la participación como parte integral de un programa, proyecto o investigación, teniendo en cuenta que es un proceso lento que se logra en la medida en que los niños y los adultos avancen en la comprensión de sus nuevos roles de participación, aprendan nuevas formas de interactuar y comunicarse y compartan el poder de planear y decidir.

Lea el contenido completo en la página web de la Editorial Magisterio.

 

Photo by Sharon McCutcheon from Pexels

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Psicóloga Social.
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Laura María Pineda
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