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El docente como sujeto lector

Planeación, seguimiento y evaluación son tareas que muchas veces se deben hacer en casa, especialmente cuando son muchos los alumnos en un salón.

Septiembre 3, 2019

La vida me ha dado la oportunidad ver al maestro desde dos perspectivas opuestas. Me explico, durante muchos años de mi vida, fui maestra bibliotecaria, enfrentando el día a día con chicos en toda la extensión de niveles escolares. Me sorprendo a mí misma usando la palabra “enfrentar” pero quizás surge espontáneamente, no por los chicos, sino por la exigencia de la labor docente. Si solo fuese por los alumnos, quizás hubiese usado otro término, y hubiese dicho “disfrutando de la compañía de los chicos”. Pero la realidad de un docente no solo incluye a los chicos sino toda la responsabilidad administrativa y académica de estar allí con y para ellos. Hay que tener tiempo y dedicación para la planeación, el seguimiento, los formatos, las reuniones, los informes, y todo lo demás que tanto tiempo roba de lo esencial, como lo son los alumnos. La segunda perspectiva es ver el panorama desde afuera de la escuela y como alguien que quiere apoyar la formación y capacitación docente.  Porque después de ser maestra bibliotecaria, hoy día estoy por fuera del colegio tratando de enamorar o contagiar a padres y profesores de mi propia pasión. Y ahí si subrayo con resaltador amarillo fosforescente la palabra contagiar, pues creo que es ella la mejor postura de un mediador.

Entonces empiezo recordando ese antes: Para alguien que ama los libros, definitivamente una biblioteca era el mejor lugar para laborar. Les confieso que amé mi trabajo; estar rodeada de libros era como estar en el paraíso y poder descubrir títulos nuevos y leer todos los días, era realmente maravilloso. Allí, entre mis objetivos, estaba el apoyar a los maestros en sus clases sugiriendo colecciones de libros temáticos que ellos podían tener en sus salones, realizar proyectos conjuntos donde biblioteca y un área específica perseguían tanto metas comunes como indicadores específicos, aprovechar los contenidos de clase para compartir con los alumnos libros relacionados. Hicimos muchas cosas, y hay proyectos que recuerdo más que otros por sus retos, resultados o la metodología.

Desde la biblioteca, necesitábamos capacitar a los profesores para que fueran “clientes” y “consumidores” de la biblioteca. Yo quería mostrarles cómo podían hacer proyectos con la biblioteca, y cómo, de esa manera, el trabajo integral y multidisciplinario podía beneficiar no solo la planeación y el desarrollo de algunos temas, sino también impulsar y lograr mejores habilidades en sus alumnos. También quería formarlos a ellos como usuarios de la biblioteca, para que pudieran aprovechar allí los recursos existentes. Adicional a eso, quería que conocieran la literatura infantil y juvenil y para eso organicé varios talleres para mostrarles libros y enseñarles qué era un libro álbum, cómo aprovechar las guardas, y cómo valorar las novelas gráficas y los comics como complementos en el aula.

Recuerdo también que una o dos veces al año, luego de compras grandes de libros - por ejemplo, posterior a la Feria del Libro en Bogotá – exhibía en la biblioteca los libros nuevos e invitaba a los profesores a ese “museo visual”. A veces, esa exhibición debía de ser en el salón donde se llevaba a cabo una reunión docente. Igual, yo cargaba los libros, los organizaba según temas, ponía avisos bonitos, hablaba de ellos, leía fragmentos, en fin… me sentía cual guía de museo o, a veces, cual vendedor comercial.

Una vez al año, en el Día del idioma, la biblioteca planeaba algo lindo para todo el colegio. Homenajeábamos a los mejores lectores del colegio. Ahí incluíamos a los docentes. Entonces, revisaba estadísticas de préstamos y hurgaba mi memoria para determinar cuáles profesores eran los que más leían. Pero, ¿saben qué? Mis nominados siempre eran los mismos: entre todo el cuerpo docente, dos o tres lectores verdaderos que aprovechaban la colección y venían a hablar de literatura en sus ratos libres. ¿Y los demás? ¿Acaso no leían? ¿Leían libros que ellos tenían en casa? ¿Qué pasaba con ellos?

Antes de vacaciones, dos veces al año, muchos profesores venían a la biblioteca. Algunos con un título preciso anotado en un papel pequeñito, otros se dejaban guiar. Pero muchos, sino casi todos, prestaban un libro para leer durante esas semanas de receso. Algunos los devolvían apenas regresábamos a clases, otros cerca de las fechas de las siguientes vacaciones. Pero, bueno, me dejaba tranquila pensar que los profesores prestaban y se leían, al menos, dos libros al año.

Bueno, y el hoy… Como decía, dicto talleres para padres y maestros sobre la literatura infantil y juvenil, el fomento y el gusto lector. En los talleres para maestros, me sorprende ver, a veces, el desconocimiento de títulos, autores y formatos. Muchos docentes se han engomado a ciertos títulos y autores – de hecho, muy buenos - que aparecieron hace muchos años pero que hoy ya están bastante desactualizados. Mencionan con emoción un autor, pero cuando hago referencia a uno de los recientes libros del mismo, quedan totalmente perdidos.  A veces los veo anotar rápidamente toda la bibliografía que menciono y cuando finalmente les digo que no se afanen, que yo les haré llegar copia de mi presentación, oigo un suspiro general en el auditorio.

En los talleres de padres, siempre hay papás profesores. Me miran al comienzo con ojos de angustia, pero siempre son ellos los que se acercan al final para agradecer, pedir más ayuda, solicitar mis datos de contacto. Y en ese sentido, nunca olvidaré una intervención de un audaz profesor que, rodeado por tantos padres, dijo que en ausencia de padres lectores en casa (por falta de tiempo o interés en la lectura) muchos maestros se han convertido en los únicos modelos lectores para algunos niños. ¡Y tiene tanta razón! Hay muchos niños en casa muy solos y son los maestros los únicos que los llevan por el camino de los libros.

Ese antes y este ahora me han llevado a pensar. Pensar y comprender para poder decir que prefiero hablar más de motivación. Porque en mi discurso propio del contagio de la lectura, creo que la variable motivacional sobrepasa la formativa. Hay espacios pedagógicos para aprender sobre muchos temas; algunos de ellos presenciales en el marco del desarrollo profesional de la propia institución o auspiciados por terceros en eventos, congresos, seminarios, simposios y otros tantos, como éste en el que estamos. Y hoy día, además, hay de todo en internet y si uno realmente quiere aprender algo, consigue el curso específico que anhelaba de alguna manera, muchas veces gratuito y en los tiempos que más se adecuan al horario laboral y familiar. ¡Ese ya no es el inconveniente!

El problema es que el maestro actual, que pertenece por formulación y herencia a la tradición oral, debe enfrentarse con el no fácil reto de hacer leer a sus alumnos y, ante todo, formar en ellos cierto hábito de disfrute por la lectura. Un maestro solo puede motivar e incitar a sus alumnos por los libros, cuando a él le agrada leer y porque los textos que les presenta son atractivos y de interés también para él.

Esa maestra tenía razón, los maestros son modelos lectores ideales, así como mediadores por excelencia, seres con mucha influencia en el círculo literario de los estudiantes y de otros. Porque un maestro puede también extender su labor y generar padres lectores.

Es necesarios que el maestro se reconozca como lector y se convierta en dueño de la palabra. Que conozca los libros y los disfrute; que comparta con emoción y pasión sus lecturas en clase, que hable y cuente de lo que leyó, lo que recuerda. Que transmita la experiencia lectora a sus alumnos. Porque el maestro es un mediador que contagia y apasiona, que logra convencer sobre la lectura o que la convierte en algo tedioso porque solo la muestra como una herramienta para lograr una nota, para cumplir una tarea, o para satisfacer la meta de otro. Porque la literatura gozada, sentida y amada, enriquece la práctica docente.

¿Cómo despertar el goce lector en los maestros? Cuando el maestro se asume como sujeto lector y productor de textos. Si enfrenta la lectura como una práctica y como parte esencial y fundamental de su formación y vivencia escolar. Si aprovecha todos los momentos de su trabajo para leer y escribir con sus alumnos, para discutir con ellos sus escritos, para autocorregirse delante de ellos.  Si logra integrar la lectura y la producción escrita en su quehacer. Se necesita que los maestros se conviertan en sujetos dinámicos como lectores y productores de textos y que estas prácticas sean parte de su cotidianidad y de su formación profesional. ¡Necesitamos que los maestros lean!

Si leer permite la ensoñación, la imaginación y pensar en otras formas de hacer lo posible, ¡cuántas ventajas tiene para un docente acercarse a los libros! Es una posibilidad infinita de recrearse cada vez para ser mejor, de reinventarse con metodologías distintas, alejándose cada vez más de la rutina y de la repetición.  Leer permite sacar un tiempo para uno mismo; tiempo de reflexión y de ocio. Cuando se lee, cada uno se toma su tiempo, y no tiene que subyugarse al tiempo de los otros, ni a la publicidad, ni la televisión, ni a los horarios, ni al rápido ritmo de las obligaciones laborales.  Es un momento para sacar la cabeza del fondo del agua, para pensar en uno y para tomar el aire necesario para volver a sumergirse.

Ese maestro singular y único tiene que dejar de ver la literatura como una obligación laboral, austera y fundamental. Porque todos, maestros, bibliotecarios o investigadores, podemos interrogarnos más sobre nuestra relación con la lengua, la literatura, los libros, con la palabra, con nuestra propia capacidad para dejarnos seducir por el ritmo y la cadencia de un texto sin el afán de buscar su valor utilitario, sino por el mero disfrute y gusto lector. Porque para transmitir el amor hacia la lectura, hay que experimentarlo.

Dice Anne Marie Chartier en su libro Enseñar a leer y escribir: Una aproximación histórica (página 51) “los maestros deben inventar todo el tiempo maneras de enseñar que permitan a los alumnos encontrar valor y sentido en una serie de aprendizajes que no pueden elegir. Eso es lo que se llama pedagogía”. Imaginen ustedes la presencia en la escuela de un maestro lector que apasiona y que contagia; que carga un libro bajo su brazo y lee con ellos durante los tiempos de lectura en el salón o a hurtadillas en los recreos; que ríe y llora leyendo porque se ha dejado tocar por una historia (y que no le da pena hacerlo frente a los jóvenes), que lee en voz alta y que permite a sus alumnos discutir y hablar sobre los libros, sin otro objetivo que escucharlos.

En la ausencia de datos tan específicos para nuestro país me permito citar la Encuesta Nacional de Prácticas de Lectura en Educación Básica realizada en Méjico en el 2006, en la cual hallaron que allí los profesores leían 1 libro al año. ¡1! Aidan Chambers, escritor inglés que ganó el Premio Hans Christian Andersen en el 2002, afirma que “un profesor de colegio interesado en formar lectores debería haber leído, mínimo, 500 títulos de literatura infantil”. ¡Dos extremos muy dicientes!

Para terminar, debo decir que conozco la vida del maestro dentro de la institución y sé lo apremiante que es el día a día. Es cierto que a veces la profesión docente absorbe todo lo demás y que no hay tiempo para nada distinto. Planeación, seguimiento y evaluación son tareas que muchas veces se deben hacer en casa, especialmente cuando son muchos los alumnos en un salón. Pero, para un docente leer tiene que estar ahí incluido.

El francés Daniel Pennac en su libro Como una novela, propone que, en lugar de exigir la lectura, el profesor debería compartir su propia dicha de leer. Creo que los chicos entenderían la lectura de una manera distinta, si así fuese.

 

Referencias

  • Chartier, A., Rockwell, E., & Sánchez, D. L. (2004). Enseñar a leer y escribir: Una aproximación histórica (1ra ed., Espacios para la lectura). Méjico: Fondo de Cultura Económica.
  • Lozano, C. S., & Lozano, C. S. (n.d.). Didáctica de la literatura en la escuela colombiana. Recuperado May 8, 2019, de https://www.academia.edu/18732587/Didáctica_de_la_literatura_en_la_escu...
  • Parra Roja, A. (1998). La lectoescritura como goce literario (2da ed., Colección Aula Alegre). Bogotá: Magisterio.
  • Petit, M., Segovia, R., & Sánchez, D. L. (1999). Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura (1ra ed., Espacios para la lectura). México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.
  • Robledo, B. H., & Rodríguez, A. O. (1998). Por una escuela que lea y escriba. Ideas para crear y recrear. Bogotá: Taller de Talleres.

Lea el contenido original en la página web de la Editorial Magisterio.

 

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*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Tallerista para padres, profesores y niños que busca enamorarlos con los libros. Redactora de artículos sobre lectura. Directora de Creciendo Leyendo.
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Gustavo González Palencia
Gran Maestro Premio Compartir 2008
ogré incentivar en niños y jóvenes el gusto por la música y la ejecución de instrumentos musicales.