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El profesor cierra los ojos, Vol. 2

La función de los docentes presenta muchos retos y va más allá de la enseñanza en sí.

Marzo 12, 2016

Les confieso que cada vez que dudo de mi oficio como docente vuelvo a ciertas palabras de Borges. Me detengo en ciertas líneas y las deletreo en mi mente hasta que actúan como una droga tranquilizante; como un placebo, supongo. Cada vez que me acuerdo del salario que me pagan, o cada vez que debo soportar la intransigencia, soberbia, indiferencia, prejuicios, escasos resultados, o los sucesos macondianos, comalianos, kafkianos, etc., o mejor dicho, todo eso que sucede no solo en la escuela sino en todo lo que tiene que ver con ella, como las políticas de los gobiernos de turno, o eso que llaman con justicia el MEN (Ministerio de Educación), o esa vocación de servidumbre que es demasiado palpable en muchos jóvenes y en muchos docentes, que pregonan discursitos que solo unos pocos intentan encarnar, para sosegarme, vuelvo a Borges y a sus palabras sin sosiego:  “Nada se edifica sobre la piedra, todo se edifica sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena”.

¿Esta no es la labor del maestro en estos momentos tan inhumanos en los que ese concepto ha sido degradado y sometido a la indignación y la miseria? ¿No son los maestros esa piedra que una más otra conforman la muralla, la columna, el templo del saber, a dónde llegan a humanizarse los habitantes de este país, tan ávido de dignidad, imaginación  y sabiduría? ¿No es la escuela el oasis para este desierto mediático de incertidumbre? Piedra y arena. Símbolos de una sociedad que pareciera despreciar la labor tan necesaria de quienes tenemos la obligación de recordar, que es el conocimiento una posibilidad de humanización. Alguien dirá: “El sueño de la razón engendra monstruos”, citando a Goya, para recordar que el conocimiento no es solo racionalidad instrumental, y tendrá la razón desde ese escenario. Sabemos que el conocimiento que cede al fetichismo del contenido no es más que un dato para participar en “¿Quién quiere ser millonario?”, un cascarón vacío de sentido ético, estético, axiológico, ontológico, etc. Y, sin embargo, el mismo conocimiento llevado al rigor poético despercude y oxigena el problema de lo que significa ser ciudadano en este mundo de hoy. Conocimiento y contenido sí, pero capaces de trascender e ir de la mano con el desarrollo de habilidades de pensamiento que permitan al estudiante rastrear el sentido del mismo, y su importancia para la construcción de un proyecto de nación humano.

Les confieso que cada vez que dudo de mi oficio como docente, vuelvo a ciertas palabras de Borges. Me gusta repetir la línea que dice: “La puerta es la que elige, no el hombre”. Esta línea me sirve para ser romántico. ¿Y qué maestro que se precie de tal, no lo es? ¿Acaso el maestro no fue elegido por alguna energía universal o por alguna divinidad, para levantarse cada día y compartir el asombro? El asombro de estar vivos y el asombro de pensar, de reconocer en el otro a un prójimo al que puede tocarlo la belleza del lenguaje, la belleza de los diversos infinitos que posee el saber. Por estas razones, se me hacen sospechosos, no sólo aquellos dictámenes que no surjan del aula o de intentar transmitir esa experiencia, sino de esa parcelación paulatina del conocimiento; cada vez más cátedras que parecen feudos, y que hacen discutible la posibilidad de un saber integral o interdisciplinario, y que han vuelto la escuela un territorio kafkiano y burocrático, incluso medieval. 

Y luego, suponiendo que asistimos al desmantelamiento de la escuela como “territorio libre del sueño”, diciéndolo en palabras de Juan Manuel Roca, o a la destrucción de ese “tercer espacio” en el que es posible la ilusión, como lo pensó de manera bellamente radical, Rodrigo Arguello, en ese ensayo que publicó en el libro Ciudad gótica, esperpéntica y mediática (1998), entonces nos queda otro aforismo borgesiano: “Que la lámpara de un hombre se encienda aunque ningún hombre la vea. Dios la verá”.

Las estadísticas indican que en las últimas décadas han sido asesinados más de mil profesores. Otros tantos han sido amenazados, otros cientos se encuentran a merced de sus propios colegas, estudiantes o de padres de familia, otros son ninguneados por los burócratas de las secretarías de educación, o aplastados por directivos infames que más parecen adecuarse al dispositivo carcelario en sus frustradas vocaciones castrenses: les tocó ser profesores.

De eso se trata todo esto. De tener el valor civil de entrar a un espacio carcelario (uniformes, reglas, patio, fugas, alarmas, vigilantes, alucinógenos, relaciones de poder, hambre, matoneo, agotamiento del instinto y del deseo a través de la experimentación y la crueldad), para intentar hacerle entender a los “pobres condenados” (docentes, padres de familia y estudiantes) el valor de la libertad de la mano del pensamiento. Y perdonen la ironía pero sé que más de uno se verá reflejado.

Las estadísticas indican que en las últimas décadas han sido asesinados más de mil profesores. Otros tantos han sido amenazados, otros cientos se encuentran a merced de sus propios colegas, estudiantes o de padres de familia, otros son ninguneados por los burócratas de las secretarías de educación, o aplastados por directivos infames que más parecen adecuarse al dispositivo carcelario en sus frustradas vocaciones castrenses: les tocó ser profesores. Otros docentes desesperanzados y pesimistas pero con esperanza a pesar de todo, porque comprenden que el cambio se hace uno a uno, en un aula en la que ya no cabe ni un estudiante, en la que confluyen la pobreza y toda su prole de problemas (maltrato, hambre, vicios, antivalores, criminalidad, etc.), y sobre ese escenario la posibilidad de analizar nuestros espacios vitales, quizás elucubrar sentido y finalmente, pensar. 

Cada vez que advierto estos y otros muchos problemas, recuerdo a Borges y sus palabras sin sosiego.  Y luego pienso que siempre alguien escucha al maestro, y que por esos que escuchan, el maestro se levanta y se prepara, mientras al otro lado de la ciudad el estudiante se levanta y se prepara, a pesar de la miseria y a pesar del mundo, porque ese es el maestro que se acerca a lo que se merece, y entonces vale la pena ir al “campo de concentración” a escucharlo. Moraleja: El estudiante debería pensar que en ocasiones tiene el maestro que se merece.

7.  Feliz el que no insiste en tener la razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.

15.  Que la luz de una lámpara se encienda, aunque ningún hombre la vea. Dios la verá.                                                  

33.  Da lo santo a los perros, echa tus perlas a los puercos; lo que importa es dar.

40.  No juzgues al árbol por sus frutos ni al hombre por sus obras; pueden ser peores o mejores.

41.  Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena...

Ese es el poder del asombro a través del lenguaje, a través del poder de la palabra y del diálogo, propicias para ese desierto de país en el que al año violan a más de 24.000 niños, en el que hay casi 7 millones de desplazados, en el que asesinan a más de 40 seres humanos cada día, en el que mueren niños de hambre o de sed. Este panorama nos recuerda a los maestros que a través de nosotros se defienden la dignidad y la democracia, y que esa función social debe ir de la mano de la imaginación y del asombro porque ya Borges lo había dicho en uno de sus cuentos: la falta de imaginación es lo que mueve al hombre a la barbarie.

MIYER FERNANDO PINEDA: Licenciado en Ciencias Sociales, Magister en Historia y Doctorando en el doctorado en Lenguaje y Cultura en la UPTC. Profesor del colegio Quebec y catedrático de la UPTC Duitama.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Docente Licenciado en Ciencias Sociales, magíster en Historia y doctorando en Lenguaje y Cultura en la UPTC. Profesor del colegio Quebec y catedrático de la UPTC Duitama
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