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El trágico silencio de la geografía escolar en Colombia

Ahora más que nunca es importante reposicionar a la geografía como una ciencia estratégica en la formación del país.

Julio 22, 2019

La enseñanza de la geografía para cualquier sociedad que habita el planeta es de vital importancia. Ya Francisco José de Caldas (1966), en uno de sus textos más lúcidos sobre la Nueva Granada explicaba:

La geografía es la base fundamental de toda especulación política; ella da la extensión del país sobre el que se quiere obrar, enseña las relaciones que tiene con los demás pueblos de la tierra, la bondad de sus costas, los ríos navegables, las montañas que la atraviesan, los valles que éstas forman, las distancias recíprocas de las poblaciones, los caminos establecidos, los que se pueden establecer, el clima, la temperatura, la elevación sobre el mar en todos los puntos, el genio y las costumbres de sus habitantes, las producciones espontáneas y las que pueden domiciliarse con el arte. (p.183)

Ahora, si partimos de la anterior definición y la llevamos un poco más lejos, nos damos cuenta que  el conocimiento geográfico es ante todo un saber estratégico, que no solo se limita en inventariar lo que se tiene o se adolece, sino que además nace anclado a prácticas militares y políticas desde tiempos inmemoriales.

De hecho, qué general de tropas, en los interminables conflictos que la humanidad ha padecido, ha desconocido el valor de saber dónde esta el enemigo, dónde tiene sus pertrechos, qué caminos o líneas de suministro cortar, en qué lugares es posible hacer emboscadas o qué lugares altos es menester tomar. Sin ir más lejos, la mejor cartografía que existe en la actualidad, la que esta más detallada, curiosamente no pertenece a organismos civiles en todo el mundo, sino que pertenece a los organismos militares.

Ives Lacoste (1977), en un texto poco trabajado en las aulas de clase escribía sobre geografía política:

Plantear de entrada que la geografía sirve, en primer lugar, para hacer la guerra no supone que sólo sirva para dirigir unas operaciones militares; sirve también para organizar los territorios no sólo en previsión de las batallas que habrá que librar contra tal o cual adversario, sino también para controlar mejor a los hombres sobre los cuales ejerce su autoridad el aparato del Estado. (p.7)

Entonces, si el conocimiento geográfico a todas luces es tan estratégico para la supervivencia y organización de las sociedades y las naciones, ¿Por qué terminó convertido en un conocimiento escolar memorístico y descriptivo, basado en mapas que no dicen nada, con cuadros sinópticos donde lo fundamental es conocer cuál es la altura de Bogotá o lo largo del río Amazonas? Y no más bien resolver ¿por qué la arteria fluvial más grande del mundo, un país como Colombia, le ha dado tan poco interés a lo largo de su historia? O, por ejemplo, ¿Por qué los estudiantes de colegio en los talleres de cartografía se esfuerzan en calcar exactamente el departamento del Choco y no más bien en preguntarse cuál es la ventaja de que este departamento sea el único con costas en dos océanos? Y más importante aún ¿cuáles son las ventajas en términos de comercio y de comunicación para que se valoricen y conserven espacios como este?

Las razones de este encubrimiento es que la geografía como la historia, en tanto ciencias escolares, le sirven al Estado y obviamente a los resortes que hay detrás de él (grupos hegemónicos) para proyectar una cierta idea de identidad que los legitime (Lacoste, 1977). Entonces solo basta con memorizar que Colombia tiene tres cordilleras, que es un país con una amplia producción agrícola debido a sus pisos térmicos, que además tiene una gran cantidad de minerales valiosos para exportar y más recientemente, con el auge de la famosa educación ambiental, que es un país megadiverso y que eso además nos debería enorgullecer. Pero la educación geográfica va hasta ahí, y las preguntas inquietantes nuevamente quedan por fuera ¿por qué es importante proteger los páramos de Colombia y no hipotecarlos con proyectos de megaminería a cielo abierto? ¿Qué hay detrás del fallo de la Corte Constitucional, aduciendo que los recursos del subsuelo del país le pertenecen a la Nación y no a las comunidades que están encima de ellos? o ¿cómo explicar que los departamentos que más reciben regalías, por extracción de minerales (carbón en la Guajira y petróleo en el Casanare) sean los más pobres del país?

Otro factor que ayuda, y mucho, en esta labor de encubrir el carácter estratégico de la geografía es su mismo objeto de estudio: El espacio. Marta Herrera (2004) refiere cómo detrás de las distintas configuraciones espaciales se esconden profundas estrategias de poder y dominación. En este sentido la geografía escolar, lejos de analizar estas configuraciones sencillamente las ayuda a memorizar y el últimas a normalizar. Un ejemplo de esta normalización esta en ubicar los mapas, casi siempre en el aula de clase, orientados hacia el Norte, asumiendo que detrás de esta orientación no hay ninguna lógica de poder implícita, cuando en realidad cualquier persona podría ubicar su mapa hacia el Sur, al Oriente o al Occidente. Recordemos que el planeta Tierra, hasta donde sabemos, flota en el espacio donde no existen ni un arriba ni abajo y menos un norte o sur. Entonces ¿por qué casi todos los mapas de texto escolar o herramientas didácticas apuntan al Norte? O mejor ¿quiénes salen beneficiados en orientar los mapas de esta manera? O en últimas ¿qué asociamos al norte y al arriba? Entonces aparece que al norte está asociado con las grandes potencias mundiales, con sus ricas e influyentes economías y sus culturas “superiores”. Y ¿qué está asociado al sur o abajo? Economías empobrecidas, sometidas y poco influyentes. De manera más precisa Harley (2005) nos lo explica: “¿no será que el eurocentrismo de muchos mapas o atlas influyen en la forma de pensar y actuar respecto de asuntos sociales en una democracia?” (p. 248).

El tema de la cartografía no termina aquí y es interesante analizar una práctica que es muy común en las instituciones educativas y es la de calcar mapas. De entrada, casi que automáticamente dirán que es lo más “escuelero” que hay, que con ello solo se logra que el estudiante memorice, si bien nos va, que va primero, si el volcán del Ruiz o el Santa Isabel. Y casi que a renglón seguido se dirá ¿Y todo eso para que nos sirve? Sin embargo, no se debería ver como una estrategia didáctica trivial si se le aplica cierto enfoque estratégico. Obvio si nos quedamos en valorar únicamente lo bello que resulto ser la reproducción, o que tan fiel fue a la original, no habremos avanzado mucho de la visión que tanto hemos criticado aquí. El tema cambia si, además del calco del mapa, le pedimos al estudiante que agregue el contexto, que en su representación ubique un par de ciudades o su pueblo aledaño, que se dé cuenta que tan lejos o cerca esta de la amenaza; y que racionalice qué pasaría si el volcán en sus lógicas naturales entrara en actividad. Y más importe aun, saber qué hacer cuando eso pase, para qué lugar o refugio debe ir con su familia o sus compañeros de clase; o qué hacer si en el futuro debe mitigar el riesgo de que vuelva a suceder. A este nivel la geografía se hace estratégica, ya no al servicio de la muerte o de la guerra, sino al servicio de algo más importante, al servicio de la vida. Aquí el espacio por fin queda cargado de significado, ya que el estudiante por sucesivos procesos lo apropia, lo aterriza a la esfera de lo cotidiano y no queda como una representación más (Santos 2000).

Así mismo, un tema de una naturaleza diferente, pero que tiene que ver con la apropiación que hacemos los colombianos de nuestro espacio vital, es el de la educación ambiental en Colombia. Al respecto, Julio Carrizosa (2014) nos llama la atención sobre una paradoja incuestionable; ésta se funda en que a pesar que la Constitución de 1991 tiene un fuerte contenido ambiental, donde tanto el Ministerio de Educación como el de Medio Ambiente tiene una amplia responsabilidad en concientizar a los colombianos sobre el cuidado del mismo; al mismo tiempo, es difícil pensar en otro peor momento para los ecosistemas vitales del país, ya sea por la tala o quema de grandes bloques de selva en la Amazonia o por la destrucción de ecosistemas únicos como los páramos o bosques de niebla. Pero el deterioro ambiental no para ahí, el Estado colombiano también ha sido cómplice al otorgar licencias medio ambientales irresponsables para megaproyectos de minería que han secado ríos completos, o en el peor de los casos, la casi muerte del río Cauca con la represa de Hidro Ituango. Entonces la pregunta es: ¿de qué sirve una educación ambiental, afincada en las clases de geografía y en menor medida de biología, si la sociedad colombiana permite desastres ambientales como lo descritos anteriormente?

A manera de conclusión y volviendo sobre el camino andado, ahora más que nunca es importante reposicionar a la geografía como una ciencia estratégica. No podemos seguir convirtiéndola en una ciencia neutra cuyo interés sea inventariar las virtudes físicas de nuestro país, amén de ubicar aquí y allá algunas diferencias regionales entre poblaciones, que por cierto tenemos más en común de lo que la mayoría de la gente piensa (costeños, paisas, rolos, llaneros, etc.). Esta geografía descriptiva no puede resolver las preguntas que hicimos a lo largo de esta columna; y lo que si ha logrado hacer, es que el colombiano promedio no se sienta identificado con su territorio y que piense que la degradación del medio ambiente, o la perdida de recursos vitales, sea algo que no le compromete ni a él, ni a las generaciones que están por venir. Peor aún, esta geografía hace que se normalicen ciertos discursos de poder y se dé por sentado que el orden existente es el único posible y deseable. Como vimos, es en la escuela más que en cualquier otro lugar, en donde podemos volver a cargar a la geografía de significado, volviéndola una herramienta crítica, que se pregunte por temas que incomoden a aquellos que toman las decisiones, que sepan que conocemos nuestro territorio y qué en últimas, podremos actuar en defensa y en consecuencia con él.

Bibliografía

  • Caldas, F.C., (1966). Obras completas de Francisco José de Caldas: publicadas por la Universidad Nacional de Colombia como homenaje con motivo del sesquicentenario de su muerte. Bogotá. Universidad Nacional de Colombia.
  • Carrizosa - Umaña, J, (2014). Colombia compleja. Bogotá. Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis. Instituto de Investigación de recursos Biológicos Alexander von Humboldt.
  • Harley, J.B., (2005). La nueva naturaleza de los mapas. Ensayos sobre la historia de la cartografía. México. Fondo de cultura económica.
  • Herrera, M., (2004). Historia y geografía, tiempo y espacio. Historia Crítica, (27). Bogotá. Universidad de los Andes.
  • Lacoste, Y., (1977). La geografía un arma para la guerra. Barcelona. Editorial Anagrama.
  • Santos, M., (2000). La naturaleza del espacio. Técnica y tiempo. Razón y emoción. Barcelona. Ariel Geografía.

Imagen www.pexels.com

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Mg. en Historia. Docente de la Facultad de Educación en la Universidad la Gran Colombia.
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