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Infierno en las aulas: la historia de Clara

El artículo narra la historia de Clara, una niña que siempre ha sido rechazada por los demás, a pesar de ser una niña estupenda con un gran potencial. Su único “pecado”: tener TDAH.

Septiembre 11, 2019

Cuando estudiaba la carrera de Trabajo Social, me encontré en uno de los manuales del Grado con una clasificación del estatus sociométrico de los niños/as que me hizo pensar. El estatus sociométrico mide el grado de aceptación o rechazo de un niño/a en su grupo de iguales. Según esto, existen niños populares, niños rechazados, niños promedio, niños ignorados y niños controvertidos (Coie, Dodge y Coppotelli, 1982). Esto me hizo reflexionar sobre las causas que pueden conducir a un niño a ser rechazado, el sufrimiento que esto implica para el niño, las posibilidades de intervención individual y grupal para mejorar su situación, y la profunda injusticia que supone el que algunos menores puedan ser rechazados por sus compañeros por causas de las que no tienen culpa alguna y que el propio niño rechazado no comprende (padecer un TDAH, un Trastorno Específico de Lenguaje, una discapacidad, un problema de salud, mostrar dificultades en sus habilidades sociales, apariencia física, etc).

Por desgracia, para algunos niños su paso por las aulas no es un camino de rosas. Esta es la historia de Clara, cuyo nombre hemos modificado por razones de privacidad, pero cuya historia es real.

La historia de Clara

Cuando Clara comenzó a acudir al colegio a la edad de 3 años, la maestra de educación infantil advirtió que aquella alumna tenía dificultades para relacionarse con sus compañeros. Tenía un patrón de juego algo diferente al del resto de los niños y niñas. Jugaba a cosas distintas. Tendía a jugar en solitario, y se mostraba silenciosa y retraída con sus iguales, aunque no parecía tener problemas para hablar con los adultos. Se le diagnosticó de mutismo selectivo y se intervino a nivel de clase con el apoyo de la orientadora escolar, lográndose que la niña comenzara a hablar e interactuar mejor con sus compañeros/as.

Sin embargo, este no fue el final del problema. Los años fueron pasando, y a lo largo de la etapa de educación primaria, Clara seguía sin tener apenas amigos. Quizá fueran los temas de conversación que manejaba, excesivamente “adultos” para el gusto de sus iguales. Quizá su vocabulario, muy elaborado y maduro para su edad. Quizá fueran sus juegos, que eran únicos, diferentes y originales. Clara solía jugar en solitario. En el patio de recreo se la veía con frecuencia sola. Cuando se realizaban juegos de equipo, Clara siempre era la última en ser elegida por los capitanes de los equipos. En las fiestas de San Isidro, nadie quería ser el chulapo que bailase el chotis con Clara. Ella nunca fue la mejor amiga de nadie. Progresivamente, las invitaciones a cumpleaños (que en los primeros años de primaria sí recibía) fueron disminuyendo.

El infierno de la educación secundaria

Cuando Clara comenzó la etapa de educación secundaria, los problemas se hicieron más graves y profundos. El clima social de un instituto es mucho más complejo. En el instituto se crean jerarquías sociales más sofisticadas, pandillas y tribus juveniles con características distintivas (los góticos, los emo, los otakus, los gamers, los raperos, los skaters), algunas con componente étnico (los latinos, que formaban su propio grupo), grupos sociales más diferenciados, y jerarquías de popularidad (los popus y los no popus). Todo este entramado social se entreteje y refuerza con elementos virtuales, como la popularidad en Instagram, que se gana a golpe de selfies, tik-toks y “morritos”. Clara no pertenecía a ningún grupo, ni tenía cuenta de Instagram, ni le gustaba poner “morritos” en redes sociales. Además, Clara tenía TDAH, lo cual le puso las cosas algo más complicadas. Su charla constante y su especial sentido del humor no siempre era bien recibido por sus iguales. Intentó con poco éxito imitar a algunos de los adolescentes de su instituto. Se cortó el pelo, se puso un aro en la nariz, se vistió con ropa estrafalaria. Mezclaba elementos estéticos de unas y otras tribus. Cambiaba de estilo de un día para otro. Intentó ser respetada haciéndose pasar por “malota”, contestando mal y diciendo muchas palabrotas. ¿Acaso no son cool mis compañeros que hablan así? No era consciente de las sutiles y complejas pautas sociales que determinaban la pertenencia a un grupo. Se buscaba a sí misma, su tribu y su identidad. Pero no terminaba de encontrar su lugar.

Clara no logró tener amigos verdaderos. En más de una ocasión tuvo que escuchar frases como “no te juntes con Clara si quieres ser popular”, “es que no quiero que me vean contigo”. Ella no comprendía por qué no lograba ser como los demás. No comprendía por qué su ecléctico y variable estilo personal, su sentido del humor, su forma de comunicarse, no eran aceptados. En 3º de la ESO empezó a salir con un chico y se sintió exultante de alegría. Tener novio era para ella una muestra de que podía ser querida y aceptada como los demás. Pero pronto se encontró con la crueldad de algunas compañeras de instituto. “Pero ¿cómo es posible que salgas con Clara? Ya hay que estar desesperado para salir con ella. Pero si es un puto orco”. “No te pega nada salir con Clara”. Finalmente, el chico rompió con ella y comenzó a publicar compulsivamente selfies en Instagram mostrando abdominales, para restaurar su popularidad, dañada por haber salido con una chica despreciada por el grupo.

Las consecuencias psicológicas y emocionales

Clara empezó a tener problemas emocionales. Llegó a interiorizar que era inferior a los demás, poco digna, despreciable. Se odiaba a sí misma, empezó a tener problemas de ansiedad y depresión, ideación suicida y autolesiones. Se quedó en los mismos huesos. Actualmente, Clara se encuentra en tratamiento psiquiátrico, farmacológico y psicológico, con la autoestima muy minada. Continúa estudiando en el mismo centro educativo, donde cada comienzo de curso es una nueva esperanza: “a ver si este año me toca una clase mejor”. Sigue siendo una chica con una gran imaginación y creatividad, inteligente y original, y con mucho potencial. Pero no encaja en los parámetros de un grupo de compañeros excluyente. Desde el centro educativo no se ha tomado ninguna medida para apoyarla ni para favorecer la inclusión de los alumnos con dificultades relacionales.

Abandono institucional y escasez de recursos

La falta de recursos disponibles en el sistema educativo dificulta la prevención e intervención con estos casos. Los orientadores se encuentran desbordados, así como el profesorado, y no hay suficiente personal que trabaje con el alumnado en el plano relacional y social. Existen trabajadores sociales en los Equipos de Orientación, pero el número es extremadamente reducido para las necesidades del sistema educativo. Estos equipos abarcan un área territorial muy extensa, con muchos centros educativos a su cargo, por lo que no pueden realizar una intervención directa y personalizada con todos los alumnos que lo necesitan.

La falta de recursos también afecta a los servicios de Salud Mental, a los que acude Clara. El psiquiatra la atiende cada tres meses, lo cual es claramente insuficiente para llevar a cabo una terapia. Clara está acudiendo a un psicólogo privado, que la atiende semanalmente, pero esta terapia tiene un elevado coste y no puede ser cubierta por todas las familias afectadas.

La intervención en la escuela desde el Trabajo Social

Tal y como comenté en el artículo Por qué necesitamos trabajadores sociales en la escuela, es de vital importancia generalizar la figura del trabajador/a social en los centros educativos. Este profesional puede trabajar con menores en situación vulnerable, con dificultades relacionales y sociales con trastornos del aprendizaje, alumnado migrante, alumnado perteneciente a minorías étnicas, y favorecer su inclusión y el establecimiento de vínculos sociales sanos con sus compañeros. También puede intervenir en casos de bullying o acoso escolar, en casos de conflicto entre alumnos o familias, así como en casos de niños y niñas rechazados o ignorados, mejorando su participación en la escuela y su sentimiento de pertenencia, y reduciendo el riesgo de absentismo o abandono escolar.

La inclusión de los niños rechazados requiere un trabajo multidimensional, no únicamente dirigido a mejorar las habilidades relacionales del alumno/a afectado, sino también orientado al conjunto del alumnado, fomentando la reflexión sobre la igualdad y la diferencia, la aceptación de la diversidad humana, generando sentimientos de empatía y comprensión en el grupo, y alentando el establecimiento de vínculos con todos los alumnos, a través de la realización de diferentes dinámicas. Creando escuelas inclusivas, que respeten y valoren la diferencia y permitan a todos los niños y niñas tener la oportunidad de ser uno más.

Imagen de Anemone123 en Pixabay

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Martial Heriberto Rosado Acosta
Gran Maestro Premio Compartir 2004
Sembré una semilla en la tierra de cada estudiante para que florecieran los frutos del trabajo campesino en el campo que los vio nacer