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Kunturi: una propuesta para la formación de tejedores sentipensantes

Un espacio de encuentro y diálogo para recuperar la memoria en la construcción de identidad tanto con estudiantes de secundaria del Colegio Orlando Fals Borda IED, en Bogotá. 

Abril 1, 2019

En la actualidad, la sociedad atraviesa una época de crisis generalizada en que la ciudad se ha convertido en el espacio donde se pulsan las tensiones entre lo diverso, lo auténtico, lo distinto, lo determinado y lo virtual, en medio de un especial adiestramiento para el acceso al mundo del trabajo regulado por las dinámicas del consumo. Escenario en el que no solo emergen nuevas formas de construcción e interacción de subjetividades configuradas desde el uso e, incluso, el abuso, de las nuevas tecnologías de la información, sino en el que, también, nace la interpelación por el significado que tiene que recuperar y salvaguardar el saber popular de las comunidades, como una alternativa y medio de resistencia al interior de la ciudad para hacer frente al impacto de los modelos hegemónicos.

Bajo esta perspectiva, la escuela en la ciudad ha de ser pensada y reconocida como espacio de encuentro y síntesis de la vida cultural en el que se origina y promueve la reflexión-acción. Pensamiento que promovió a inicios del 2011 la puesta en marcha del proyecto Taller de tejidos KUNTURI con estudiantes de secundaria del Colegio Orlando Fals Borda IED , con el propósito de alcanzar unas metas compartidas dirigidas a la transformación de la comunidad escolar y su relación con la ciudad desde la práctica del oficio milenario de tejer, teniendo en cuenta que la educación en la escuela debe involucrar, necesariamente, un conjunto de experiencias pedagógicas orientadas a dotar de sentido la existencia humana para generar acciones colectivas hacia el bien común. 

Este proyecto integra elementos del pensamiento de Fals Borda para reflexionar sobre la cotidianidad escolar al tomar como marco de referencia la propuesta metodológica de la Investigación-Acción Participativa (en adelante IAP), en el desarrollo de tres ejes fundamentales: lo social, lo cultural y lo productivo, que incluyen de modo transversal la recuperación de la memoria a manera de saber popular; la construcción de identidad tanto particular como colectiva y el ejercicio de reconocerse en el otro y reconocer al otro dentro de sí.

Desde lo social, las dinámicas del taller han hecho posible la creación de tejido humano con carácter proactivo y reflexivo que cultiva como principios de ciudadanía la solidaridad, la tolerancia y el altruismo; un tejido capaz de impulsar la realización de acciones de paz, cotidianas y creativas, que favorecen y promueven relaciones de alteridad, equidad, respeto y corresponsabilidad, al tiempo que propende por la apertura y consolidación de espacios de participación en los que se garantice la construcción de conocimientos que integren tanto el saber académico como el saber popular, experiencial y práctico. 

A través de lo cultural, en relación directa con el saber popular, el taller ha logrado establecer un diálogo con las raíces culturales que sostienen la comunidad, con el ánimo de estimular posibilidades de acción que fortalezcan la construcción de identidad y respondan al sentido de recuperación de la historia propia, reivindicando tanto la dignidad como la autonomía colectiva. 

Desde lo productivo, las prácticas de diseño y elaboración de diferentes artículos para comercializar al interior de la comunidad escolar en las diferentes actividades institucionales, han facilitado la construcción y consolidación de un modelo de economía solidaria, con un esquema de trabajo colectivo en el que los estudiantes antiguos guían y acompañan el proceso formativo de los principiantes, garantizando la autosostenibilidad del proyecto en términos de recursos humanos, técnicos y financieros.

 

Hilar la memoria

A partir de la práctica del oficio tradicional de tejer, se vuelve explícita la necesidad de acudir a la reconstrucción histórica de la memoria popular, con el fin de indagar por el origen y posible evolución de las técnicas ancestrales de tejido lo cual también moviliza las inquietudes frente a su incursión en América y su transición hasta la actualidad, momento en que han perdido casi por completo su vigencia y su valor, además de tener que luchar contra la producción en masa ofrecida por la industria y privilegiada por los medios masivos de comunicación. 

En este contexto, cabe considerar que las generaciones emergentes configuradas por las nuevas tecnologías, en cierto modo indiferentes a la reconstrucción y apropiación histórica, resultan ser más susceptibles al consumo desmesurado de productos industrializados, respecto a la elaboración y consumo de artículos de tipo artesanal que representan, por un lado, el recurso a la exploración creativa y disfrute de las propias potencias, y por otro constituyen una ruptura frente a modelos estandarizados que ofrece el comercio habitual asociados a un estilo de vida.

Este panorama exige establecer al interior de la comunidad educativa alternativas que insistan en la importancia de volver a aprender colectivamente y, sobre todo, aprender haciendo, para contrarrestar los efectos negativos de las dinámicas citadinas que permean sobremanera el quehacer escolar. En razón de ello el taller de tejidos KUNTURI es una apuesta por recomponer la relación de la comunidad con el sentido común y el conocimiento popular, a fin de movilizar desde su interior las acciones colectivas que permitan, desde la cotidianidad, ser el motor de la historia que dé lugar a nuevas formas de comunicar, participar, crear y compartir, en las que exista una conciencia propia con capacidad de autodeterminación, un contacto cultural positivo y no violento que promueva la tolerancia entre las diferentes tradiciones, y una praxis que pueda subsanar la necesidad de autonomía e identidad cultural en la vida comunitaria.

 

Entre punto y cadeneta

Suena el estrepitoso timbre de mediodía que anuncia el fin de la jornada escolar, es viernes, y entre la carrera de muchos que despiden con desdén la semana de clases, un grupo de estudiantes se da encuentro en el aula de tecnología, traen consigo las anécdotas de la semana, un manojo de hilos trenzados, unas cuantas inquietudes y algunas novedades para compartir. El grupo es variado, pero el propósito es el mismo: sentarse a tejer, y entre punto y cadeneta, nudo plano y entorchado, diseños y telares, dejar salir todo aquello que en la mente habita y que reclama ser pronunciado. 

Desde que inicio el taller esas voces que allí convergen tienen como una de sus tareas hilar la memoria y para ello curiosean el baúl de los recuerdos de sus abuelos, padres, familiares y amigos, en busca de conocimientos sobre técnicas, materiales, diseños y experiencias; ejercicio para disipar el olvido y refrescar la memoria. Así, al llegar los viernes las vocecillas empiezan a narrar sus encuentros: “mi tía sabe hacer balacas con flores”, “yo tengo un amigo que sabe hacer manillas con nombres”, “mi abuelita le enseñó a tejer a mi mamá y a ella no le gustó, yo quiero hacer una bufanda para regalarle a mi mamá porque ella no aprendió” (N.C. N° 5). 

Las palabras se cruzan entre sonrisas, para compartir tradiciones y anécdotas familiares, enciende el deseo por aprender de quienes los rodean, como si aquellos fuesen cajitas de sorpresas por descubrir, deseo que a su vez se convierte en un llamado a recuperar y proteger estas enseñanzas. Sin embargo, el diálogo no se queda ahí, ellos saben que con un click, la red se convierte en una caja de maravillas, de manera que para hilar la memoria ya no solo están las personas y sus historias, está también la internet y su multiplicidad que ofrece una variedad de recursos e información; entonces, al llegar los viernes, las vocecillas cuentan: “¡uy profe! yo encontré una página que tiene muchísimos planos para hacer manillas”, “yo bajé un video para hacer bufandas con ese telar, hay muchos”, “miren que por allá en Argentina hay un man que teje rebacano”, “¿ustedes sí han visto las mochilas que hacen los indígenas de la Guajira?...uff, voy a publicar las fotos” (N.C. N° 9).

Esta avalancha de información aviva aún más ese deseo por aprender, el tiempo del viernes parece diluirse en un instante y las voces ya no esperan al viernes, se cruzan en clase, en descanso, a la entrada y a la salida, en el comedor y desde casa, reclaman espacios, encuentros. Entonces, se hacen contactos, reservas, se solicitan recursos y quedan programadas unas cuantas visitas a museos, exposiciones y otros talleres.

 

Tejer identidad

Al encontrar el sentido que guarda recuperar la memoria con todo su esplendor y riqueza, germina el principio de construcción de identidad tanto personal como colectiva, que implica para los jóvenes entrar en resonancia con la tradición y el territorio, y ser partícipes de su transformación. Ahora bien, no resulta fácil construir identidad desde el arraigo histórico en medio del turbulento flujo de información, el bombardeo publicitario, la sociedad del espectáculo, el devaluado sentido de la política y la desvirtuada noción de ciudadanía que, en conjunto, debilitan en los jóvenes su capacidad de cuestionarse e interpelar el contexto, provocando la indiferencia frente al análisis de la problemática social y el escaso interés por asumir un compromiso con el rumbo que ha de tomar su comunidad, donde la participación cívica y el sentido de ciudadanía se confunden con la acción misma de consumir: trabajar para consumir, consumir para tener, tener para ser reconocido socialmente; una lógica bastante deshumanizadora.

Resulta, entonces, apropiado interrogar el papel que cumplen tanto la educación, como la escuela y sus actores, respecto a sus obligaciones éticas y políticas más allá de los asuntos de eficiencia, gestión y rentabilidad a los que se obedece hoy, ya que es precisamente desde la escuela donde se ha de construir una identidad tanto personal como colectiva que posibilite el empoderamiento de los jóvenes frente a la transformación de su comunidad. En esa dirección, el taller de tejidos abre un espacio al interior de la escuela para la formación de sujetos políticamente activos, es decir, ciudadanos críticos, que desde la cotidianidad se den a la tarea de repensar y recomponer no solo las relaciones entre los miembros de su comunidad particular, sino la relación misma con las dinámicas de la ciudad y los lazos territoriales.

Por tal razón, el taller de tejidos al interior de la escuela pensado como espacio de encuentro e interacción de subjetividades que convergen bajo unos mismos propósitos, implica construir identidad individual y colectiva e hilar la memoria para hacer una lectura significativa del presente y tejer pensamiento desde el diálogo, acción que comprende cambiar las formas convencionales de comunicarse con el otro, en cuanto la importancia radica tanto en el saber escuchar y ser escuchado, como en pensar lo que el otro está diciendo y darle vida a la voz callada. Esta práctica de sentarse a tejer física y espiritualmente, y dejar que la palabra camine, se convierte en una herramienta pedagógica para hacer frente al conjunto de códigos políticos y culturales dispuestos por el modelo hegemónico, que son socialmente aceptados sin considerarles ajenos o inusuales.

 

Entre la trama y la urdimbre

El aula de tecnología los viernes en la tarde desdibuja su imagen oficial cuando el armario metálico del fondo abre sus puertas y los hilos de colores empiezan a viajar entre manos, unas son blancas, otras morenas; las hay grandes, medianas y pequeñas; delgadas y gruesas; sudorosas, un tanto inseguras; también hay fuertes y delicadas, y algunas visiblemente doloridas. Sin embargo, todas ellas saben ser manos que quieren tocar fibras e inventar formas, que quieren contar aquello que las pone muy frías, que quieren encontrar otras manos con las que se sientan realmente comprendidas.

Una de aquellas manos se eleva y la voz que le acompaña pronuncia: “¿oigan y al fin qué, cómo nos vamos a llamar?”, manos y voces comienzan a agitarse, algunos tejidos se suspenden, en el ambiente resuena: “a mí me parece que debe ser un nombre raro, diferente”, “yo digo que sea algo como de los indígenas que fueron los primeros que tejían”, “un nombre que todos recuerden” (N.C. N° 11). Con esa tarea, el próximo encuentro viene cargado de expectativas, llega la hora y después de varias intervenciones, explicaciones, quejas, inconformidades, chistes, juicios, historias y ensoñaciones, en el tablero del salón queda escrita la palabra KUNTURI, vocablo quechua que significa cóndor o gran espíritu enviado por los ancestros, con el que se sienten identificados porque ellos mismos se consideran parte de ese gran espíritu ancestral que ha venido para ayudar a recordar y no dejar que se pierdan las enseñanzas de los abuelos.

Ahora que ya tienen un nombre que los convoca, la siguiente tarea es pensar cómo decir en pocas palabras lo que se hace en el taller más allá de anudar y entrelazar hilos. Pasan los meses, casi un año y es con el peso de la experiencia, los encuentros y des-encuentros, la multitud de imágenes y el flujo de información que transita la memoria, pero manteniendo siempre el corazón dispuesto, como una de aquellas tardes KUNTURI proclama: Tejemos pensamiento, anudamos sueños, entrelazamos sentimientos, trenzamos ilusiones, inventamos sonrisas, cortamos malos ratos, y deshilamos en el viento los sin sentido, para ser una comunidad de vida, alegría y paz” (N.C. N° 24). Y con esta afirmación inicia una nueva etapa: ahora KUNTURI tiene voz para manifestarse desde el colegio con intención de traspasar esa silenciosa barrera de velada conformidad que recorre la ciudad.

 

Ser tejedores sentipensantes

Tejer pensamiento y caminar la palabra, como práctica que comprende un compromiso personal con fines colectivos, resulta ser una herramienta para entablar asertivamente el encuentro con el otro, en razón a que no basta pensarse como individuo, es necesario pensarse en sentido orgánico, como parte de una multiplicidad que crea unidad, en la que se acepta al otro y se deja ser sin luchar por imponer lo que se considera una verdad propia, entablando relaciones horizontales y dialógicas mas no verticales y jerárquicas. 

Esta propuesta de recomposición de las relaciones sociales, está anclada al pensamiento de Fals Borda sobre la formación de sujetos sentipensantes, capaces de integrar el saber con el sentir; un saber compuesto no solo por el conocimiento académico, positivo, occidental, sino un saber que atienda a la riqueza que se halla inmersa en las tradiciones y conocimientos populares, que pueda dialogar y dar cuenta de la historia de la comunidad así como de la historia personal; es un saber vinculado con el sentir propio, individual y colectivo, que reconoce las raíces culturales que sostienen a la comunidad misma y que fortalece los lazos identitarios a partir de la recuperación de valores como el altruismo, la solidaridad y la cooperación.

Desde esta perspectiva, el trabajo en el taller busca sentar bases para lograr la transformación tanto de realidades como de valores y actitudes, que reafirmen la importancia del otro en los procesos de negociación, democratización y socialización del saber, como principios fundantes de colectividades reflexivas y colaborativas, que propenden por el derecho a la participación-acción en respuesta a las inquietudes y necesidades particulares que circulan en el contexto. En razón a esto, KUNTURI emerge como colectividad para la formación de tejedores sentipensantes, que plantea como reto hacer que la escuela recupere su sentido esencial y vuelva la cara a los jóvenes que la recorren rompiendo la imagen de la fría edificación donde se asiste simplemente por formalidad.

 

La estética del tejido

Es uno de los encuentros habituales del viernes en el aula de tecnología y, aunque de los integrantes fundadores del grupo quedan solo unos cuantos, empiezan a escucharse anécdotas de aquellos tiempos; han pasado casi dos años, y los antiguos cuentan a los nuevos cómo inició el taller mientras les ayudan a elaborar el que será su primer telar; las tablas en larga fila, las puntillas dispersas sobre las mesas, dos martillos, y entre ello, relatos de aprendizajes y vivencias que durante el tiempo trascurrido se han acumulado en el baúl de los recuerdos de KUNTURI. 

Aparece el recuerdo de los “paseos”, que no daban espera, salir de la localidad es toda una aventura, pues desde el alto del barrio Barranquillita, la ciudad se pierde entre nubes de polución que desdibujan el horizonte. La expectativa previa a cada salida pulsa como torrente: “¿a qué hora nos vamos?”, “¿es peligroso profe? mi mamá me dijo que no me separara de usted, qué tal me pierda”, “yo nunca he ido a un museo, ¿todas esas cosas si son de verdad?” (N.C. N°17). Los lugares y las calles capturan la atención de estos jóvenes transeúntes; es una multiplicidad que desborda la imagen y toca su sensibilidad: es la ciudad y son ellos descubriéndose en ella, ¿cómo podrían olvidarlo?, si es justo desde su interior desde donde ellos mismos se inventan y se recrean, que el mundo los toca y los habita, y precisamente es allí donde se piensan como voz, como cuerpo que pronuncia, como manos que narran. Y en medio de tantos colores, formas y texturas descubren con agrado que no son los únicos, ni son pocos, en medio de la inmensa ciudad, quienes se empeñan en recuperar la memoria, se identifican con otros pequeños espíritus enviados por los ancestros semejantes a ellos.

Las voces de los tejedores sentipensantes se convierten en la historia de KUNTURI, que guarda en su interior la memoria de diferentes tradiciones, la palabra que camina para hacer eco en pasillos, salones, rincones, calles y redes, razón por la que más allá de la espera por el turno para martillar las puntillas y dar por terminado el telar, importa escuchar, conocer al otro, ser parte activa de la historia del grupo al mantener viva la memoria. Pasan las horas y el tiempo del encuentro está cercano a su final, son casi las cuatro de la tarde de un viernes, y a pesar del cansancio que acompaña a muchos luego de una semana de trabajo en el colegio, la satisfacción por la compañía y el trabajo realizado junto a la levedad que se siente después de contar, reír y saberse igual al otro son quizás el motor que convoca a este grupo de estudiantes a volver cada viernes dispuestos a sentarse a tejer.

 

Anudar-se a la ciudad

Pensar la ciudad como lugar donde se pulsan las fuerzas divergentes que componen la sociedad, más allá de acercarse a una visión trágica y desencantada, debe ser ocasión para reflexionar sobre los retos que esta época impone en cuanto a la producción y socialización del saber y frente a la identidad de la escuela como institución portadora de ese saber. Es, en razón a ello, como el recorrido trazado hasta el momento en el taller de tejidos KUNTURI, lejos de ser una experiencia pedagógica más con simple pretensión de validez institucional, significa, en esencia, un interés colectivo por recomponer los deteriorados lazos entre sujeto, escuela y ciudad, no de manera instrumental, indiferente a los cambios mismos de estos, sino desde el compromiso ético-político que como ciudadanos deben asumir quienes se dedican a la tarea de educar.

Precisamente, es la indiferencia frente al cambio que han tenido los adolescentes en las formas de percibir, leer y comprender la realidad, lo que evidencia la crisis de identidad de la escuela misma, que no atiende particularidades ni mucho menos multiplicidades. Entonces, el llamado es a renovar las prácticas no solo para producir, sino para comunicar el saber, que permitan a los jóvenes tener voz, alzar la mano y ser reconocidos; que desde la escuela se recomponga la relación con la ciudad y su multiplicidad como escenario que abre la posibilidad de crear y recrear imágenes, historias y saberes para hilar la memoria, tejer identidad, pensar el territorio y ser tejedores sentipensantes.

 

Lea el contenido original en la página web de la Editorial Magisterio.

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Escrito por
Docente de Filosofía y Ética en el Colegio Orlando Fals Borda IED. Filósofa de la Universidad del Cauca. Estudiante de la Maestría en Comunicación- Educación de la Universidad Francisco José de Caldas.
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Laura María Pineda
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