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La educación como oficio del Estado

Siendo la educación la única cosa grande, o suficiente, no se explica por qué razón ha permanecido rezagada, olvidada, como algo secundario o subsidiario. 

Febrero 9, 2018

La lucha tenaz por la financiación de la educación pública, liderada por Fecode, en el reciente paro del magisterio oficial, nos obliga a pensar seriamente en este derecho de todos los seres humanos, como un oficio esencial del Estado. El máximo aparato de la sociedad políticamente organizada, tiene unas funciones medulares: la seguridad, la justicia y la defensa de la soberanía. Pero al lado de estos retos, tiene un cuarto oficio, del que no puede desentenderse: el oficio de la educación. Este punto tiene que ver con la macroestructura del poder educativo.

Si se tiene claro qué se va a enseñar y si se imparte esa enseñanza con honradez, se ha resuelto parte del problema. Sin embargo, queda otra parte muy importante por definir: ¿quién realiza la función de educar?, ¿acaso se asimila o equipara la educación a cualquier sistema de producción —cervecería, automotores, computadoras, hamburguesas— y se deja en manos de particulares, sin ninguna vigilancia o con un débil control?, ¿o es el Estado quien asume la responsabilidad plena e imparte la educación directamente, por intermedio de sus maestros? Veo que esta última cuestión es la apuesta de Fecode, y, la que debemos defender todos los colombianos.

Al abordar el sustancial tema de la educación y su papel en la formación y dirección del Estado, un arsenal de preguntas aplasta la imaginación e impide dar tan siquiera una respuesta significativa, pues éste fue, tanto para los clásicos griegos como para los tigres asiáticos, el principal instrumento de desarrollo político y de avance tecnológico.

La educación es “la única cosa grande”, dice Platón en el libro VII de la República, y después se rectifica y agrega, “en lugar de grande suficiente”, ya que las demás prescripciones que se les impongan a los gobernantes “son todas de poca monta”; y el mismo pensador, en el libro VI del diálogo Leyes, enseña que el hombre “si obtiene una correcta educación y una naturaleza afortunada suele llegar a ser el animal más divino y manso, pero si no se lo educa suficientemente o no se lo educa bien, es el más salvaje de todos los que engendra la tierra”.

Durante la última década del siglo XX y los primeros años de esta centuria, se habló con insistencia del “milagro de los tigres asiáticos”. Quien hizo el milagro no fue un dios sobrenatural, sino la educación. Para citar un solo ejemplo, Corea del Sur una vez que terminó la guerra con Corea del Norte, derrotó el analfabetismo y pasó de tener 3.000 escuelas a 20.000, y de un millón quinientos mil estudiantes a once millones quinientos mil [1].

Siendo la educación la única cosa grande, o suficiente, no se explica por qué razón ha permanecido rezagada, olvidada, como algo secundario o subsidiario, pues no ha avanzado tanto como las ciencias físicas y naturales.

Teniendo en cuenta que la educación es el instrumento que hace del hombre un ser manso y divino, o la más feroz de las fieras, para decirlo con las palabras de Platón, y la herramienta que conduce o encamina al niño y luego al hombre en su formación para afrontar los retos de la vida, cada libro de ciencia política debería ser un tratado de educación.

Pero en este tipo de libros ni siquiera se menciona la educación, porque seguramente se piensa que la educación es un asunto del que sólo deben ocuparse los maestros que exigen reivindicaciones salariales, más no el Estado, que tiene los desafíos de la guerra, la economía y la política internacional.

Este es un error garrafal, porque si un pueblo ha crecido sin la formación que transmite la educación estará sometido siempre a la coacción y a la tiranía, pues el ciudadano ignorante es incapaz de escoger el mejor gobernante y rechazar al charlatán.

¿Educación preescolar?, ¿educación primaria?, ¿educación universitaria? ¿Educación para la investigación, la ciencia y la tecnología?, ¿cuáles son sus objetivos?, ¿será pública o particular?, ¿desde cuándo y hasta cuándo se impartirá?, ¿con qué presupuesto?, ¿cuáles serán sus métodos y actitudes?, ¿será presencial o virtual?

Éstos son apenas una parte del raudal de interrogantes. A pesar de la importancia, la dimensión y la profundidad con que debe ser asumido el tema, aquí tan sólo me limito formular otras preguntas que considero esenciales: ¿Para qué se educa?, ¿qué se enseña?, ¿por cuenta de quién se educa?, ¿a quién se educa?, ¿cuándo se educa?, ¿cuáles son los agentes de la educación?, ¿cómo se educa? ¿Cuál es el presupuesto?

Todas estas preguntas son correlativas, y en una empresa de tanta importancia guardan íntima relación unas con otras, y aunque su enunciado pueda dar a entender que se refieren a asuntos distintos, en esencia es uno solo: la educación vista de manera integral y universal. Sirvan todos estos interrogantes para provocar el debate del más importante oficio del Estado: la educación.


[1] PROGRAMA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL DESARROLLO. Educación. Agenda del siglo XXI. Hacia un desarrollo humano. Director Hernando Gómez Buendía. Prólogo de Carlos Fuentes. Bogotá, PNUD-Tercer Mundo Editores, 1998, p. 141.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Doctor en Derecho Público de la Universidad de Zaragoza (España)
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