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La escuela fabulada

Una actitud solícita de búsqueda debe vincularse al currículo desde los primeros ciclos de la educación, pues desde esta condición se promueve el entramado activo de los múltiples lenguajes de la cotidianidad. 

Agosto 4, 2017

En su trabajo cotidiano como educadora de niños y niñas de primer ciclo del Colegio Diego Montaña Cuellar de la localidad de Usme, y de estudiantes de segundo, tercer y quinto ciclo del Colegio República de Colombia de la localidad de Engativá, Ana Brizet Ramírez se preguntaba si era posible reinventar la escuela.

Si a partir de las vivencias cotidianas, se podría pasar de las rutinas de transmisión de información en las clases, al desarrollo de propuestas colegiadas y contextualizadas para la producción de conocimientos Dándole alas a esta inquietud, que surgía de su práctica pedagógica, Ana Brizet imaginó una escuela desdoblada en diversos ámbitos de ensoñación y de goce, capaces de enmarcar los procesos de enseñanza y aprendizaje.

¡En universos alternos capaces de despertar la pasión, el compromiso y los afectos en el proceso de formación del espíritu científico! Y fue así como de repente (aunque no tan de repente en realidad), la escuela comenzó a sufrir transformaciones extraordinarias: transitabas por un corredor y al llegar a la esquina y dar la vuelta te enganchabas en la trayectoria de un asteroide de casi 500 metros de diámetro que, después de pasar muy cerca de la órbita terrestre, se dirigía hacia una galaxia remota de la constelación de Casiopea…

Te distraías en clase y sin saber cómo ni por qué, te descubrías agarrándote con todas tus fuerzas de la punta del gorro de dormir de Scrooge mientras viajabas en el tiempo sobre una Londres nebulosa ubicada justo en el patio de recreo… De camino a la Rectoría eras encapsulado por una pompa gigante de jabón que se elevaba por los aires y tenías que aprender a maniobrar en pleno vuelo tratando de descifrar el códex secreto de la termodinámica… ¡Aquesto era increíble!

Y quería decir que la apuesta de Ana Brizet había llegado a buen término y que la ciencia, el arte y la cultura cobraban vida a través de distintos escenarios, concebidos por el ingenio pedagógico para convertirse en irresistibles aventuras de descubrimiento.

La profesora Ramírez denominó a estos escenarios “contextos de enseñabilidad” y se propuso articularlos como estrategia del currículo transversal, con el fin de potenciar nuevas formas de aproximarse al conocimiento en la escuela.

Después de una fase de revisión y construcción teórica, (ya advertíamos que la transformación no fue en realidad tan repentina), y del período de planeación, durante el cual se configuraron los distintos contextos, la fase de desarrollo fue esa gloriosa epifanía en la que todos los universos paralelos cobraron vida para asombro y complacencia de los estudiantes y de la comunidad educativa en su conjunto.

Los ecosistemas, el universo, las funciones vitales, la literatura de Charles Dickens y el legado africanista e indigenista son algunos de los escenarios que emergieron de esta tentativa de fabulación.

Pero allí no se detiene la gestión pedagógica que iniciara esta visionaria, quien explica que “a medida que se desarrollan los contextos, se adelanta un proceso de sistematización y análisis a partir de rejillas y matrices que permiten hacer un seguimiento al proceso de cada uno de acuerdo a los tópicos que desglosa el trabajo didáctico”.

La educación deviene así en un tránsito en permanente transformación, que permite a los estudiantes ser protagonistas de sus aprendizajes y que fomenta una actitud de curiosidad activa a partir de la introducción en marcos de significado, que rompen con los esquemas convencionales del pensamiento académico.

Un tránsito que demanda un compromiso serio y sistemático, por parte del equipo docente, con la investigación y el seguimiento de las propuestas didácticas y de su vínculo con los nuevos repertorios tecnológicos, las industrias culturales y las lógicas que perfilan las nuevas sensibilidades en la sociedad.

El desarrollo de este proyecto ha permitido concluir que los contextos de enseñabilidad permiten pasar de una escuela basada en la información, a la construcción de una escuela centrada en la producción de saberes como ejercicio de posibilidades.

La profesora Ramírez destaca en este sentido que “la formación de espíritu científico en la escuela, (derrotero inicial de su apuesta pedagógica), pasa indiscutiblemente por una actitud abierta y sensible de maestros y estudiantes ante la realidad, que les permita cartografiarla logrando otras videncias y sonoridades”.

La cartografía de los mundos posibles de la escuela es quizá entonces la cartografía de un lenguaje, de un código incesante de creación y asombro del que la vida no puede prescindir. 

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Alianza Idep - Compartir
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Hoguer Alfredo Cruz Bueno
Gran Maestro Premio Compartir 2009
Logré vincular el aula y la comunidad rural a través de expediciones que marchaban tras la huella de la cultura local en tertulias de lectura que se convirtieron en lugares de encuentro entre los padres, los hijos, los textos y la escuela.