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La escuela libre: nuevas luces al proceso educativo

La escuela libre requiere de una descentralización del proceso docente que ubica al profesor como guía y asesor durante el proceso de construcción colectiva del conocimiento dentro del aula.

Agosto 19, 2019

Con quien primero se debe entender un niño o una niña es consigo mismo. Y eso solo es posible si se participa de un ambiente en el que uno tiene que decidir qué hacer, y se asume las consecuencias y la responsabilidad de esta decisión.

Domingo Contreras

Los modelos educativos más tradicionales surgieron dentro de contextos específicos que pusieron todas sus esperanzas en un racionalismo vertical facilitador de productos (humanos) eficientes. Este “Imperio de la Razón”, en términos generales, colapsó hacia finales del siglo XIX, materializándose un neocolonialismo mercantilista devastador y en dos guerras mundiales que deformaron para siempre el rostro del individualismo moderno. Sin mucho qué rescatar del antiguo racionalismo decimonónico, las formas de percibir, interpretar y crear el mundo cambian y comienza a surgir un pensamiento que reivindica procesos creativos y políticos más horizontales, basados en la puesta en común de necesidades sociales captadas desde el hacer cotidiano, y que reclaman la construcción del conocimiento de forma interdisciplinaria y colectiva, más allá de los idealismos y de los dogmas institucionales;  las primeras escuelas libres nacen dentro de este contexto[1].

En Colombia, el primer modelo de escuela libre lo podemos ubicar en la EPE (Escuela Pedagógica Experimental). Esta escuela, como todas las escuelas libres del mundo, se inscribe en la promoción de alternativas educativas a las ya existentes e institucionalizadas con el propósito de generar espacios de construcción colectiva y horizontal del conocimiento, en respuesta a necesidades y búsquedas comunes y concretas de los estudiantes. De este modo, la escuela ha logrado darles mayor sentido a los saberes, pues los relaciona directamente con prácticas heterogéneas y necesidades reales.

Como ya puede intuirse, la escuela libre requiere entonces de una descentralización del proceso docente, es decir que ubica al profesor como guía, canalizador y asesor durante el proceso de construcción colectiva del conocimiento dentro del aula, que no realiza controles dogmáticos del saber, y en cambio, posibilita (promueve) el desarrollo más autónomo y autorregulado para los estudiantes: “La escuela debería ser ese contexto en el que nuestros niños llegan a ser lo mejor que pueden llegar a ser, que puede estar muy distante de lo que nosotros querríamos que fueran” (Segura, s. f.). Durante los paneles del primer módulo del Diplomado en Educación e Innovación al que asistimos algunos docentes de la Universidad Gran Colombia, tuvimos la oportunidad de escuchar algunos testimonios de egresados y estudiantes de la EPE, y hubo algo que me llamó la atención profundamente. Un joven egresado de la escuela, que incluso hoy en día es profesor universitario, nos comentó que, sin desvirtuar la labor del docente tradicional, para él sus profesores fueron, más que figuras incuestionables de autoridad, acompañantes o cómplices en su proceso de aprendizaje. Su testimonio me hizo recordar que la excelencia del profesor, ahora y siempre, nos habla de sus virtudes como asesor y promotor, fuente de estímulo durante el proceso de aprendizaje de los estudiantes, más dispuesto a la socialización de sus conocimientos que a la impartición unidireccional de acervos canónicos.

El módulo del diplomado dedicado a la EPE terminó con una visita a la escuela. Después de hablar tanto sobre ella, se hacía necesario el contacto directo: Era martes, una mañana fría y lluviosa; todos los profesores estábamos a la expectativa. Nuestros anfitriones nos recibieron con bebidas calientes y amplias sonrisas; posteriormente, nos asignaron una pareja de estudiantes, que no pasaban los quince años, para que nos mostraran la escuela. Lo hicieron con gran desenfado; se sentían cómodos con nosotros: no nos asumieron como figuras de autoridad ni como auditores extraños. Nos mostraron la huerta, el gallinero, las aulas, y un poco el bosque, mientras charlábamos de sus vidas, de sus gustos y opiniones, de lo que sentían por la escuela. Todo este diálogo fluyó naturalmente, como entre iguales; me asombraron la seguridad y facilidad de su discurso, el sentido de pertenencia, su falta de temor para expresar lo que pensaban.

Pienso que las escuelas libres tienen mucho que aportarle a la escuela tradicional y, por qué no, al contexto universitario. El conocimiento, apoyado, por supuesto, en los hombros de aquellos gigantes de Einstein, se construye desde la curiosidad y la apertura. El pensamiento creativo, de natural caótico, integra los saberes por contigüidad, los pone a dialogar para que nos entreguen su bondad. Los aprendizajes horizontales naturalizan los procesos de auto regulación necesarios para que cada uno logre enfrentar los conflictos sociales y a las consecuencias de sus acciones; nos sugieren, a nosotros, profesores por convicción, desmontar la ilusión que confunde autoridad con autoritarismo, sabiduría con dogmatismo, y reabrir los procesos educativos al diálogo, al intercambio con los estudiantes. En estos tiempos, en que la información fluye y prolifera sin dique, el profesor debe conciliar con nuevas formas de comprender, aprender, construir y representar el mundo, más cercanas a la solución de problemas cotidianos, técnicos y tecnológicos. Debemos emprender una suerte de reinvención, reingeniería, si se quiere, de nuestros procesos docentes, aceptar el reto que nos impone la cultura contemporánea.

Bibliografía

  • Carbonell, J. (2015). Pedagogías del siglo XXI. Alternativas para la innovación educativa. Madrid: Octaedro editorial.
  • Contreras Domingo, J. (2004). Una educación diferente. Cuadernos de Pedagogía, 241: 12-17.
  • Segura, D. Recuperado de http://www.dinosegurarobayo.com/articulos-y-ensayos.
  • Popenoe, J. (1973). Summerhill. Una experiencia pedagógica revolucionaria. Barcelona: Laía.

 



[1] Desde Summerhill, se han extendido, en el tiempo y en distintos países, muchas escuelas bajo estas modalidades disruptivas. En el libro La educación auténtica: variedades de la libertad, de David Gribble, podemos encontrar alrededor de dieciocho ejemplos de experiencias de escuelas libres: Sadbury Vallery School (EEUU), la escuela de la nueva cultura (Argentina), la caseta (Barcelona), la escuela libre Padeia (Extremadura) y en la Latinoamérica el Proyecto Integral León Dormido (Ecuador), entre otras muchas.  

 


Photo by Patricia Prudente on Unsplash

 
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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