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La muerte de Merlí

A través de dos historias intercaladas, Miyer Pineda reflexiona sobre el asesinato de líderes sociales y otras crudas realidades colombianas.

Mayo 15, 2020

(Apuntes para una clase)

Nota: El profesor quiere dedicar estos apuntes a los niños que han sido asesinados en el Cauca; a sus compañeros y amigos que sobreviven; a sus familiares y docentes, y a aquellos quienes quieren a los perros.

1.

Los perros nos ven y nos ladran desde lejos. Los que yo llevo, olisquean el pasto en el camino sin alterarse por los ladridos a distancia. Desde que se acabaron las cátedras en la U paseo perros; algunos de mis exalumnos de la universidad me hacen bromas cuando los encuentro en la vía y me preguntan por los precios para que yo pueda pasear a sus mascotas; yo les prometo descuentos, por supuesto.

La carretera en la que hago el recorrido, lleva a uno de los lugares turísticos de la ciudad; un pueblito creado de la nada para asombrar a los turistas. Sin embargo, uno toma el desvío de una calle alterna y destapada, y comienza a subir la ladera de una montaña; así se elude el aburrimiento que provocan los viajeros y el tráfico de los habitantes del sector.

A unos veinte metros alcanzamos a los perros; ya no ladran; por el contrario, la pose furiosa dio paso al silencio y ahora a la necesidad del reconocimiento; entre todos los perros comienzan a olerse, a percatarse de la especie. Escoltan a un anciano; sus ropas viejas y descoloridas y su esfuerzo por hacer que ese carrito con ruedas enormes y desiguales, trepe esa parte de la montaña, hacen que el camino se ponga triste y angustioso.

El viejo no se inmuta con nosotros. Es como si no quisiera gastar energía y dedicar toda su fuerza a la titánica tarea. Le pregunto que si necesita ayuda -lo que es obvio- pero me mira y no responde. Me le acerco; prácticamente lo hago a un lado y entre los dos empujamos el carro cuesta arriba. Está pesado. Veo alambres, latas de cerveza, cartón, reciclaje; cebolla larga y una bolsa de papas; quién sabe qué otras cosas habrá debajo de todo ese espectáculo de la pobreza, cuando el protagonista es una persona de la tercera edad, con sus perros; son cuatro animalitos que mueven la cola y juegan con los que llevo.

Ya comienzo a sudar y los perros se persiguen; pienso en la socialización de las pulgas (¿qué dirían los dueños? ¿Qué dirían mis estudiantes? ¿Qué pensarían?). Ya casi en la cima empujamos con más fuerza, pero pareciera que esa curva aparente quisiera castigarnos; no nos arredramos y logramos llegar a lo plano. El viejo me mira; entiendo que quiere darme las gracias, pero no me dice nada.

Yo sigo empujando unos 200 metros más, hasta que llegamos a un punto en el que la vía se divide en dos: una que sube y otra que baja. Por supuesto –así es la vida- el viejo continúa por la que sube; así que empezamos a empujar otros 150 metros más. Chiflo para llamar a los perros que se fueron por la vía que baja; ya reconocen mi chiflido; llegan corriendo, felices.

A.

En la capacitación nos han dicho que debemos estar a las 5:30 am en la plaza céntrica de la ciudad, en la famosa Plaza de Los Libertadores. Nos han dicho que llevemos ropa abrigada porque en el sitio hace mucho frío; se dice que las temperaturas en ocasiones se acercan a los 5 o 6 grados centígrados, e incluso menos. Yo llevo un buzo de lana, una ruana, unos guantes, fruta en una mochila, mi celular (aunque nos han dicho que allá no hay señal), y la novela, Lejos de Roma, de Pablo Montoya. Son las 5:45 de la mañana; sale el sol. Me doy cuenta, hasta el final del recorrido, que en el taxi está una de mis estudiantes más juiciosas; acompaña a su novio en su noche de trabajo. Creo que me mira a través del espejo; pero no ve mi sorpresa. Es domingo, 02 de octubre del 2016. ¿Recuerdan qué pasó ese día? -Tienen tiempo de buscar mientras retomamos la primera historia-.

2.

Empujar el carro en una vía plana -entre dos- es fácil, a pesar de que las ruedas desgonzadas dieran la impresión de que el esqueleto que sostiene el armatoste, podría derrumbarse, en cualquier momento. Supongo que pienso esto para que mi conciencia quede tranquila; porque eso es lo que pasa por lo general, cuando ayudamos a alguien; lo hacemos para aliviar nuestra culpa por la situación en que se encuentran; como si la culpa fuera de nosotros; como si no se pagaran impuestos para que la sociedad combata la pobreza y dignifique, en este caso, la vejez. Pero la culpa está ahí, y no se va, aunque los culpables sean esa masa de políticos miserables que se roban la plata, la malgastan y la invierten mal.

Ayudar un poco nos permite decir que hicimos algo, así sea momentáneo; sin embargo, también pienso en que no conozco más allá la ruta, y el ascenso, nuevamente, comienza a agudizarse. Los perros me miran porque saben que hasta allí llega el paseo. Sé que hay más perros adelante, porque ladran con una furia inusitada. Los míos se adelantan al ver que no les hago la señal: siempre chiflo, ellos se regresan y volvemos a la zona urbana. Me da miedo que algún perro ataque a Toby o a Helga.

En el camino, una curva impide saber qué hay más allá; nunca he ido en los meses que he recorrido el lugar. Sin embargo, hoy le ayudo a este señor silencioso con su carro, y todo el grupo de seis perritos de adelanta. Al tomar la curva, poco a poco, comienzo a ver que los perros que ladran con furia, están encadenados, y que la vía se empina cada vez más. Hay lotes a los lados, vacas, casitas de campesinos, ranchos descuidados entre árboles frutales. Siento curiosidad por saber hasta dónde debe el anciano empujar ese carro, y me da pena por él, porque si no vive en algunos de los ranchos del sector, implica que tendrá que empujar una pendiente casi a un kilómetro de distancia; una subida igual -incluso peor- que la que acabábamos de escalar; es una curva de montaña que se pierde entre unos árboles. No puedo evitarlo y continúo esforzándome, sudando y preguntándole al viejo que en dónde vive; pero el viejo me mira unos segundos y no me dice nada.

B.

Nos dividen en tres carros; me apresuro y subo primero a un automóvil, al frente, al lado del conductor. Comenzamos a andar y enrutamos hacia la montaña, a través de los barrios de la periferia. A los veinte minutos pasamos por la vía que lleva a mi colegio; continuamos el ascenso hasta una escuela rural, la otra sede (hoy ya cerrada porque se quedó sin estudiantes: el campo se queda sin niños), y nos encaminamos hacia el páramo. El conductor prende la radio y pone una emisora local.

–Más adelante se va la señal y toca poner una memoria- dice, refiriéndose a una USB.

Me aterra el posible gusto musical del conductor. Me aterra que ponga a uno de esos cantantes seudopopulares que evidencia el rigor intelectual y el estado de postración del nivel emocional de nuestra sociedad. Me aterra que todo el viaje sea en una vía destapada y con acantilados a la izquierda; y me aterra el regreso sin luz por el camino.

- Esta carretera aparece pavimentada en los registros; se supone que ya está terminada-. Dice el conductor, con ironía.

- La corrupción de este país. Todo se lo roban los políticos-, agrega uno de los pasajeros.

Sortear las piedras del camino o los huecos en la vía, es complejo y requiere habilidad. Se nota que el conductor conoce bien el trayecto.

-Aquí hacen mogollas y canastos-. Agrega

Espero el apunte de alguno de los pasajeros, pero imagino que intentan dormir. El chofer apaga el radio.

Luego de una media hora, los dos pasajeros sentados atrás, por fin hablan; se nota que se conocen; con las horas me daré cuenta de que trabajan juntos y que odian a las FARC, a Santos y al proceso de paz.

-Tener que madrugar para esta “mierda”-, dice uno de ellos.
- La paz de Farcsantos– responde el otro.

Yo saco la novela de Montoya para intentar la fuga mientras veo el camino; las montañas; el cañón; el verde de esa hora; imagino el río que alimenta a la ciudad, al fondo, bajando frío y cristalino desde el páramo, kilómetros arriba.

En el camino escucharé todos los reparos posibles y todos los temores absurdos que se hicieron virales a lo largo de la campaña por el SÍ y por el NO, en el plebiscito por la paz: Santos es un guerrillero y le va a entregar el país a las FARC; van a quitarle las pensiones a los viejos para dársela a los guerrilleros; van a volver homosexuales a los niños, etc.

Somos jurados de votación, en una de las mesas más apartadas de la ciudad; a un par de horas de camino; en la escuela rural más lejana; y creo que soy el único que está de acuerdo con el proceso así que me silencio con algo de temor, por el resultado imprevisible de las votaciones. Porque el plebiscito evidencia lo que ya sabemos muchos docentes en Colombia: las élites nunca se han interesado por conocer al país que gobiernan; no comprenden que nuestro país es una masa fanatizada por la religión, el odio, la intolerancia y la pobreza, a la que se le enseñó que la violencia es la única opción para participar como ciudadanos en una aberrante democracia; y en esa única opción que se les rinda, su función es poner los muertos y votar manipulados. Santos no entendió que la élite le adjudicó a la guerra unas funciones estratégicas para poder mantenerse en el poder, y que, en esa dinámica, las guerrillas son fundamentales; así que no pueden dejar de existir. Por eso la élite detestó y detesta a Santos nombrándolo traidor; por poco los deja sin la principal zanahoria que utilizan para distraer a un pueblo que apenas sobrevive.

(Le puede interesar: ¿Y los jóvenes qué espacio tienen en el proceso de paz?)

3.

Los perros juegan; se meten a los lotes aledaños y se persiguen. Nosotros seguimos empujando el carro. En la curva, en una zanja abierta por la lluvia, hay un colchón. ¿Qué clase de personas son capaces de traer un colchón hasta acá, y tirarlo en la vía para que alguien más se los recoja? A lo mejor el viejo quiera echarlo al carro –pienso-, y me preocupa, porque esos colchones son pesados. Pero no; seguimos empujando y yo siento ya un cansancio que marea. Acezamos, pero no nos detenemos.

Ya en la cima, al fin, recorremos unos treinta metros más, y veo que la vía se divide en dos. Una se desvía hacia la izquierda y se pierde en un descenso entre eucaliptos, y la otra, que va hacia la derecha, lleva a unos ranchitos modestos, con llantas y maderas como cercas, y perros, muchos perros (no dejo de pensar en la película de Alejandro González Iñarritu, escrita por Guillermo Arriaga, en donde suena Lucha de gigantes de Nacha Pop y que termina con la siguiente dedicatoria: “A Luciano, porque también somos, lo que hemos perdido”. ¿Saben cuál es? Les daré tiempo para que la busquen, e incluso, que la vean).

En las orillas de los ranchos, canecas plásticas enormes, azules, en las calles destapadas. Supongo que son para recoger agua. Al llegar al cruce, el viejo se detiene. Yo sudo y chiflo para que los perros vengan a mi lado. Comprendo que hasta aquí me dejará ayudarlo. El viejo gira a la derecha y se va solo. Supongo que ha de vivir en alguna de esas casas porque afuera de ellas, hay reciclaje. Me regreso limpiando mi sudor con la manga de la chaqueta y los perros furiosos de los ranchos corren, dando la impresión de que van a zafarse o a romper sus cadenas para destrozarnos.

C.

-Por esa vía se sube al páramo, y esa casa lujosa que se ve abajo es una empresa que se roba el agua y nos la vende en bolsas plásticas-. Dice el conductor.

A esa hora hay poco tráfico, pero por el camino, hemos visto carros recogiendo leche. El paisaje es muy hermoso.

-Aquí funcionaba una escuela

Sé que se llama La Quinta, y me da la impresión de que llegó a ser una sede del colegio en el que trabajo. Hay muchos trayectos bien pavimentados porque esta vía une a Boyacá con Santander. El tráfico, en unos años, será atroz, y seguramente tendrá un impacto negativo en el páramo; lo que resulta preocupante porque se trata de una reserva ecológica que brinda agua a toda una ciudad.

Cuando llegamos al colegio, hay policía y delegados. Pueden votar decenas de personas, pero lo harán menos de treinta y el resultado será desolador. En un celular se pondrá el himno a las 8 am y a las 4 pm, (alguien insistirá en que debe ponerse también a las 12 pm); lloverá todo el día; el frío será atroz; escucharé a estas personas contar cómo guerrean en sus respectivos empleos; los escucharé quejarse del sistema de salud, de la corrupción y de los políticos; y por supuesto, de su esperanza en que el plebiscito pierda.

Yo, lejos de Roma, me leeré toda la novela de Montoya, sin saber que, en la consulta anticorrupción, sucederá lo mismo: la gente no saldrá a votar, perdiendo la posibilidad histórica de castigar a los corruptos. Conclusión: Colombia es un país en el que la gente vota mal, para poderse quejar por cuatro años, y luego, ya comprendida la lección, darse el lujo de votar peor.

4.

Durante el descenso, Helga y Toby se meten en un lote y corren; ya cae la noche y eso me preocupa; tantos perros rabiosos amarrados no es buena señal; por algo las personas desconfían. En la curva, en uno de los árboles, me da la impresión de que hay una pequeña lechuza; saldrá a cazar más tarde pequeños roedores de campo, supongo. El colchón sigue ahí y yo acelero el paso. No sé por qué, pero comienzo a pensar en mis exalumnos. Si me hubieran visto empujando el carro ¿qué dirían? ¿Saludarían al menos? Si preguntaran, respondería que le va mejor a una persona cuidando perros y haciendo reciclaje que como catedrático en la U. Dirían que el viejo es mi padre o mi abuelo, y cuando ese carrito pase cerca al campus, dirían, ese es el padre o el abuelo del profe.

¿Tendrá salud el viejo? ¿Por qué una persona de la tercera edad, en este país, tiene que someterse a condiciones tan precarias, en lugar de estar en su casa, leyendo o viendo tv con su familia? ¿Cuántos kilómetros al día se recorre el viejo, y cuánto dinero le pagarán por lo que recoge? ¿En este momento habrá algún trapo rojo en las maderas de su rancho? ¿Cómo será su dieta? ¿Qué pensará de la vida, del Estado, de los políticos? ¿Qué pensará de la cantidad de miles de millones que se van en guerra y en corrupción? ¿Y si en lugar de matarnos, dedicáramos un porcentaje de esa fortuna, a llevar el Estado a quienes nunca lo han sentido, más que como la bota que los aplasta?

Colombia es una sociedad que se acomoda a cualquier circunstancia, y en el que la élite vive bien, parasitando la guerra y el presupuesto público, mientras la clases media y baja, se acostumbraron a sobrevivir, apenas. Colombia es ese país en el que aquellos que se atrevan a pensar y a señalar la injusticia y la desigualdad, serán estigmatizados, se los llamará mamertos, izquierdosos, terroristas de civil, etc., y serán amenazados, silenciados, perseguidos.

¿Cuántos ancianos estarán en la misma situación? ¿Cuántos colombianos estarán en la misma situación?

Ya cerca al pueblito le pongo los collares a los perros; desde la montaña se ve el lujo, la imagen que proyectan personas que viven bien, que comen bien, que no empujan carros de basura; que no han tenido que huir de sus tierras huyendo de la mano asesina del despojo; que no han visto al dios de la muerte a los ojos, haciéndoles sentir que no son nada, nadie, y que solo valen lo que disponen los amos de la muerte, aquellos que manejan los medios y patrocinan músicas estúpidas, para anestesiar nuestras mentes. Recuerdo a Susan Sontag: “Dondequiera que la gente se sienta segura… sentirá indiferencia”.

¿Y la U qué, en este escenario? ¿Solo clasecitas magistrales? ¿La escuela qué tiene que decir frente a esas realidades que queremos esconder, o que nunca han importado? ¿Hasta qué punto los docentes asumimos la función de pensar el país que nos tocó? ¿Hablamos del hambre en nuestras clases? ¿Hacemos algo más que llenar formatos que se archivan y que no sirven para nada? ¿Seguimos considerando el aula como una pasarela? ¿Vamos más allá de la absurda reunión que habría podido ser un correo electrónico? ¿Y los estudiantes qué? ¿Ya están listos para seguir votando por los parásitos de siempre? Pantallizados y con los pulgares más rápidos del oeste, ¿intentarán comprender el país que les espera? ¿Aún las palabras sueños, proyecto de vida, compasión, les dirán algo? ¿Se habla de la compasión en las aulas? O ¿en un país de rezanderos fanáticos, la esencia de la fe es de mamertos?… “La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita” dice Sontag, y es probable que esas palabras, con el tiempo, ya no nos digan nada, así como el viejo de la montaña, para quien las palabras sobran porque ya no se necesitan, estorban.

Los perros acezan porque el recorrido de hoy fue más largo. Los dejo en su casa y me despido porque tengo clase con Merlí (¿saben quién es? Es un profesor de filosofía del Ángel Guimerá; podeís matricular allí a vuestros hijos, porque ellos son el futuro de la patria).

D.

Tan pronto suena el himno nacional, a las 4 pm, hacemos el conteo de votos. Pocos votos. Así es la democracia en un país atrasado y analfabeta: mucha inversión y pocos resultados; porque en realidad no hay democracia, hay un espejismo democrático; lo que existe es la tiranía de una alianza macabra entre mafiosos, corruptos y lacayos, que tienen a la sociedad a merced de la ignorancia, del crimen y del hambre. Han succionado tanto la democracia que han dejado anémico al Estado; nos reparten las sobras, como en El Hoyo (¿ya la vieron?): 333 círculos, tiene el infierno -si seguimos el modelo de Dante-, y allí lo fundamental del padecimiento es comprender el mensaje, como quijotes; sí, siempre el mensaje (“obvio”), como en El último vuelo del Osiris de Animatrix o el Joker, en la trilogía de Batman, de Nolan.

El resultado en la mesa de votación más lejana, anuncia lo que pasará en la ciudad; y lo que pasará en el país; el NO ganará por un estrecho margen. En el carro, ya de regreso, el chofer deja una emisora, aunque al comienzo se extravíe la señal. Los resultados son nefastos; quienes sabemos que la paz es la entrada para señalar los problemas fundamentales que tenemos como país, hemos comprendido que la guerra es una forma de lucro para muchas personas, y, por lo tanto, tardará más nuestra patria en salir de ese Hoyo (¿ya la vieron?), de ese hueco en el que nos acostumbramos a estar como los habitantes de la Caverna platónica (lo siento, pero esa toca leerla, porque no está en Netflix).

Para ese resultado tan lógico y desesperanzador, hay que buscar la fuga: libros o cine. Santos, luego de las 4 pm, habrá comprendido que traicionar a su casta tiene unas terribles consecuencias, y que debió haber leído un poco más la historia de Colombia: como no conoce la mentalidad del colombiano, hizo el plebiscito. Los promotores de la guerra, estarán felices porque manipularon tan bien, a tanto colombiano, que una vez más, se salieron con la suya: sin la guerrilla (esos idiotas útiles expertos en hacer elegir a los presidentes de derecha), se pondrían en riesgo sus verdaderos negocios. Las próximas jugaditas de los señores de la corrupción y de la muerte, serán, poner a un títere en el gobierno, y luego, atravesársele como una mula muerta, a la consulta anticorrupción; mientras seguirá el exterminio de líderes sociales, sin que nadie diga nada.

Para la fuga, entre un libro y una película, me decido mejor por una clase; ya leí una novela el día de hoy, así que terminaré el curso de filosofía en el Ángel Guimerá, -me falta una sesión-; pero del ensueño de la filosofía… a otro desastre; lo que faltaba ese domingo: el maestro, al final de la trama, muere. Dos golpes ese día: un país prefiere la muerte a una negociación que salvaría vidas y reduciría un presupuesto, que podría encaminarse a dignificar a los más pobres del país, y construir y mejorar hospitales y escuelas; y en el Guimerá, el maestro muere.

¿Cómo explicar la desazón? ¿Cómo amainarla? Hay una lechuza en el árbol frente a la ventana. Somos seguidores de Atenea. Eso indica que se trata de utilizar el pensamiento para salir del hoyo; así se entiende entonces que lo que sigue, es llevar el mensaje.

Sin embargo, la incertidumbre. Hagamos un plebiscito como el de Santos ¿Si el Maestro muere la Escuela se derrumba? Han asesinado a más de 1300 maestros en este país del sagrado corazón, y ya casi pasamos de 1000 líderes sociales asesinados en este país de rezanderos y de gurús de la moral. Y si el Maestro se marcha para siempre como los dinosaurios ¿quién defenderá lo fundamental? ¿Quién le arrojará libros a sus discípulos para golpear los prejuicios que lo habitan y que le impiden pensar y ser?

La lechuza es sabiduría, conocimiento, símbolo de pensamiento y soledad; es el Maestro diciéndonos que de lo que se trata el juego, es de aprender de sus lecciones y que ese es el mensaje.

El Maestro es bestial en su embestida contra una sociedad atascada en los tumores que subyugan lo humano. El Maestro propone una vuelta al pensamiento mientras los burócratas que parasitan la democracia, hacen lo posible por convertir la Escuela en un recinto en el que se proscriba el acto de pensar. El Maestro es esa piedra contra la que se vuelve añicos la imbecilidad del mundo.

 (Le puede interesar: La escuela, sujeto colectivo de resistencia y construcción de paz)

5E

5E (¿lo entienden?). Otro día hablaremos del maestro del Ángel Guimerá, y del viejo de la montaña; y otro día hablaremos de Animatrix y de la peste que en este momento nos rodea, y que dejará centenares de muertos debido a que los cadáveres suben el rating y la popularidad; y otro día, hablaremos de lo que nos ha enseñado el virus: por lo pronto, ha demostrado lo equivocadas que han sido, estas generaciones de políticos miserables que volvieron la salud un negocio; porque no puede estar bien que los médicos y las enfermeras tengan que morir desamparadas; no puede estar bien que la gente se tenga que arriesgar a salir a buscar comida, porque son pobres y viven al día, mientras el gobierno derrocha miles de millones de pesos en publicidad, en camionetas, en armamento para reprimir a los hambrientos; no puede estar bien que haya trapos rojos en las puertas mientras los senadores sesionan en piyama y bien alimentados, ganándose 44 veces más que lo que se gana una persona de estrato bajo; no pueda estar bien, que los parásitos corruptos sigan utilizando la guerra como una forma de encubrir sus porquerías; y además, por más que los noticieros, periódicos, familiares, redes sociales, etc., nos digan que la culpa es solo de la guerrilla, pues no, no puede ser cierto; no puede seguir siendo cierto que estemos tan acostumbrados a la muerte, que ya el oficio de asesino, de criminal o de corrupto, sean las únicas opciones rentables, preferibles; la única opción de vida que le queda a los emprendedores del futuro… Luego la seguimos, y ¿si vieron las tareas? Pasen el mensaje.  


*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Docente Licenciado en Ciencias Sociales, magíster en Historia y doctorando en Lenguaje y Cultura en la UPTC. Profesor del colegio Quebec y catedrático de la UPTC Duitama
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Hoguer Alfredo Cruz Bueno
Gran Maestro Premio Compartir 2009
Logré vincular el aula y la comunidad rural a través de expediciones que marchaban tras la huella de la cultura local en tertulias de lectura que se convirtieron en lugares de encuentro entre los padres, los hijos, los textos y la escuela.