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Recordando a Jaqueline Cruz, Gran Maestra del Premio Compartir en el año 2000

Su meta pedagógica: lograr que los alumnos le perdieran el miedo a las matemáticas y le encontraran sentido a ese lenguaje que se utiliza en ellas. 

Noviembre 10, 2017

Todo en su vida es un aprendizaje: desde las matemáticas, que cuando pequeña un hermano le ayudaba a entender; hasta los trabajos de sus alumnos, que le permiten conocerlos mejor. Otro aprendizaje muy importante para Jaqueline es todo lo que ha venido después del reconocimiento como Gran Maestra: hablar en público o frente a las cámaras, responder entrevistas y explicar una y otra vez esa propuesta que la hizo merecedora de la distinción.

Desde que era estudiante de bachillerato, Jaqueline vio el sufrimiento de muchos de sus compañeros que no entendían ese lenguaje simbólico que les pintaban en el tablero en las clases de matemáticas.

Cuando llegó a la universidad (se graduó como licenciada en matemáticas en la Universidad Distrital), también encontró que algunos profesores se centraban en lo simbólico y hasta ella, que en secundaria no había tenido problemas en esa área, quedaba sin entender nada. Ya como maestra fue testigo del miedo y el odio que producía en muchos alumnos la materia que enseñaba.

Hasta 1994 —llevaba cuatro como docente— Jaqueline era una maestra normal, como ella misma afirma. Ese año participó en el proyecto ‘Integración de áreas’, que buscaba trabajar un tema en todas las áreas, a partir de inquietudes que tuvieran los estudiantes.

Aunque el proyecto solo se realizó durante un año, la inquietud por cambiar la manera de enseñar quedó dentro de ella. Solo tres años más tarde esa inquietud empezó a germinar; a mediados de 1997 Gran Maestra 2000 Jaqueline Cruz inició un programa de formación permanente para la enseñanza de las matemáticas, en la Universidad de los Andes, y allí, además de darse cuenta de los vacíos que tenía, reafirmó la necesidad de cambiar el enfoque y la metodología de sus clases.

Después de ese curso ya no se sentía capaz de volver a enseñar de manera tradicional. Al tiempo que hacía investigaciones y aprendía sobre otros temas de su disciplina, cristalizó sus inquietudes en un proyecto, que su esposo —ingeniero de sistemas— bautizó ‘Durmiendo con el fantasma’.

Dedicó horas y horas a definir qué quería y cómo lo iba a hacer: lograr a través de algunas acciones que los alumnos le perdieran el miedo a las matemáticas y le encontraran sentido a ese lenguaje que se utiliza en ellas. Así nació el Portafolio, como una de esas acciones. Los alumnos que no alcanzan los logros de su nivel presentan trabajos en los que parten de un problema construido por ellos para explicar algún tema específico.

Con esta manera de evaluar, Jacqueline logró algo que añoraba desde jovencita y que las tradicionales previas no permiten: que cuando el estudiante no entienda algo no se quede solo, sino que tenga una orientación para entender dónde están sus fallas. Esto que parece tan simple no lo es: además de conocimiento de la materia, requiere mucho tiempo, pues el Portafolio recibe comentarios una y otra vez, mientras el estudiante consolida el concepto que está trabajando.

Con el Portafolio, cada alumno va aprendiendo a su ritmo, reflexiona sobre sus errores y, algo muy importante, ve que las matemáticas sí tienen sentido y que son algo que cualquiera puede ir construyendo. Por su parte, Jacqueline se asombra ante la creatividad de sus estudiantes y se siente feliz de poder apoyarlos sin temores de por medio. 

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Henry Alberto Berrio Zapata
Gran Maestro Premio Compartir 2007
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