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Reinventar la escuela católica desde dentro

A la hora de cambiar la escuela, de transformarla, de reinventarla, hemos de hacerlo desde dentro de cada una de ellas.

Agosto 3, 2018

Podríamos comenzar diciendo que sabemos mucho de educación. Asistimos frecuentemente a encuentros, jornadas, congresos; leemos y nos formamos individual y colectivamente. Pero nos falta el empuje, la responsabilidad y el compromiso suficiente para llevar a la práctica lo aprendido.

Así pues, sabemos más de lo que somos capaces de llevar al aula y a la escuela, para procurar, mediante el esfuerzo individual y colectivo, que la educación cambie, mejore. No lo logramos. La escuela en general y la escuela católica en particular, no termina de salir de su zona de confort, de repetir una y otra vez: “aquí siempre se ha hecho así”; o de realizar implementaciones puntuales, fragmentadas, descolgadas de un proyecto educativo innovador, transformador y adaptado a la nueva realidad social-educativa, capaz de comprometer y motivar a toda la comunidad educativa del centro.

Hoy día, en esta encrucijada de los tiempos, la sociedad ha cambiado y la educación está llamada, con urgencia, a cambiar, a adaptarse y responder a los nuevos desafíos que las personas reclaman. Los ajustes no son superficiales, puntuales o pasajeros. Éstos han venido para quedarse, pues la educación se ve requerida a cambiar de continuo, progresivamente y en profundidad; de lo contrario, no responderá a los nuevos retos, a las nuevas necesidades de una sociedad compleja, deshumanizada, que se ha vuelto depredadora y violenta, corrupta y mentirosa, en una profunda crisis de civilización... y no una mera crisis económica.

A la hora de cambiar la escuela, de transformarla, de reinventarla, hemos de hacerlo desde dentro de cada una de ellas. En esta transformación interna debemos de contar con la participación y el compromiso de todos. No será fácil, pues gran parte del profesorado y de la comunidad educativa, procede de una cultura poco participativa; carente de iniciativa y de pasión, pues se les ha adormilado.

Hay que posibilitar que renueven esa pasión y energías, que un día les llevó a ser maestros. Favorecer en ellos su motivación intrínseca, para que sean críticos, creativos, colaborativos y se conjunten en el diseño y desarrollo de una escuela nueva, comprometida, transformadora, que preste un gran servicio a la Sociedad, a la Iglesia y a cada una de las personas que acoge y educa.

Los desafíos son muchos, pero por no dispersarnos y diluirlos, me centraré en unos pocos, en los que viene insistiendo el Papa Francisco (2015 y 2017), que además coinciden con lo que la sociedad proclama actualmente en los informes internacionales y que se recogen en el Informe de la UNESCO de 2015, así como con lo que nos indican expertos como Díaz Salazar (2016). Dicho de forma coloquial, hemos de educar la cabeza, el corazón, las manos y los pies de las nuevas generaciones; es decir, educar su mente, sus emociones, su compromiso social y el que se movilicen como ciudadanos activos, en la mejora y construcción de una sociedad más humana, justa y solidaria. Tal y como nos indica igualmente, el último documento promulgado por la Congregación de la Educación Católica (2017), titulado: Educar al humanismo solidario.

Al afrontar esta transformación desde dentro de la escuela, hemos de poner en juego cuatro ejes que actúan como requisitos básicos para poner en marcha toda la maquinaria de cambio y realizarlo con éxito. Así, para cambiar desde dentro se requiere, en primer lugar, autonomía, que nos den y que asumamos los márgenes suficientes para tomar las decisiones más acordes y coherentes con la realidad eco-social que atiende la escuela. Esta autonomía hemos de ejercerla desde la interdependencia y no se circunscribe a lo que el Estado y demás instancias nos dan de autonomía, sino que se debe a la que seamos capaces de ejercer con iniciativa y responsabilidad. En segundo lugar, hemos de contar con todos.

El cambio en la escuela no es cosa de unos pocos, todos se deben sentir convocados y ser artífices y partícipes del proyecto educativo-evangelizador que el centro quiere impulsar. En tercer lugar, requiere colaboración. Hemos de tomar conciencia de que venimos de un paradigma competitivo y fragmentado, por lo que tendremos que renovar nuestros esfuerzos para crecer y ganar en capacidad colaborativa, para conjuntarnos, coordinarnos y complementarnos en la construcción de dicho proyecto. Por último, renovar la pasión por mejor servir y educar a los niños y jóvenes, sin que ninguno quede excluido o se pierda en el camino, mostrando una mayor pasión por los más desfavorecidos, abandonados o proclives al fracaso.

Hasta aquí hemos revisado el porqué, el para qué y el con qué realizar esta reinvención de la escuela desde dentro de la misma, con la colaboración de todos los implicados: directivos, profesores, estudiantes, familias y personal no docente. Nos queda ahora dar unas pinceladas sobre cómo afrontar este proceso.

Veamos: Se debe acometer con un nuevo ejercicio de liderazgo acorde a los tiempos, no vale el ordeno y mando, ya que imposibilita, desvía o trunca el cambio educativo en el aula y en la escuela. Un liderazgo más centrado en las personas, que converse y dialogue con ellas desde la humildad, que cuente con todos y procure la participación activa de cada uno; un liderazgo transformacional y adaptativo, que estructure el centro educativo con una nueva organización más horizontal, flexible, descentralizada y colaborativa.

También hay que modificar el currículo, urge simplificarlo y enriquecerlo, quitando todo aquello que es reiterativo o superfluo y no solo dar importancia a los contenidos conceptuales, sino también a las competencias y especialmente a los valores. Como decía recientemente Claudio Naranjo (2017): nos equivocamos al pensar que enseñar es educar. Hemos de educar en valores, para la libertad, la sabiduría, el amor, la solidaridad, la paz, la justicia, etc. Sin duda, educar en valores conlleva un camino largo y coordinado, teórico y vivencial; cultivados en un ambiente empático, a sabiendas de que la escuela se nos volvió antipática. Hemos de sanarla para que sea posible este aprendizaje de los valores que se convertirán en actitudes y se mostrarán en comportamientos nuevos hacia uno mismo y hacia los demás. En este proceso, el testimonio y coherencia de los educadores, resulta determinante.

Se debe educar también de forma interdisciplinar a través de proyectos que posibiliten la participación activa e interactiva de los estudiantes; que se tengan en cuenta sus necesidades y expectativas; que les emocione e implique, pues de todos es sabido que sin emoción no hay aprendizaje; que lo experimenten y lleven a la vida, para mejorar y transformar sus personas, sus contextos. Hemos de ser capaces de llevar la escuela a la vida y de traer la vida a la escuela

Pocos son los centros educativos que trabajan cotidianamente los cuatro pilares de la educación, que propuso el informe Delors en 1996 y de los que el Informe de la UNESCO de 2015, titulado: Replantear la educación, decía, que era necesario reinterpretarlos y fortalecerlos. Así pues, veinte años después siguen siendo válidos y de gran necesidad. Urge implementarlos y trabajarlos en las aulas a diario.

Dichos pilares son: aprender a ser, aprender a aprender, aprender a hacer y aprender a convivir. Según los contextos podremos priorizar unos u otros, pero todos son importantes a acometer en profundidad. Las nuevas generaciones, la humanidad está necesitada de nuestro compromiso por impulsar esos aprendizajes básicos para construir una civilización más humana, dialogante, justa, pacífica solidaria y esperanzada.

Junto a esos pilares, debemos también desarrollar las denominadas 4 C’s, esas cuatro competencias básicas que, con aquellos, constituyen el sustrato de la nueva educación: pensamiento crítico, creatividad, comunicación y colaboración. Así, a diario, desde cada área y nivel, deberíamos ser capaces de identificar cuál y cómo educamos, qué progresión establecemos en el logro de cada una, en los diferentes estudiantes a nuestro cargo.

Por último, disponer el espacio de forma nueva, espacios acogedores y estimulantes, que favorezcan una educación individual, colaborativa y personalizadora, que posibilite la comunicación e interacción entre los diferentes protagonistas del hecho educativo y genere unas relaciones más horizontales, que empoderen al aprendiz y se centren en él.

Afrontar todo esto con la clara intención de ponerlo en práctica, de aprender desde la propia práctica, experimentando, aprendiendo de los aciertos y de los errores, apoyándonos en nuestras fortalezas y en la humildad que nos permite estar atentos a los otros, aprender de ellos, colaborando y compartiendo estrechamente, apostando por una educación que nos renueve y genere una nueva sociedad.

 

Lea el contenido original publicado en la revista de la Confederación Nacional Católica de Educación, Conaced.

 

Referencias:

Congregación de la Educación Católica (2014). Educar hoy y mañana: Una pasión que se renueva. Roma: Vaticano.
Congregación de la Educación Católica (2017). Educar al humanismo solidario. Roma: Vaticano.
Delors, J. (Coord.) (1996). La educación encierra un tesoro. Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI. Madrid: Santillana. Ediciones UNESCO.
Díaz-Salazar, R. (2016). Educación y cambio ecosocial. Madrid: PPC.
Naranjo, C. (2017). ¿Educación para el Siglo XXI? Chile: Congreso Futuro https://www.youtube.com/watch?v=hIHaDT3RnpU
Ojeda, J. A. y Ramírez, B. (Coord.) (2015). Testimonios. Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva. Prólogo Papa Francisco. Madrid: PPC.

 

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Laura María Pineda
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