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Rol del docente: su importancia social

Desde los principios de la humanidad los seres humanos buscaron explicaciones al origen de la vida y al sentido de la misma. 

Noviembre 2, 2017

Esas explicaciones, devenidas en marco simbólico, se configuraron como las grandes narrativas que, acorde a los valores que cada sociedad sustenta, enuncian el modelo ejemplar que orienta toda actividad humana.

La importancia de la narrativa remite al valor del narrador que recupera la memoria para hacer posible la vida entendida como existencia de creación cooperativa. El narrador, ayer el sabio de la tribu, hoy el docente, asume la función educativa que tiene por finalidad ayudar a atribuir significado y sentido a la vida: comprender para intervenir activa y responsablemente en el mundo que existe y en cuyo diseño participa.

La función de ayudar al otro a ser presencia consciente en el mundo deviene al rol docente en acto creativo y la empresa de educar convoca a la integración de voluntades.

La narrativa El ser humano, único ser viviente consiente de su mortalidad, sostiene su deseo de vivir en el trabajo permanente de encontrar sentido a su existencia. Y es justamente el comprender y comprenderse a sí mismo y a los otros lo que deviene una vida en proyecto de existencia. Desde los principios de la humanidad los seres humanos buscaron explicaciones al origen de la vida y al sentido de la misma.

Esas explicaciones devenidas en marco simbólico se configuraron como las grandes narrativas que, acorde a los valores que cada sociedad sustenta, enuncian el modelo ejemplar que orienta toda actividad humana. La trama del relato confiere sentido a la existencia y coherencia a la experiencia y en ese marco hace posible un orden social que vincula a los sujetos entre sí, vinculación que habla de complementariedad en virtud de que cada uno construye su identidad y la de los otros.

En su abordaje de los grandes conflictos humanos y su propuesta de resolución, la narrativa ampara a los seres humanos por su capacidad de inclusión. El héroe, ya sea religioso o patriótico, encarna en su figura los valores sociales, condensa las aspiraciones y creencias de una cultura. Esa es la fuente en la que cada sujeto nutre el deseo que moviliza su voluntad, su pensamiento y su acción.

Al elegir nuestros héroes condicionamos la construcción de nuestra historia, de nuestra posibilidad. Su historia nutre la nuestra, no la aprisiona. La narración social no aspira, en su recuperación de la memoria, a la mera repetición. La memoria social andamia la creación. Los otros presentes en la memoria colectiva nos ayudan a construir nuestra identidad y el significado y sentido de nuestra vida.

A través del mito los griegos señalaron que la creatividad no es huérfana. Las musas, símbolos de la creatividad, eran hijas de Zeus (el poder) y Némesis (la memoria). La memoria recuerda, mantiene vigente lo que cada cultura considera bello, bueno y verdadero; por ello puede “parir” la inspiración anclada en la posibilidad de la reinterpretación de lo recordado.

Y en la reinterpretación anida el cambio que, como hijo de la memoria, se espera no se olvide de su compromiso con la belleza, la bondad y la verdad. N. Postman (1981) asevera que en nuestra Época lo que ha cambiado es el cambio, plasmando en la metáfora del reloj su aceleración incontrolada.

La vertiginosidad del cambio inhibe la reflexión y sin reflexión sobre el pasado como capacidad de integrar los tiempos, dice R. May (1992), el cambio es huida, defensa que actúa en contra del verdadero progreso personal y social. El cambio vertiginoso elige otros héroes, se nutre de otros mitos. Y en el quiebre de las narrativas naufraga la inclusión y crece el desamparo a la sombra del individualismo.

En ese marco se entroniza lo superfluo, lo inmediato y, en una búsqueda desenfrenada del poder, la belleza física, el amor por el dinero, el consumo y la diversión, ancla la esperanza vana de obtener seguridad prescindiendo de los otros.

Los mitos del individualismo tienen como héroes a personajes como Narciso, Midas y Fausto. Narciso, que desprecia el amor de Eco, es condenado por Afrodita a sufrir las penurias de un amor no correspondido. Así, Narciso, prisionero de su belleza exterior, se consume amándose a sí mismo. El egocentrismo conlleva la muerte del sujeto social.

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Publicación cuatrimestral del Instituto de Ciencias de la Educación para la Investigación Interdisciplinaria de la Facultad de Ciencias Humanas, UNLPam, que integra el Núcleo Básico de Revistas Científicas Argentinas.
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