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Un espíritu anda suelto en Armero-Guayabal

Los jóvenes que participaron en esta experiencia aseguraron que una vez se entendieron con El espíritu jamás los volvió a abandonar.

Diciembre 20, 2017

Cuenta la historia de Colombia que el 16 de diciembre de 1539, el expedicionario y teniente Matilde Bahamón encontró una pequeña población indígena ubicada a la sombra de unos grandes guayabos silvestres.

Por orden del conquistador Sebastián de Belalcazar catequizó a los indígenas panches y marquetones, quienes habitaban entre la serranía de Lumbí y el río Lagunilla (norte del Departamento de Tolima) y bautizó con el nombre de Guayabal a las nuevas tierras fundadas.

En 1886, la Ordenanza N° 15 convierte a Guayabal en cabecera del municipio de Armero. El 13 de noviembre de 1985, cuando el volcán Nevado del Ruiz hace erupción, desata toda su furia y entierra en lodo a Armero. Muchos de los damnificados llegaron hasta Guayabal. El municipio pasó de 8 mil habitantes a unos 20 mil, aproximadamente.

Antes de la tragedia, era un pueblo desconocido por sus mismos pobladores, sin una visión cultural definida, aunque en sus entrañas siempre guardó sus tradiciones y creencias.

Por ello, muchas leyendas nunca han muerto y volvieron a aparecer cuando El espíritu, hijo menor de imaginación y recuerdo, llegó al Colegio Departamental Jiménez de Quesada en Guayabal. Dicen que el profesor Luis Fernando Burgos, ganador del Premio Compartir al Maestro 2001, fue el primero que lo vio.

La leyenda

Desde siempre en Guayabal ha existido El espíritu, fuerza que todo lo construye y que nunca muere: ronda sus calles, camina por la plaza central y también por los cultivos de maní, sorgo, arroz y algodón.

Se alimenta de la imaginación de los habitantes y, por ello, sólo puede ser llamado a través de los recuerdos de quienes creen haber escuchado o vivido situaciones mágicas y fantásticas.

Quienes no tienen la capacidad de recordar, jamás lo podrán ver. Luis Fernando Burgos, quien le sigue los pasos a El espíritu desde hace varios años, se sorprendió aún más cuando se dio cuenta que también se paseaba por cada una de las casas y las mentes de las familias de sus alumnos del Colegio Departamental Jiménez de Quesada.

Después de pensar cómo decirles, decidió compartir su “visión” en las clases de castellano y desde entonces, una energía extraña invadió a los estudiantes de los grados sexto, séptimo y undécimo.

A pesar de la felicidad y del entusiasmo de los muchachos para emprender la tarea de recoger y escuchar las historias y tradiciones que les han pertenecido, El espíritu, les dio una mala noticia: “en estos tiempos, hablar con quienes tienen recuerdos no es una tarea fácil”.

Los ancianos y ancianas del pueblo, así como también todas aquellas personas mayores de 40 años tenidas en cuenta para recoger los relatos de la tradición oral de Guayabal, pensaban que aquellos jóvenes, llenos de vida y de imaginación les estaban “tomando del pelo”: “Déjense de perder tiempo y más bien vayan a estudiar”, era una de las respuestas más comunes.

Sin embargo, aquella fuerza extraña siempre estuvo allí, mucho antes del inicio de Guayabal y eso lo saben quienes tenían algo para contarle a aquellos jóvenes inquietos. Dejarse llevar por aquel espíritu era simplemente cuestión de intentar ver lo invisible, tocar lo intocable, es decir, escuchar a la imaginación. Los adultos empezaron a hablar sin restricciones.

Cuando lograron que los mayores se “desarmaran” por completo, dejando a un lado los prejuicios y todo lo que les impedía recordar mitos y leyendas, Luis Fernando decidió “armar” a sus muchachos. Su estrategia iría directo a la teoría; mientras su táctica sería hacer que los alumnos no olvidaran las grabadoras, los cassettes, las hojas de papel y sobre todo el trabajo diario en la lectura y escritura.

Transcurridos los días, las mentes de los habitantes empezaron a relatar mitos tradicionales como La Patasola, La Candileja, El Tunjo y La Llorona y leyendas sobre brujas, serpientes, diablos, niños que se convierten en monstruos, vírgenes que desaparecen, perros que castigan el maltrato y muchas más.

Los jóvenes que participaron en esta experiencia aseguraron que una vez se entendieron con El espíritu jamás los volvió a abandonar. Ahora, no sólo lo ve el profesor Luis Fernando, sino que cuentan que desde que escapó del Colegio Departamental Jiménez de Quesada, visita todos los rincones de Guayabal, en busca de más historias y mentes con imaginación.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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