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Aprender a respetar a los demás: la clave de la paz

Enseñar a respetar a los demás es el reto de la sociedad colombiana en las próximas décadas. 

Julio 21, 2017

La violencia armada, traducida en centenares de miles de muertos y millones de desplazados a lo largo de más de cincuenta años, es una de las dimensiones, si bien extrema, del irrespeto por la vida de los demás. Sin embargo, no es la única manera de segregación entre seres humanos. Otras formas de relacionamiento entre nosotros perpetúan la inequidad. La base de ello: el poco respeto por la diversidad.

Sin duda, el acuerdo de paz ha conseguido un logro sin precedentes: la entrega de más de 7.000 armas y de material bélico ocultado en centenares de caletas bajo supervisión de las Naciones Unidas. Algo más de 6.800 individuos, antiguos guerrilleros, no volverán a utilizarlos en contra de sus compatriotas. La tasa de homicidios, en lo que corresponde al conflcito armado, se ha desplomado. Sencillamente, el acuerdo salva la vida de miles de colombianos, civiles y militares.

No obstante, se abre una etapa de retos descomunales. En Colombia, una sociedad caracterizada por enormes brechas de inequidad social y económica, se caracteriza, también, por una cultura de no respeto por la diversidad en múltiples niveles.

Un activo de valor inconmensurable colombiano radica en la diversidad cultural, étnica, racial, regional, que se expresa de múltiples formas en la cotidianidad. Las maneras de expresarse, los gustos del vestuario, la música, la relación con la naturaleza, son múltiples. Si a ello añadimos, en lo personal, la orientación religiosa, la sexual, las preferencias políticas, el tipo de centros educativos en los que las personas han tenido la la oportunidad de formarse, el nivel de congreso, la historia familiar, encontramos un abanico de diferencias muy profundas entre individuos y también entre comunidades. ¿Hemos sido educados para respetar tales diferencias y aprovechar, como sociedad, la gran diversidad de nuestro país?

A juzgar por acontecimientos del debate diario, particularmente alrededor de la política colombiana, la respuesta es, rotundamente, no. Es claro que, en todas las latitudes del planeta, la discusión política puede asumir tonos de apasionamiento que desbordan el terreno de la argumentación. Sin embargo, en Colombia, se ha convertido en síndrome la intención de la ofensa personal en la discusión de las diferencias. Las redes sociales, poderosa herramienta de comunicación, pueden, en tal contexto, multiplicar el impacto de las ofensas, de las correspondientes reacciones de parte de los aludidos y, en consecuencia, contribuir a aclimatar la cultura del irrespeto.

Es el caso de un reciente incidente entre un expresidente de la república y un connotado periodista a través de las redes sociales. No cabe duda: el lenguaje del expresidente entra en terrenos del código penal. Y, mas grave, aún, no hay asomo de disculpa de parte suya. Sin embargo, el ámbito de la justicia es solo uno de los terrenos en los que se debe propender por el lenguaje repetuoso.

Debe promoverse la sanción social, independiente de la corriente política a la que pertenezca el ofensor. La sociedad colombiana no puede darse el lujo de pasar de agache frente a tales ejemplos de intolerancia.

Mas allá de los incidentes diarios, provenientes de cualquiera de las tribunas ideológicas, el reto de la educación es claro: de forma sostenida, perseverante, los docentes deben promover el respeto por el otro diferente, incluyendo sus opiniones. Verdaderos ejercicios de convivencia pacífica, el mejor ingrediente para la real consecución de la paz en Colombia.

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Henry Alberto Berrio Zapata
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