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Autoridad del maestro y su contribución a la paz

La autoridad debe ser ejercida mediante el diálogo respetuoso entre el maestro y el estudiante.

Noviembre 16, 2016

Si aceptamos la relación entre maestro y estudiante como una relación de encuentro y de mutua interacción, en que ambos se necesitan y ambos «se educan», es necesario desmarcarse de otros posibles tipos de relación: imposición, autoritarismo, coacción, compinchería, amiguismo, manipulación; o, por el contrario: ausencia absoluta de relación, dejar hacer y anarquía. Es así como la relación de autoridad frente al estudiante implica al maestro tanto en el campo ético como en el ideológico, en lo que hace y en lo que piensa, en el cotidiano quehacer tanto a nivel del aula y de su entorno.

“…es absolutamente necesario que se adopten unos criterios claros y objetivos, y es por esta razón que debemos manejar nuestras competencias emocionales.”

En éste sentido, la autoridad debe ser ejercida mediante el diálogo respetuoso entre el maestro y el estudiante, buscando el compromiso y la corresponsabilidad de todos los implicados en una circunstancia determinada. Esta autoridad se deriva y tiene su fundamento en la filosofía de la institución que la sustenta y se manifiesta o se hace visible por la competencia profesional, personal y moral del educador.

También se sustenta en la idea de que el desarrollo de las competencias ciudadanas y el desarrollo de habilidades para la vida se logran de acuerdo con lo que ocurra de manera cotidiana dentro y fuera de las aulas, por lo que las acciones deben ser intencionadas y explicitas. Recordemos que un ciudadano competente es aquel que es capaz de convivir con los demás de manera pacífica y constructiva. Pero esta convivencia no implica la armonía perfecta o la ausencia de conflictos. Esa perfección no es realista y tal vez ni siquiera sea deseable. En todo grupo social inevitablemente se presentan conflictos debido a que los múltiples intereses que tiene cada persona o grupo riñen frecuentemente con los intereses de los demás. La convivencia pacífica, en cambio, sí implica que los conflictos que se presenten sean manejados sin agresión y buscando favorecer los intereses de todas las partes involucradas. Es decir, que las partes involucradas logren por medio del diálogo y la negociación encontrar salidas al conflicto en las que los intereses de todas las partes resulten de alguna manera favorecidos (estrategias de tipo gana-gana)[1].

Por lo tanto, el concepto de autoridad que debe asumirse y desarrollarse en las Instituciones Educativas es por naturaleza exigente y apunta a niveles altos de conocimientos y de formación. Pero a la vez, el concepto de autoridad debe ser dialogante y debe suscitar el protagonismo del estudiante, despertar su confianza, su seguridad, e impulsar su crecimiento a través del espejo de los educadores y sin cerrar las puertas al juicio crítico.

De ésta manera, el estudiante deberá hallar siempre en la figura de autoridad del maestro, un permanente estímulo para su crecimiento moral y para su afirmación y desarrollo de la personalidad.

Sin embargo, en la praxis educativa no es fácil integrar con armonía el sentido de la firmeza del estado del Yo Padre con la suavidad y la ternura del estado del Yo Madre, o como lo dijo San Juan Bautista de la Salle a sus discípulos en el siglo XVII, en Francia: Si queréis tener éxito en la formación de los niños y de las niñas que pretendéis educar debéis saber desarrollar con talento el concepto de mano de hierro con guante de seda, dentro y fuera del aula.

En ese sentido debemos evitar dos posiciones extremas que causan mucho daño en todo proceso formativo a nivel humano. Primera, cuando como maestros, por actuar inspirados sólo por el celo de la perfección y carentes de una comprensión psicológica del desarrollo evolutivo de los seres humanos, o faltos de una formación práctica en aspectos de la debilidad humana, anulan las iniciativas y suscitan una imitación servil en los estudiantes. Y, segundo, cuando como educadores nos volvemos demasiado sensibles y propensos a la compasión humana, entonces corremos el riesgo de volvernos cómplices de la relajación de los procesos de formación humana y social, bajo la excusa de ser comprensivos.

Por eso en todos los casos el concepto de autoridad debe tener su fundamento en la justicia y en la imparcialidad. Porque, aunque flexible y dialogante debe ser el concepto de autoridad, es absolutamente necesario que se adopten unos criterios claros y objetivos, y es por esta razón que debemos manejar nuestras competencias emocionales entendidas estas como las capacidades necesarias para identificar y responder constructivamente ante las emociones propias y las de los demás. Recordemos que muchas investigaciones han demostrado que la formación cognitiva no es suficiente para lograr un impacto sobre la vida en sociedad[2].

Dentro de las competencias emocionales que debemos exigirnos y promover están:

Identificación de las propias emociones:

Es la capacidad para reconocer y nombrar las emociones en sí mismo. Para esto es importante poder reconocer los signos corporales asociados con las distintas emociones, saber identificar los distintos niveles de intensidad (como un termómetro) que pueden tener mis emociones y saber reconocer las situaciones que usualmente generan emociones fuertes en mí. Para un ciudadano es importante identificar las emociones que le generan algunas situaciones sociales, ya que eso le ayudará a responder ante éstas de maneras más competentes.

Para Ángela Bermúdez, existe una larga tradición en filosofía ética y en psicología que destaca el papel de las emociones como el amor, la compasión, la rabia, la indignación, la vergüenza y la culpa, como emociones y sentimientos morales que nos sirven de señal de alerta sobre algo que esta ocurriendo en nuestras relaciones sociales y que requieren nuestra atención a la hora de construir comunidad.

Manejo de las propias emociones:

Esta competencia permite que las personas sean capaces de tener cierto dominio sobre las propias emociones. No se trata de hacer desaparecer las emociones ya que eso no es posible ni deseable. En cambio, se trata de que las personas puedan manejar la manera como responden ante sus emociones, es decir, que las personas puedan manejar sus emociones y no que sus emociones los manejen. El miedo y la rabia son dos ejemplos de emociones frente a las cuales perder el control puede llevar a que las personas les hagan daño a otros o se hagan daño a sí mismos.

Empatía:

Es la capacidad para sentir lo que otros sienten o por lo menos sentir algo compatible con lo que puedan estar sintiendo otros. Por ejemplo, alguien demuestra empatía si le duele que otras personas sufran o si se alegra con lo bueno que les pasa a otros. Esta competencia es fundamental, entre otras razones, porque puede ayudar a evitar que las personas maltraten a otros. Si a mí me duele el dolor de otros, es menos probable que yo cause ese dolor. Si lo he causado, es más probable que quiera hacer algo por reparar el daño, por ejemplo, buscando el perdón y la reconciliación. Además, si veo a una persona sufriendo, es más probable que sienta compasión y quiera hacer algo por aliviar ese sufrimiento. Por estas razones no es sorprendente que se haya encontrado que las personas que más intervienen para ayudar a otros sienten más empatía y que aquellas que más abusan o maltratan a otros sienten menos empatía.

Identificación de las emociones de los demás:

Es la capacidad para identificar lo que pueden estar sintiendo otras personas tanto por medio de sus expresiones verbales y no verbales, como teniendo en cuenta la situación en la que se encuentran. Esta competencia es necesaria, pero no suficiente para la empatía. No es suficiente porque la empatía implica sentir algo parecido a lo que sienten otros, mientras que alguien puede identificar correctamente lo que sienten otros sin involucrarse emocionalmente[3].

La clave entonces está en lograr mayor autonomía en los estudiantes, sin que actúen por premios y castigos y en que sean personas críticas no sólo hacia el entorno, sino también frente así mismos es decir que sean capaces de auto corregirse.

Por último queremos citar un escrito de Adriana Milena Gutiérrez estudiante de noveno grado de la Normal Superior de María (Ríonegro – Antioquia) que habla sobre el papel del maestro como mediador de conflicto, el cual dice: “La labor del maestro es una labor comunitaria, ya que él interviene en la comunidad de muchas maneras y una de estas es en la solución de conflictos entre: alumnos, padres – alumnos, padres – padres, etc. pero sin estar de un lado ni de otro, debe ser neutro pero tratando de irse para el lado de la verdad porque además de hacer que las personas se lleven bien, debe hacer que sean justas, porque la justicia permite buenas relaciones. Los maestros deben dar testimonio con su comportamiento pues para poder predicar deben aplicar.  Los maestros deben cultivar en los niños un espíritu de comprensión y dialogo ya que en la cotidianidad de la escuela se presentan pequeños problemas los cuales hacen que los niños pierdan la paciencia y causen conflictos y es allí donde el maestro debe colaborar a la solución y aportar al crecimiento de este.”

Asimismo “en Colombia, formar para la ciudadanía es el desafió, porque en la medida en que mejoran nuestras relaciones, mejora nuestra calidad de vida.” (Lecturas dominicales, sábado 15 de julio de 2006 – Periódico el Tiempo – Cómo entenderse – pagina 9).


[1] Competencias ciudadanas: de los estándares al aula: una propuesta de integración a las áreas académicas

/ compiladores, Enrique Chaux, Juanita Lleras, Ana María Velásquez. – Bogotá: Ministerio de

Educación, Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Psicología y

Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales, Ediciones Uniandes, 2004.

[2] Citado por Enrique Chaux y otros. Pg. 22.  Ver por ejemplo, Damasio, A.R. (1994). Descartes’ error: Emotion, reason, and the human brain. New York: Putnam.

[3] Ob cip. Pg. 23.

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