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Ganar el Premio Compartir: la apertura de puertas a nuevos reto

La experiencia de Sandra Suárez, ganadora del certamen organizado por la Fundación Compartir.

Septiembre 30, 2017

Mi nombre es Sandra Suárez, fui la feliz ganadora del Premio Compartir al Maestro en el año 2013. Ese día del Premio, ese 31 de mayo, creí que ya había hecho todo en la vida, en cuanto a desarrollo profesional se trata. Ese día, maravilloso, de ensueño ideal y casi mágico, tuve la sensación de haber logrado el máximo de mis objetivos, sin darme cuenta que mi mayor reto estaba por llegar.

Después de 14 años de trabajo en el sector oficial, la Fundación Compartir indagó por mi proyecto ‘Desarrollo de la corporalidad a través de la danza’, el cual empecé a implementar y a configurar en el año 1999 cuando ingresé como maestra de danza de  Básica primaria al Distrito. 

Comprobando que el proyecto no era improvisado, que la meta principal del mismo no era el Premio sino que en realidad había un crecimiento en el desarrollo humano de quienes intervenían en él y que se configuraba a partir de mi propia subjetividad, mi experiencia personal y mi formación académica, la que siempre ha girado alrededor del conocimiento del cuerpo, la escuela, la configuración y la educación artística, deciden entonces entregarme lo que para ese momento significaba mi mayor sueño y que hoy se ha transformado en el más grande de los retos.

Retos, porque desde que obtuve el Premio no solo las oportunidades y el crecimiento se han hecho presentes, con ellos, se han desplegado situaciones nuevas, desconocidas, e intrigantes, situaciones que han tomado forma casi tangible y que en las noches me preguntan, realmente te merecías ese reconocimiento? No es malo, no es un lamento, con esto, trato de dibujar con mis palabras cada una de las sensaciones que se presentaron después de ser catalogada la gran maestra, adjetivo que reemplazó mi nombre durante muchos meses en el colegio donde yo me desempeñaba en esa época.

Por motivos muy personales me vi obligada a solicitar un traslado de colegio, lo que me llevó a la institución en la que hoy me encuentro: un lugar oscuro, lleno de polvo, un lugar en el que el desorden predomina en todos los escenarios de dicha institución, un lugar cuya estética es totalmente opuesta a lo que la vida me había dado en los trece años anteriores, en este nuevo espacio, en el que simplemente pensaba llegar a implementar mi proyecto y punto final, no escuchaba sugerencias, yo era la gran maestra, eso no admitía ningún tipo de corrección. Sin embargo, otra sería la historia, este nuevo espacio era un reto,  una camino lleno de nuevos aprendizajes  con los que me he pulido y me he demostrado una vez más que soy un ser inacabado, en pleno proceso de formación y que cada día hay un reto nuevo por descubrir.

Niños y niñas, una condición que a primera vista pareciera de lo más normal, es la vida real, el mundo está lleno de hombres y mujeres, ¿qué habría de preocuparme de este nuevo detalle?, pues ahí no estaba el verdadero reto.

Nunca me pregunté por qué una Rampa tan grande en un colegio tan pequeño y tan feo, pues esa rampa era  el abrebocas de un nuevo camino, transitando en ella por la pereza de no subir escaleras pude observar que en la punta alguien me sonreía y me invitaba con sus ojos llenos de luz a caminar más rápido, pues quién me creía yo para hacer esperar a ese ángel cuyo cuerpo habitaba una silla de ruedas pequeña y cuya movilidad se limitaba a sus brazos y su cabeza.

Admito que quedé perpleja, yo era la gran maestra y ahora debía desenvolverme con niñas y niños de primaria y bachillerato, en un colegio mixto, desordenado, sucio, feo y  con estudiantes en condición de discapacidad.

Debo confesarlo, quise huir, me detuve, respiré y por un momento me dije a mi misma ¿Qué he hecho?, salí de un colegio lleno de comodidades, reconocimiento y recursos, una zona de confort deseada por muchos, para estrellarme con retos que me implicaban hacer una reingeniería total no solo en lo profesional sino en lo personal. 

Mi contacto con la discapacidad se limitaba al amor que le entregaba a mi hermana, un ángel con Hipotiroidismo genético que siempre ha representado el amor, la ternura y la inocencia, pero que a partir de ese momento se constituiría en mi mejor escuela. Vi la silla, vi los ojos del niño y pensé, es hora de demostrarme qué tan buena maestra soy, ese día ese reto tomó forma de niño y me preguntó a través de su sonrisa, ¿De verdad te merecías ese reconocimiento?

Ese reto se llama Jesús, un niño víctima del polio que como muchos en Colombia había quedado limitado a una silla de ruedas, un cuerpo diferente, un cuerpo con menos movimiento pero con más ansias, más inquietudes y deseos, un cuerpo acostumbrado a quedarse en una esquina cuando la clase involucra la movilidad, el entrenamiento y el ejercicio.

Esto llamó mi atención, porque pensé que si el colegio tenía procesos de inclusión, sus grupos debían ser más pequeños, los maestros deberían recibir la capacitación y las herramientas para lograr un proceso pertinente y efectivo, fue triste comprobar que nada de eso estaba presente en este colegio y que los niños del proyecto de inclusión eran otro en un  grupo de treinta y cinco o más y que quizás despertaban en todos sus maestros ese terror que yo sentí al verlo por primera vez en la rampas.

Resumo esta historia, contando que actualmente lidero un proceso de creación paralela  con treinta y nueve niños de inclusión, que el proyecto se ha configurado de nuevo y que  hoy mi único temor es pasar una semana sin verlos, sin abrazarlos, sin alzarlos. Estos niños cuyos cuerpos en muchos casos se limitan a mover su lengua o sus ojos también quieren expresar, gritar, quieren hablar con sus gestos, pronunciar así un mensaje.

La inclusión no es la rampa, no es la enfermera, no es la charla, la inclusión no es el acuerdo de incluir en grupos de 35 niños uno o dos con parálisis cerebral. La inclusión en la danza es leer de verdad ese cuerpo hermoso, lleno de sueños y mensajes  limitados por una condición especial, pero que al hallar la lengua, la mano, la pupila, o cualquier órgano capaz de emitir sonido, movimiento o desplazamiento se libera, explota y llega al otro para dejar testimonio de que  su cuerpo puede y debe hablar.

Esto desdibuja la necesidad de la configuración como un proceso indispensable en la danza. Esa configuración que en el cuerpo promedio se puede implementar para permitir la proyección de movimientos nuevos, se debe limitar y dar paso al riesgo del movimiento  libre, fuerte, escueto y lleno de significados.

Transito en un colegio lleno de oscuridad y contaminación en cuya ala norte hay una rampa, la cual se estrella en su punta con el salón de danza, el cual es luz y tranquilidad, ya no soy la gran maestra  para Colombia, pero para Jesús, soy la mejor maestra del mundo y ese ha sido mi nuevo reconocimiento.

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Ganadora del Premio Compartir al Maestro en el año 2013
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Melva Inés Aristizabal Botero
Gran Maestra Premio Compartir 2003
Abro una ventana a los niños con discapacidad para que puedan iluminar su curiosidad y ver con sus propios ojos la luz de la educación que hasta ahora solo veían por reflejos.