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Juguemos un rato
Aunque el sector educativo le tenga fastidio al juego en los procesos de enseñanza aprendizaje, este es una forma de aprender de lo bueno y lo malo.
La vida de volvió rutinaria y aburrida el día que nos olvidamos de jugar, y cuando hablo de jugar no me refiero a pegarse a un dispositivo móvil y apartarse del mundanal ruido, sino de esa maravilla de realizar una actividad o hacer una cosa, generalmente ejercitando alguna capacidad o destreza, con el fin de divertirse o entretenerse. (Lea: El valor educativo del juego)
Es lamentable que nos sorprenda ver a niños con yoyos, trompos o canicas, o haciendo algo maravilloso como utilizar la imaginación y la rapidez mental; no hay nada más asombroso que ver a un niño maquinando alguna cosa en la cabeza, jugando con sus sueños y su día a día.
Me encanta ver a los obreros de la construcción, con sus botas pantaneras y casco, jugando al medio día, transformando una calle o un prado en su “Stamford Bridge” sin importa orden y técnica, mucho menos sabrán qué es un sistema táctico, pero simplemente disfrutando del hecho de jugar. El balón es lo único que vale. Lo demás no cuenta. (Lea: Los niños de la guerra y su reintegración a la sociedad civil: subjetividades en juego)
Los niños de mi generación podíamos correr por el barrio, entregándonos a los atléticos placeres del ring-ring-corre-corre, del yermis, de los ponchados y de las carreras de carritos de la marca Majorette.
Jugar era divertido y transformador, porque aunque el sector educativo le tenga fastidio al juego en los procesos de enseñanza aprendizaje, el juego era una forma de aprender de lo bueno y lo malo. (Lea: “El juego, un modo de aprender el mundo": María Elena Ronderos)
Es lamentable que le vayamos perdiendo sentido a las cosas sencillas y prácticas, y que el verso del chip activado de cuanta cosa iluminada y ruidosa invente o promuevan en la red sea lo único que se quiera utilizar en el aula. Los juegos de antes existían en el mundo virtual de nuestra imaginación; los de hoy, en el mundo virtual de los dispositivos, son muy pocos los que tratan de articularlos y jugar-aprender al mismo tiempo.
Aprender jugando es válido y valioso en una sociedad que necesita dejar tanto “acartamiento” y necesita más integrarse con su entorno y sus realidades, buscando más motivaciones reales que las que dan las redes sociales.
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