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La discriminación, un problema de todos

Que se revisen los manuales de convivencia es importante, pero desde la realidad de cada escuela y no orientado desde los lindos escritorios de Bogotá.

Agosto 19, 2016

La semana pasada el sector de la educación estuvo convulsionado por unas polémicas cartillas y un mensaje poco afortunado del Ministerio de Educación sobre los manuales de convivencia, la educación sexual y la discriminación.

Fueron muchas las voces que se levantaron a favor y en contra de estos temas generando manifestaciones en gran parte del territorio nacional en donde muchos alzaron la voz a un mensaje mal enviado y entendido. Es lamentable que la politiquería, los fanatismos religiosos y el mamertismo crónico nos sorprenda con su eterna pelea del bien y el mal, de los supuestos buenos y los malvados, de los faros morales y los librepensadores, y de todo aquello que genere polémica sin fundamentos y postulados claros y creíbles de cada uno de los bandos.

Es preocupante que la defensa de las minorías sea a punta de maltratos e insultos a las mayorías y viceversa, es lamentable que se hable de discriminación a punta de discriminación, que el defender las supuestas verdades propias sea punta de insultos infantiles o acusaciones de fuerte calibre, que al final de cuentas nunca cumplen con el objetivo de defender a los menores de edad, ni mejorar la calidad de vida de las comunidades educativas, ni mucho menos dignificar al obrero, al homosexual, al religioso, al hípster, al negro, al pobre, al “ñoño”, al gordo o al pequeño.

Decir que solamente existe discriminación por la sexualidad es patético y decadente, cuando la propia escuela lleva años discriminando por x o y razón. Es molesto escuchar a una ministra que defiende su posición sexual (qué es válida y merece respeto) desde el corazón y con muy poca razón.

Independiente de la postura de la Corte y la historia del niño Urrego, donde se evidencia que su vida familiar no era de lo más espectacular, los colegios y las familias deben fomentar la no discriminación, el respeto de la diferencia, la aceptación de los derechos, pero también de los deberes y sobre todo la dignificación de la persona y de cualquier ser vivo, simplemente por el valioso hecho de ser persona y estar vivo.

Que se revisen los manuales de convivencia es importante, pero desde la realidad de cada escuela y no orientado desde los lindos escritorios de Bogotá, es clave que realmente se involucren a todos los miembros que conforman la comunidad educativa en su revisión y reflexión, pero sobre todo que sea consultado y aprobado por todos.

Para finalizar, recuerdo una experiencia en el año 2001 en un colegio de Bogotá donde fue docente de ética, en el cual en grado once había un gay declarado y era reconocido y respetado por ser persona.

En las izadas de banderas se vestía de Madonna y bailaba espectacular, entraba en el baño de las niñas, aunque portaba su uniforme masculino y su mamá siempre preguntaba por su reina. Los niños de esa generación podían correr por el patio y no sentirse intimidados, los adolescentes que al principio eran morbosos y discriminadores, lograron entender que esta convivencia a la que no estaban acostumbrados era una forma de aprender de lo bueno y lo malo, desde algo que se llamaba el respeto.

Es lamentable que le vayamos perdiendo sentido a las cosas sencillas y prácticas, y que el verso del chip activado de cuanta cosa iluminada y ruidosa invente o promuevan en la red sea lo único que se quiera utilizar en el aula. Los juegos de antes existían en el mundo virtual de nuestra imaginación; los de hoy, en el mundo virtual de  los dispositivos, pero son muy pocos los que tratan de articularlos y jugar-aprender al mismo tiempo.

Aprender jugando es válido y valioso en una sociedad que necesita dejar tanto “acartonamiento” y necesita más integrarse con su entorno y sus realidades, buscando más motivaciones reales que las que dan las redes sociales.   

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Melva Inés Aristizabal Botero
Gran Maestra Premio Compartir 2003
Abro una ventana a los niños con discapacidad para que puedan iluminar su curiosidad y ver con sus propios ojos la luz de la educación que hasta ahora solo veían por reflejos.