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Repensar nuestra labor docente

Hay veces que, en medio del proceso de pensar y repensar la educación, se olvida el propósito último de esta noble labor.

Noviembre 5, 2015

Recordar de vez en cuando el sentido de nuestra misión y su corresponsabilidad con la construcción de una sociedad más justa y humana, nos permite seguir profundizando sobre la noble labor y el verdadero sentido de una profesión afectada históricamente en sus razones y en su estima.

Repensar la tarea, muchas veces inconclusa, de contribuir significativamente en el alcance de la “felicidad de los niños y jóvenes” encomendados a diario. Creo firmemente que la razón última del docente radica en una pregunta básica: ¿Cómo hacer que cada acto educativo redunde directa o indirectamente a ese estado connatural al niño como es la felicidad?

A veces nos atiborramos de teorías, modelos y metodologías pedagógicas y hasta nos volvemos expertos en el arte de la palabra en círculos académicos con nuestros pares, hablando sobre lo habido y por haber en educación. Pero, me queda a veces también la sensación de duda en que, si toda esa demostración de intelectualismo académico no es más que un patinar por las orillas y no un apuntar al verdadero meollo de nuestra misión docente, transformándose a ratos en el más efectista distractor en esta época en que abundan corrientes e investigaciones pedagógicas que son asumidas como esnobismo educativo.

Creo firmemente que la razón última del docente radica en una pregunta básica: ¿Cómo hacer que cada acto educativo redunde directa o indirectamente a ese estado connatural al niño como es la felicidad?

Cuando nos centremos en responder los referente a la felicidad y el aprender en los niños, quizás encontremos “la meta” que tanto se necesita y que hace rato tenemos perdida. Es conveniente que recordemos que nuestra oficina de trabajo, cualquier espacio académico y formativo de la escuela, deja de ser lugar de la venia sin cesar, de la sumisa tensión, del formalismo embustero o el frio laboratorio de información académica y más bien empiece a reconocer en ella el espacio vital y privilegiado para la interacción inteligente de la vida, del saber y la cultura, desde la base de las actitudes positivas como factor mediador de cualquier sano y significante conocimiento.

Repensar nuestro ministerio en la escuela también, nos debería provocar algo así como: “Vivir con pasión, enseñar con pasión”. Los grandes propósitos son para los grandes hombres y todo aquel que profesa el ejercicio de la educación conlleva el más grande propósito humano: Educar.

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