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Vanguardismo y subdesarrollo

Muchos recusan los cambios rápidos, porque prefieren la evolución. Pero nadie pondrá en duda la necesidad vital de terminar con la falta de desarrollo.

Julio 11, 2018

Se encuentra bastante difundida la idea de una incompatibilidad entre la vanguardia artística y el subdesarrollo socioeconómico de los países—como el nuestro—pertenecientes al hoy denominado Tercer Mundo. Las nuevas tendencias artísticas, originadas en colectividades altamente industrializadas, no corresponden—se asevera—a nuestra realidad. Profesarlas significaría imitación, remedo o tomar prestado; en fin, implicaría inautenticidad: no expresan nuestra identidad ni responden a ella.

Tal aseveración, tan vieja como el nacionalismo y la falacia sustancialista de una identidad colectiva, quiere ignorar la importancia que en el desarrollo de toda colectividad tiene la importación de ideas, doctrinas, métodos y utensilios modernos.

Por ejemplo, nos vemos obligados a importar ideas de la vanguardia política para proponerlas como el remedio más eficaz de nuestro subdesarrollo; incluso como el más rápido, cuando tales ideas propugnan aquella aceleración violenta, hacia la justicia social, denominada revolución.

Muchos recusan los cambios rápidos, porque prefieren la evolución. Pero nadie pondrá en duda la necesidad vital de terminar con la falta de desarrollo. No solamente los políticos: los campesinos buscan la ciudad, los obreros mejoran sus medios de vida, la clase media lucha por una mayor capacitación profesional de sus hijos. Todos quieren progresar. Tanto las naciones como los individuos tratan de mejorar su nivel socioeconómico. Todos están de paso hacia la prosperidad. Quieren ser otros y toman como modelos las formas de vida de los países desarrollados.

Con la idea de progreso, el individuo, las instituciones y el Estado se ocupan afanosamente de importar objetos y sistemas. Los productos de la gran industria foránea invaden el Tercer Mundo. Una minoría los disfruta y la gran mayoría los anhela y acelera su consecución, no obstante tener aún pendiente la solución de los problemas más elementales de subsistencia, habitación e instrucción. Círculos reducidos adquieren los modos de vida de la sociedad de consumo y el resto se sitúa, emotiva o prácticamente, en el camino que conduce a la participación de tales modos.

El importar objetos y sistemas agudiza la separación entre la minoría y la mayoría, y a la vez acelera su acercamiento. El índice de crecimiento demográfico y las comunicaciones con el exterior aumentan como consecuencias de las importaciones. Luego el peso demográfico viene acortando cada vez más el plazo de las soluciones socioeconómicas y la rapidez de las comunicaciones acentúa y diversifica el deseo de consumir, al darnos a conocer inmediatamente, y en forma visual o a través del contacto directo, las últimas conquistas tecnológicas y las nuevas costumbres de las sociedades con mayorías consumidoras.

Los objetos y sistemas importados pueden ser computadoras o detectores del cáncer; procesos industriales o televisores; cine u otros espectáculos; radios o transistores o libros; anuncios comerciales o alta costura; también Librium o métodos sicoterapéuticos, pues tampoco en el Tercer Mundo escapamos a los desequilibrios nerviosos que produce el consumir más y cada vez mejor que el vecino, o el no poder hacerlo.

Todos aceptan la legitimidad de estas importaciones. Son materiales e identificamos progreso o justicia social con el reparto y usufructo de objetos; o sea, tomamos la modernización por un simple enfrentamiento del problema cuantitativo que entraña la distribución equitativa de bienes materiales. Por otro lado, consideramos la importación de espectáculos como una ineludible obligación de impartir prestigio cultural y cosmopolita a nuestra ciudad. Los beneficios de todas las importaciones hasta aquí nombradas, son aceptados como indispensables.

Podemos señalar buen o mal manejo de los objetos y métodos, pero no hablaremos despectivamente de imitación. Estamos ante el mundo de los objetos, cuyos cambios se creen equivocadamente anodinos: el uso de los objetos más modernos no comprometería seriamente nuestro modo de pensar y sentir. Aspectos más, aspectos menos, este sería el cuadro sicosocial del Tercer Mundo, en cuanto a modos de vida, anhelos e importaciones.

Las divergencias principian tan luego presenciamos costumbres importadas, aunque tales divergencias ya han abandonado el terreno nacionalista y hoy corresponden a la lucha entre generaciones. Además, la adopción de modos foráneos de vestir, bailar, beber y comer ciertos productos, y de comportamiento individual, la consideramos una inevitable consecuencia más del progreso o comunicación mundial.

Las discusiones se agravan—eso sí—con respecto a las manifestaciones artísticas importadas. Tanto los partidarios de la revolución como los evolucionistas, protesta contra la presencia en nuestros países de la vanguardia artística internacional. Reprochan imitación, a pesar de ser ésta consustancial del hombre y el móvil principal del desarrollo. Sobre todo, critican inautencidad.

¿Por qué?

Porque creen a pie juntillas en la existencia de una identidad nacional hecha y derecha. Exigen a los artistas tenerla en consideración o llevar a cuestas en todo momento los problemas elementales de la mayoría. Mientras al físico, técnico o industrial lo dejan importar libremente, al artista le demandan limitarse a modalidades heredadas, tradicionales, sin pensar que ellas también fueron importadas hace tiempo, aunque con retraso en aquel entonces.

Convierten así el arte en un problema de verdad: si refleja o no la realidad nacional o identidad colectiva, cuyas características cada uno establece dogmáticamente, empleando por lo general esquemas mentales propios de la defensa de un sistema social subdesarrollado, que justamente todos deseamos superar.

Los de temperamento más romántico que nacionalista, reclaman al artista creaciones de elevado contenido novedoso o de gran importancia internacional. Consideran al artista como una especie de demiurgo, y crear por “generación espontánea,” esto es, sin necesidad de una estructura socioeconómica favorable. Del físico o técnico, en cambio, no se espera descubrimientos o inventos, sino simple aplicación y buen manejo de lo importado. ¿Por qué esta injusticia con los artistas? ¿Por qué las importaciones artísticas son censuradas y no las tecnológicas o científicas?

Indudablemente, es cuestión de mentalidad; propiamente de ideologías. Deseamos un progreso cuantitativo: la incorporación de la mayoría en el consumo. Nos resistimos a todo cambio de mentalidad que vaya más allá del requerido por el simple uso, manejo, adopción o imitación de los objetos y sistemas tecnológicos y científicos modernos.

Desechamos la necesidad de emprender otros cambios cualitativos o mentales que no sean los generacionales y aquellos de aculturación que nos están llevando paulatinamente de un estado mágico-feudal mayoritario (subdesarrollo) al consumo masivo de las sociedades industrializadas. Es decir, no aceptamos los cambios de mentalidad que presupone todo buen encauce de la actual industrialización o progreso; nos contentamos con los cambios superficiales que ocasiona el abuso del consumo, causa siniestra de la denominada sociedad de consumo, o preferimos el síndrome de los que viven a la moderna y piensan a la antigua.

Esta resistencia a los cambios de mentalidad postra toda fuerza creadora cultural. Si bien es cierto que toda colectividad debe pasar indefectiblemente por un periodo de meras importaciones, el efecto mental de éstas no puede quedar en la corrección de sus aplicaciones, pues es indispensable ir emprendiendo los cambios mentales requeridos por la invención tecnológica, el descubrimiento científico, la hipótesis intelectual y la creación artística, verdaderos componentes de la cultura.

 

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Irma María Arévalo González
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