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Cómo se hace un buen maestro

Lo que importa en las escuelas son los maestros. Por fortuna, es posible enseñar a enseñar.

Junio 23, 2016

Olvídese de los uniformes elegantes y las clases pequeñas. Los maestros son el secreto de las calificaciones excelentes y el desarrollo de los estudiantes. Una investigación hecha en Estados Unidos encontró que en un año de enseñanza los maestros que están en el primer 10% imparten 3 veces más aprendizaje a sus pupilos que los maestros que están en el último 10%. Otro estudio sugiere que si a los estudiantes negros les enseñaran maestros que están en el primer 25%, la brecha de logro con los estudiantes blancos desaparecería.

Pero los esfuerzos por garantizar que todo maestro pueda enseñar se han visto coartados por el mito persistente de que los buenos maestros nacen y no se hacen. Héroes de las aulas como Robin Williams en 'La Sociedad de los Poetas Muertos' o Michelle Pfeiffer en 'Mentes Peligrosas' estaban dotados de excepcionales e innatos poderes de inspiración. Las políticas gubernamentales, que a menudo parten del mismo supuesto, buscan elevar los estándares de la enseñanza atrayendo egresados de alto vuelo para que se unan a la profesión y urgiendo a los maestros malos a retirarse. Mientras tanto, los sindicatos de maestros insisten que si tan solo sus afiliados fueran liberados de la dictadura centralizada, surgiría la excelencia.

La premisa de que uno tiene o no tiene habilidad para enseñar es errónea. Una nueva generación de formadores de maestros ha creado una rigurosa ciencia de la pedagogía. El propósito es lograr que los maestros comunes y corrientes sean excelentes, de la misma forma que los entrenadores de deportes ayudan a atletas de todos los niveles a superarse (ver artículo). Si se hace bien, puede revolucionar las escuelas y cambiar muchas vidas.

¿Quién enseñará a los que enseñan?

A lo largo de la historia, la educación ha dado bandazos de una solución milagrosa a otra. Las mejores soluciones incluso logran servir de algo. Teach for America y las docenas de organizaciones que ha inspirado en otros países, han llevado egresados ambiciosos y llenos de energía a la profesión. Además, despedir maestros por mal desempeño ha mejorado los resultados en Washington D.C. y otros lugares. Pero cada enfoque tiene sus límites. La enseñanza es una profesión masiva: no se puede reclutar a todos los mejores egresados año tras año. Cuando los maestros malos son despedidos, se necesitan nuevos maestros, los cuales habrán sido formados dentro del mismo sistema que no ha logrado hacer que sus predecesores sean buenos.

En contraste, la idea de mejorar al maestro promedio podría revolucionar toda la profesión. Pocos maestros alrededor del mundo están suficientemente bien preparados antes de entrar a manejar estudiantes. En los países pobres, muchos maestros reciben poca capacitación en algún tema. Un informe reciente encontró 31 países en los cuales más de la cuarta parte de los maestros de primaria no cumplían los estándares nacionales mínimos. En los países ricos, el problema es más sutil. Los maestros reciben su acreditación después de hacer un curso largo y especializado. A menudo, implica etéreas discusiones teóricas—sobre ecopedagogía posiblemente o concientización (no preguntar qué es).  Algunos de los cursos, entre ellos los programas de máster en educación, no tienen ningún efecto sobre qué tan bien terminan siendo instruidos los pupilos de los egresados de los cursos.

Lo que los maestros dejan de aprender en las universidades y en los institutos pedagógicos rara vez lo aprenden trabajando. En los primeros años, los maestros mejoran a medida que lidian con pupilos reales en salones de clase reales pero después, las mejoras van disminuyendo. Esto se debe en gran medida a que las escuelas descuidan a sus más importantes pupilos: los mismos maestros. En la Ocde, el club de países mayoritariamente ricos, dos quintas partes de los maestros dicen que nunca han tenido la oportunidad de aprender asistiendo a las clases de otro maestro, ni les han pedido que den retroalimentación sobre sus colegas.

Los que pueden, aprenden

Para que haya un cambio, los maestros deben aprender cómo impartir conocimiento y preparar las mentes jóvenes para recibirlo y retenerlo. Los buenos maestros establecen metas claras, imponen altos estándares de comportamiento y manejan en forma inteligente el tiempo de clase. Usan técnicas docentes comprobadas para garantizar que todos los cerebros estén trabajando todo el tiempo. Por ejemplo, en clase hacen preguntas 'en frío' en lugar de esperar que los ávidos pupilos de siempre levanten la mano.

Es más fácil decir que hay que inculcar estas técnicas que hacerlo. En la educación, al igual que con otras habilidades complejas, la ruta hacia la pericia no es la teoría ininteligible sino la práctica intensa y guiada, fundamentada en el conocimiento de los métodos pedagógicos y de los contenidos. Los aprendices deberían pasar más tiempo en el salón de clase. En los sitios donde mejor les va a los estudiantes, por ejemplo en Finlandia, Singapur y Shanghai, los maestros novatos pasan por un exigente proceso de aprendizaje. En los Estados Unidos, las escuelas charter de alto desempeño capacitan a los aprendices en el aula y los desarrollan con entrenamiento y retroalimentación.

Los institutos de formación de maestros deben ser más rigurosos—parecido a la forma en que hace un siglo las escuelas de medicina elevaron el calibre de los médicos al introducir currículos sistémicos y brindar experiencia clínica. Es esencial que dichos institutos empiecen a recolectar y publicar datos sobre la forma en que sus egresados se desempeñan en las aulas. Los cursos que producen maestros que salen a hacer poco o nada por mejorar el aprendizaje de sus pupilos no deberían recibir subsidios o ver a sus egresados convertirse en maestros. Para sobrevivir, tendrían que mejorar.

También se necesitan grandes cambios en las escuelas para garantizar que los maestros mejoren a lo largo de su carrera. En las mejores escuelas, los instructores perfeccionan su oficio mediante la observación y el entrenamiento. Aceptan críticas—a las que sus sindicatos no deberían resistirse sino acoger como algo apenas natural para personas que realizan una labor tan importante. Los directores de escuela llevan de la mano a los novatos dándoles por ejemplo, planes de clases de alta calidad y haciendo arreglos para que maestros más experimentados reemplacen a los novatos cuando estos necesiten más tiempo para estudiar y practicar.

El dinero es menos importante de lo que uno podría pensar. En Finlandia, país líder, los maestros ganan más o menos el promedio de la Ocde. Pero en la mayoría de lugares, asegurarse de tener a los mejores en las aulas probablemente implicará pagar más. Las personas que se destacan con sus alumnos no deberían tener que volverse gerentes para lograr un aumento salarial. Una mayor flexibilidad salarial haría más fácil atraer a los mejores maestros a las peores escuelas.

Mejorar la calidad del maestro promedio elevaría el prestigio de la profesión, al establecer un ciclo virtuoso en el cual los egresados más talentosos clamarían por ingresar a ella. Pero los mayores beneficios serán el resultado de preparar mejor a los maestros nuevos y actualizar a los que ya están enseñando. La lección está clara. Ahora solo hay que enseñarla.

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*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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María Del Rosario Cubides Reyes
Gran Maestra Premio Compartir 2006
Desarrollé una fórmula química que permitió a los alumnos combinar los elementos claves para fundir la ciencia con su vida cotidiana sin confundir los enlaces para su futuro.