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Educación para la memoria y la narración en el posconflicto

La pedagogía debe ser cómplice del recuerdo, trabajar sobre los recuerdos y buscar en ellos sus principios fundamentales para poner el acento de la formación humana en la capacidad para aprender de la historia a través de los relatos y narraciones de quienes fueron sus protagonistas.

Noviembre 8, 2015

En el marco de la educación como acontecimiento para acoger a niños desvinculados y jóvenes desmovilizados, emerge la pregunta por la identidad. Esta es una pregunta ética, cuyo relato no puedo construir en el vacío o sobre la sola imaginación, sino sobre el recuerdo, ya que nos acerca a los otros. Parafraseando a Emmanuel Levinás, nos permite descubrir la alteridad del Otro en tanto que otro[1].

Si bien es cierto que la identidad gira alrededor de la pregunta ¿quién soy? para contestarla necesito narrarme como lo señala Paul Ricoeur, o contar una historia, de acuerdo con Hanna Arendt, planteamientos que nos conducen por los caminos de la memoria y la narración para comprender el trabajo pedagógico que podemos adelantar en el aula.

Indudablemente el paso de la vida armada a la vida civil implica atravesar por procesos de reconfiguración de identidades que van desde recuperar el verdadero nombre y dejar el “alias” asignado en el momento de la vinculación, hasta la redefinición del proyecto vital y el sentido mismo de la existencia.

Indudablemente el paso de la vida armada a la vida civil implica atravesar por procesos de reconfiguración de identidades que van desde recuperar el verdadero nombre y dejar el “alias” asignado en el momento de la vinculación, hasta la redefinición del proyecto vital y el sentido mismo de la existencia. Y el silenciamiento del pasado representa un obstáculo en el proceso de reintegración[2].

En este contexto, las narrativas son un horizonte de inteligibilidad para otorgar a la experiencia de los jóvenes un sentido de significado y dirección; para generar procesos de autoidentificación, autojustificación y autocrítica; también para unir el pasado con el presente y significar trayectorias futuras. De esta manera, al propiciar en el aula espacios donde sean los novelistas de sí mismos, se favorece  por un lado la configuración de sujetos interpretativos de sus propias experiencias, y por el otro, de sujetos interpretativos de las experiencias de los Otros y comprender mejor la historia de violencia de las últimas décadas de nuestro país. De ahí la importancia de analizar cuidadosamente cómo se narra y cómo narran sus experiencias; de qué modos; cómo construyen sus narraciones y qué ocurre cuando se narran frente a otros.

Educar implica recordar y para no olvidar, para hacer justicia, es necesario leer y vivir la experiencia del otro en el relato. En este sentido, la pedagogía debe ser cómplice del recuerdo, trabajar sobre los recuerdos y buscar en ellos sus principios fundamentales para poner el acento de la formación humana en la capacidad para aprender de la historia a través de los relatos y narraciones de quienes fueron sus protagonistas.

El pasado es objeto de aprendizaje cuyo tema somos nosotros mismos, no es posible una educación que no tenga como referencia la memoria, el recuerdo y el compromiso por construir una sociedad en una cultura de la memoria. 

Así las cosas, conviene subrayar tres planteamientos que no se pueden perder de vista al trabajar la memoria y la narración en el aula: en primer lugar, lo que se recuerda se va configurando con los puntos de vista de los otros en la reconstrucción de las experiencias; en segundo lugar, aquello que aparece como común entre las experiencias de las personas, actúa como una bisagra que articula la memoria individual y la colectiva en el trabajo del recuerdo; en tercer lugar, las experiencias compartidas espacial y temporalmente por los miembros de un grupo, ejercen impactos sobre el sentir y la memoria de los sujetos a nivel individual, como también, a nivel grupal.

Como analista de la memoria, Paul Ricoeur[3] nos plantea un nivel ético-político de la memoria que interesa resaltar aquí. Se le conoce también como la memoria obligada, o el deber de la memoria. Decir “tú te acordarás”, es decir también, “no te olvidarás”. La justicia al extraer de los recuerdos traumatizantes su valor ejemplar, transforma la memoria en proyecto y es este proyecto de justicia el que otorga al deber de la memoria la forma de un futuro y de un imperativo. Es un horizonte ético-político que requiere de procesos de elaboración de sentidos del pasado, de modificaciones en los marcos interpretativos para comprender las experiencias vividas, su relación con el presente y con la construcción de un horizonte de expectativas futuras[4].

Como podemos deducir, el pasado es  objeto de aprendizaje cuyo tema somos nosotros mismos, no es posible una educación que no tenga como referencia la memoria, el recuerdo y el compromiso por construir una sociedad en una cultura de la memoria. Del pasado podemos huir o aprender, pero si elegimos esta segunda opción, ese aprendizaje debe basarse en una memoria ejemplar que nos permita derivar lecciones aprendidas para el presente y el futuro.

 



LÉVINAS, Emmanuel. Ética e infinito. Madrid, Ed. A. Machado Libros, 2000.


CASTILLEJO CUÉLLAR, Alejandro. Entre los intersticios de las palabras: una mirada antropológica a la memoria, la posguerra y educación para la paz en Sudáfrica contemporánea. Bogotá, Universidad de Los Andes, Departamento de Antropología, 2004.


[3] RICOEUR, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2000.

 
[4] Según Elizabeth Jelin, la resignificación se mueve entre futuros pasados, futuros perdidos y pasados que no pasan, y estos sentidos se construyen y cambian en relación y dialogo con otros, confrontando experiencias y expectativas de manera individual y grupal.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Irma María Arévalo González
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