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La dialéctica como pedagogía

Guillermo Quiroga fue un profesor inolvidable para Ernesto Samper, su forma de enseñar hizo que se despertara en él el interés por la política y fue pilar para que más adelante fuera presidente de Colombia.

Mayo 18, 2015

Guillermo Quiroga fue mi profesor inolvidable en el Gimnasio Moderno de Bogotá. Durante el casi medio siglo que vivió en el colegio, don Guillermo, como le decíamos amigablemente sus alumnos, hizo suyos los principios que han caracterizado al Gimnasio Moderno desde su fundación, como una de las naves insignias de la educación colombiana. El principio de la “disciplina de confianza”, que enseña a los estudiantes el buen comportamiento derivado de la convicción y no de la amenaza del castigo. El de la tolerancia, que es fuente de convivencia. El compañerismo llevado al extremo de la complicidad constructiva. El amor por la naturaleza, que hoy se conoce, más pomposamente, como la conciencia ecológica.

Él fue quien me sembró el gusanillo de la política al enseñarme que ésta, sin contenidos sociales que la alimenten, es como el teatro sin libreto. También me previno de deshacerme a tiempo de los aduladores y tratar de conquistar, siempre,  a los escépticos. Con él pasamos tardes enteras de tertulia, noches de excursión al pie de fogatas camineras, paseos interminables por “La Raqueta” -la pista para caminar, emblema del colegio-, discusiones acaloradas en clase, al cabo de las cuales entendíamos un poco más la compleja y fascinante realidad de Colombia.

Don Guillermo era un dialéctico pedagógico. En sus clases de geografía e historia me enteré, siguiendo a Braudel, que los ríos colombianos estaban llenos de muertos producto de la violencia, que en las montañas había árboles de muchas especies y guerrilleros de un solo género, y que la historia de nuestra reforma agraria era la mejor versión colombiana del mito de Sísifo. Supe con él quién era Jorge Eliécer Gaitán, cómo lo habían matado y por qué, y aprendí con ello a desconfiar de los de arriba y  a querer a los de abajo.

Cuando fui presidente de Colombia, condecoré a don Guillermo, en el Palacio de Nariño. Recuerdo su discurso, sencillo y emocionado, repleto de moralejas y unas cuantas pullas a “los goditos” que eran de su mayor deleite, y sus palabras sin ínfulas, pronunciadas con la sabia sencillez de quien ya lo ha visto todo, o casi todo. Mis hijos, gimnasianos apasionados -y perdonen la redundancia-, heredaron su afecto, su luz y su don desinteresado del consejo, un don esquivo en estas épocas y que sigue siendo hasta hoy el mayor activo en el balance de la vida ejemplar de Guillermo Quiroga, don Guillermo.

Ernesto Samper Pizano

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Melva Inés Aristizabal Botero
Gran Maestra Premio Compartir 2003
Abro una ventana a los niños con discapacidad para que puedan iluminar su curiosidad y ver con sus propios ojos la luz de la educación que hasta ahora solo veían por reflejos.