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Gladys Amalia Murcia Pinilla: “Como maestra, mi principal pregunta es la inclusión”

Hacer lo mismo que se hace con todos los niños

Septiembre 20, 2011

Los juegos infantiles de Gladys Amalia Murcia estuvieron alrededor de sus muñecas y el rol que asumía como maestra. Su amor por el estudio y la disciplina, así como la pasión por la lectura y la investigación, no la han abandonado desde entonces. Hizo su licenciatura en preescolar en la Universidad Pedagógica y tiene dos posgrados: uno en Desarrollo Humano y Orientación Educativa de la Universidad del Bosque y otro en Ecología y Lúdica Pedagógica de la Universidad de Los Libertadores. Hoy en día, y gracias al Premio que obtuvo como Maestra Incluyente, adelanta un nuevo posgrado en Psicología Educativa en la Universidad Católica. No quiere estancarse con el mismo método ni renunciar a buscar la manera de que sus estudiantes aprendan.

El comienzo de Milenio trajo profundos cambios para la Maestra Gladys. El primero de ellos, pasar de trabajar en colegios privados a colegios públicos. Y el segundo, mucho más fuerte en 2003, pasar de enseñar en un jardín oficial del municipio de Cogua, a una escuela rural, integrada al colegio Las Villas. Las lecciones fueron valiosas. Tuvo que aprender que en las comunidades rurales hay dos situaciones muy particulares que afectan la escuela. La primera, las poblaciones flotantes con niños que se integran en marzo y se alejan en septiembre debido al  trabajo de sus padres, quienes en su mayoría son cultivadores de papa o trabajan el campo. La segunda, la inclusión de las poblaciones con necesidades especiales y características sociales o culturales diversas.

¿Por qué fue tan duro para usted el cambio del sector urbano al rural?
Desde que comencé a trabajar había tenido a niños con necesidades especiales en mi aula, pero nunca me había fijado en eso. Jamás había pensado que existieran políticas, metodologías, cobertura y todo eso. Simplemente estaban y hacía con ellos lo que hacía con los demás. Eran varios los problemas. Por ejemplo,  pasar de un grupo de 20 niños, en donde cada uno tenía su material y su mesa de trabajo, al sector rural donde no había ningún recurso.

¿Qué la inquietaba?
En transición la enseñanza es completamente lúdica y al llegar a primero se vuelve muy rígida. En preescolar, trabajas con base en prácticas que articulan cinco áreas que son imprescindibles para el desarrollo humano: la comunicativa, la corporal y las dimensiones cognitiva, ética y estética. En primero, sucede todo lo contrario. El maestro ordena sacar el cuaderno de matemáticas a las siete y el de sociales a las ocho. Son días fraccionados y muy complicados para los niños, porque no terminan de entender la clase de español cuando pasan a la de ciencias. Yo viví eso y cometí muchos errores, hasta que dije no más. Un día resolví hacer con primero lo mismo que hacía en transición y comencé a diseñar una nueva manera de trabajar en el aula con todos los niños, incluyendo a dos niños especiales que tenía en ese momento, un niño con síndrome de Down y un hermafrodita.

¿Cuál ha sido la principal pregunta que ha rondado su vida profesional?
En este momento es la inclusión. Yo no sabía nada de este concepto hasta el Premio Compartir. Cuando inscribí el proyecto para el Premio Compartir al Maestro, venía trabajando en una idea que rondaba por mi mente desde hace muchos años. Cómo lograr la articulación del nivel de preescolar con la básica primaria. Lo primero que hice fue cambiar el horario. Ahora podemos ver ciencias, sociales, matemáticas y español integradas a las actividades del día y los niños ni siquiera se dan cuenta. En este proyecto todos los niños participan. Es decir, hice el proceso de inclusión, sin ser consciente de él. En esa semana que gané el Premio comencé a descubrir muchas cosas. He ido aprendiendo que incluir es dejar llegar la riqueza de la diversidad al aula y aprovecharla.

¿La escuela sólo tiene hasta grado quinto, qué pasa después?
De momento tenemos 43 niños. Somos dos profesoras. Yo manejo preescolar, primero y segundo. El paso de los niños al bachillerato es muy difícil porque a veces los padres no tienen la opción económica de llevarlos a la otra escuela y menos a aquellos con alguna discapacidad. Y cuando lo hacen, no todos los maestros tienen la disposición de enseñarles. Nosotros estamos aprendiendo a ser incluyentes. Es mucho lo que se puede hacer para que un niño, por ejemplo con retardo mental, se sienta un ser humano en este contexto. No importa que no sepa leer ni escribir o sumar y restar, cuando tú pones a ese niño a contar las matas del jardín, te hace un inventario completo.

¿Cómo ha hecho para trabajar con los niños sin recursos suficientes, ni apoyos ni materiales?
Hacer lo mismo que se hace con todos los niños. Siempre se han necesitado los apoyos, sólo que no me había dado cuenta de lo importantes que son. Hasta ahora descubro que un solo niño con demencia, por ejemplo, puede afectar el  trabajo de los demás en un momento dado. Si ese niño tiene un apoyo constante que esté pendiente de sus necesidades básicas, él puede dar tanto como los otros. La inclusión puede hacerse siempre y cuando estén esos apoyos ahí.

¿Y ha conseguido esos apoyos?
Busqué ayuda con psicólogos, porque ellos tienen toda esa fortaleza teórica que nosotros los maestros no tenemos. Cada vez son mayores mis inquietudes y más mis ganas de resolverlas. Quiero saber por ejemplo cómo enseñarle a leer a un niño con síndrome de down y ya lo estoy aprendiendo por el camino de la investigación. Hoy en la escuela tenemos dos psicólogas que nos están apoyando mucho en el colegio. Antes del Premio, la función de la psicóloga era estar ahí en la oficina y atender unos niños que nosotras rotulábamos. Eran los casos diagnosticados. Ahora es distinto, ellas llegan al aula a observar y a apoyar. Trabajamos en equipo.

¿Y los espacios y currículos?
La última idea de aula que tengo, es un salón de clases. El río y la montaña también son aulas de clase. Yo vivo en Zipaquirá y todos los días viajo a Cogua que es a cinco minutos de allí. Es una escuela linda, grande y con pocos niños, lo que favorece el proceso de inclusión. Está lleno de plantas. Es muy lúdico. En los salones se formaron rincones de trabajo. Tenemos una salita de informática. Nuestra idea es que también la comunidad se eduque allí. No solo los niños sino también sus papás, los ex alumnos y sus abuelos. Para que la inclusión funcione hay que hacer un currículo flexible, con unos objetivos trazados y aceptar que no todos tienen que avanzar al mismo ritmo. Eso lo aprendí en la escuela rural.

¿Qué ha pasado con los padres de familia?
Antes del Premio los papás no se daban cuenta de que en la escuela había niños con discapacidad. Después del Premio, por un lado, comenzaron a llegar más niños con necesidades especiales y la proporción justa se volvió injusta. Yo tenía un niño de 12 años con Síndrome de Down en grado segundo y otro de 6 años, en preescolar. En mi salón estaban además un niño con hipopituitarismo (cuando se atrasa la glándula hipófisis en el vientre, retrasa el desarrollo motor, cognitivo y de lenguaje) y una niña con hipoacusia (sordera). En el otro salón, estaban una niña con retardo mental severo y un niño con retardo mental leve. Y por último los niños con problemas sociales y de comportamiento. Cuando esto sucedió muchos padres decidieron sacar a sus hijos de la escuela y se los llevaron para colegios privados. Eso hizo que bajara el número de estudiantes. Antes éramos 4 maestras, ahora somos dos. Finalmente, el colegio, a través de la psicóloga, se dio cuenta de la situación y controló la proporción.

Como reconocimiento del Premio como Maestra Incluyente, usted obtuvo una pasantía en Canadá, a la que fue en 2010, ¿Qué aprendió?
Que la inclusión si funciona, aunque nos alejan situaciones culturales y sociales. Los ambientes y el pensamiento son distintos. Lo claro es que hay que darle un vuelco a las políticas públicas para que no nos excluyamos por nuestra raza, religión, dialecto o discapacidad. A pesar de que la política habla de integración en el aula, no nos enseñaron a hacerlo. Y por eso, dentro del aula, hay rincones de exclusión. A pesar de la dificultad me entusiasmo cada vez más. Ahora estoy trabajando en mi tesis sobre el proyecto que he desarrollado en mi escuela. De hecho escogí la psicología educativa porque sentía que me hacía falta esa parte teórica.

Pero usted pudo lograr la inclusión en su escuela…
Mi escuela quiere ser incluyente, pero no lo es todavía. Hasta ahora es una escuela donde se están integrando los niños con discapacidad y se está reconociendo que existen como seres humanos, que se les debe tratar como personas y que pueden aprender. Reconocerlo es el primer paso para cambiar la escuela.

¿Cuál es su meta después del Premio?
Seguir el proceso de inclusión y que todos mis estudiantes puedan terminar el bachillerato. Lograr que más maestros se unan a esta experiencia porque les nace enseñar y no porque el colegio o algunas políticas los obliguen. Si damos el paso de inclusión de preescolar a primaria, seguro lo daremos de primaria a bachillerato. Lo natural es que todo fluya y que todos vuelvan suyo el significado y la práctica de la inclusión.

¿Qué es para usted una escuela incluyente?
Una escuela que se proponga un objetivo común para todos. Se trata de que todos pasemos al otro lado del puente, que no se quede ninguno.

¿Una escuela incluyente conduce a un país incluyente?
Una no, muchas. Si logramos formar conciencia desde que estamos en la primera infancia, ¿se imaginan lo que llegarán a ser y hacer estos niños en 20 años? Tendríamos un país que piensa en que la solidaridad está en entender al otro, en comprender su diferencia y en ayudar a que todos lleguemos a la meta, así nos toque devolvernos y recoger a la persona que se nos cayó. Si logramos comprender la inclusión desde la escuela, tendremos un país enorme.

Artículo de Interés

  • En la inclusión la escuela cambia para que todos los niños puedan aprender: Luz Esperanza Morales

 


Desde el 2008, El Premio Compartir al Maestro en alianza con la Fundación Saldarriaga Concha, crearon la categoría al Maestro Incluyente, Ignacio Saldarriaga Concha, que busca reconocer las buenas prácticas metodológicas de aquellos docentes que respetan las necesidades de sus estudiantes y sus diferentes formas de aprendizaje, haciendo de sus aulas espacios de inclusión y respeto por la diferencia. Desde ese año son tres los maestros que han obtenido el Premio: Camilo Torres Ferrer en 2008, Gladys Amalia Murcia Pinilla en 2009 y Marina Estela Palacio Rendón en 2010.  En 2010, gracias a la Fundación Saldarriaga Concha y como reconocimiento a su labor, los maestros Camilo Torres y Gladys Murcia obtuvieron una pasantía que los llevó a Canadá para conocer a otros maestros y estrategias educativas enfocadas a la inclusión educativa.

 

 

 

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Hoguer Alfredo Cruz Bueno
Gran Maestro Premio Compartir 2009
Logré vincular el aula y la comunidad rural a través de expediciones que marchaban tras la huella de la cultura local en tertulias de lectura que se convirtieron en lugares de encuentro entre los padres, los hijos, los textos y la escuela.