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Por una educación que de voz y tiempo a los jóvenes

La escuela del siglo XXI debe constituirse como un espacio privilegiado para que la juventud vivencie y experimente procesos de participación en la esfera pública. 

Octubre 20, 2016

Este artículo fue escrito por Neca Setubal, publicado en el portal aprendiz.uol.com.br y traducido por Compartir Palabra Maestra como producto de la alianza de contenidos de ambos portales.

La escuela del siglo XXI debe constituirse como un espacio privilegiado para que la juventud vivencie y experimente procesos de participación en la esfera pública.  Porque la actuación en concejos, foros, conferencias demandará de la escuela una profundización del conocimiento, fluidez en las expresiones oral y escrita, habilidad para argumentar, negociar, seleccionar y analizar información.

Esas características no pueden ser desarrolladas aparte del currículo – como si fuese necesario parar la clase para debatir de ciudadanía y participación -, y si dentro de él. Además de eso, una vez que la escuela debe preparar a las personas para la vida, debe también enfocarse en tratar temas actuales como movilidad urbana, salud, economía, medio ambiente y política, a nivel local y global.

Personalizar el aprendizaje es uno de los modos de contemplar las inteligencias múltiples y de alcanzar los mejores resultados en el proceso de aprender y enseñar, así como hacer uso de acceso a internet y ofrecer un aprendizaje más vinculado con lo cotidiano y con experiencias más auténticas que puedan ser útiles y duraderas para los jóvenes.

No podemos olvidar que la escuela es un importante espacio articulador para otros espacios sociales, que compone el ejercicio de la ciudadanía, el reconocimiento social y la diversidad cultural. Su conexión con la comunidad y con otros integrantes del territorio fortalece la posibilidad de formación de los jóvenes.

Una escuela que considera y potencializa la iniciativa juvenil debe escuchar las demandas que afloran en las calles. Debe estimular la apropiación de los espacios de la ciudad y el acceso a los equipamentos culturales, ampliando el repertorio y enfrentando la segregación espacial de las ciudades.

Involucrar a los jóvenes en la participación pública y en la movilización social ya se ha mostrado como una vía para el desarrollo. En mi nuevo libro Educación y sostenibilidad – Principios y valores para la formación de educadores, producido a varias manos, verificamos que ya existen decenas de iniciativas, en Brasil y otros lugares, en que el joven es, al mismo tiempo, beneficiario y agente de acciones, programas, proyectos y políticas de desarrollo local.

Por ejemplo: prácticas educativas que promueven la expresión comunicativa de los jóvenes y ayudan a saber cómo funcionan los medios desarrollan el pensamiento crítico y la autonomía. Esa lectura crítica de los medios ayuda a los jóvenes a leer su mundo de una nueva manera, a participar políticamente y a involucrarse con la comunidad de la escuela y de fuera de ella.

Una educación realmente comprometida con el mundo contemporáneo debe ayudar a los jóvenes a encontrar su lugar en él, a través de cuestionamientos sobre lo que significa relacionarse en comunidad y construir sentido de pertenencia. En este contexto, nuestro desafío como educadores, es construir, en la práctica, una educación de calidad para todos, centrada en valores perdurables, que colabora para fortalecer la cohesión social y las nuevas formas asociativas que constituyen la ciudadanía.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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