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Las ventajas educativas de no considerarse ex–niño

Algunas de las ‘lecciones de ecología humana’ más importantes que procuran los pequeños a sus educadores. 

Julio 25, 2018

En un Congreso Internacional sobre Pedagogía e Infancia, de seguro que la inclinación natural de los peritos girará en torno a cómo educar a los niños, ‘ecológicamente’. Claro, porque el subtítulo del evento alude a la ‘ecología humana’. Sin embargo, esta comunicación –con la inconformidad que caracteriza al ponente– tiene justo el perfil opuesto, pues afirma que somos nosotros quienes debemos aprender en mayor medida de los niños, y además, lo radical, que es su ‘ecología personal’. 

La clave de este aprendizaje pasa por notar que, si en el niño (como en toda persona humana) cabe distinguir, al menos, entre su persona o intimidad, su naturaleza corpórea y las dimensiones inmateriales intermedias que median entre una y otra (el yo, la inteligencia y la voluntad), lo superior, la persona, carece inicialmente de mal alguno.

En efecto, el mal sólo puede ser nativo en el cuerpo que recibimos de nuestros padres, pero no en lo que –en lenguaje clásico– se puede llamar acto de ser personal, es decir, en la intimidad, porque la persona que somos y estamos llamados a ser la debemos exclusivamente a Dios, y éste no crea personas imperfectas.

Nativamente, tampoco albergamos mal alguno en lo que –siguiendo el mismo modo de decir- cabe designar como esencia humana, o sea, esa franja intermedia de lo humano a la que pertenecen, por ejemplo, las facultades superiores, porque, inicialmente, tales potencias son –recuérdese la expresión aristotélica– tabula rasa. Posteriormente, el mal puede ser admitido libremente en el núcleo personal o corazón humano y, asimismo, puede ser acogido en dichas facultades humanas más altas y, también –como es claro– incrementado en las corpóreas. 

Como el mal a nivel noético es siempre ausencia de conocimiento, la intimidad del niño –que carece de mal personal nativo– es, inicialmente, luz transparente. Además, como por ser personal, esa luz íntima es apertura irrestricta al ser personal que le ha otorgado dicha luz nativa novedosa e irrepetible, el niño está nativamente abierto a la Luz divina irrestricta.

Añádase que, en el caso de la elevación sobrenatural, de ese niño hay que predicar la filiación divina. Por tanto, si la apertura personal nativa al ser divino y la elevación filial de esa apertura son lo más radical en una persona humana, es el niño quien nos puede enseñar de modo claro qué sea la pureza del acto de ser humano, la cual comporta la neta apertura a la trascendencia divina y a las demás personas creadas, es decir, la ecología más limpia en el nivel superior de lo humano.

Por tanto, no parece que en esto seamos nosotros los llamados a dar lecciones a los pequeños, porque nosotros, a lo largo de nuestra vida, hemos abierto en demasía la puerta del corazón al mal y, asimismo, le hemos preparado casa propia tanto en nuestras facultades superiores como en las inferiores. 

En suma, la ‘ecología’ en la naturaleza física sólo la puede respetar, proteger e incrementar quien es ‘ecológico’ por dentro. Pero en el género humano, tenemos un ejemplo cercano para aprender de esa limpieza interior: los niños. Por tanto, consideremos a continuación algunas de las ‘lecciones de ecología humana’ más importantes que nos procuran los pequeños. 

La enseñanza familiar, social y educativa que nos ofrecen los niños

Los niños –aún sin hablar– nos enseñan que ‘somos’ familia y que ‘tenemos’ sociedad y, asimismo, que la clave de nuestra vida pasa por el crecimiento educativo irrestricto. Atendamos separadamente a estos tres puntos. 

a) La enseñanza familiar

Los niños nacen en familia hasta el punto de que fuera de ella su viabilidad es prácticamente nula. Lo que precede indica que la persona humana ‘es’ familia. No se trata solo de que la familia posibilite el desarrollo humano desde su nacimiento hasta la muerte, pues si ésta falta, la existencia del hijo es inviable y, de serlo, se torna inhumano.

Sino, sobre todo, de que es el hijo el que justifica la familia. En efecto, el matrimonio conforma una familia, pero el fin del matrimonio es el hijo. Nótese que los padres lo son en función del hijo, no al revés, ya que lo primero y radical en el hombre no es ser padre/madre, hermano/a, tío/a, etc., sino hijo.

El hombre es radicalmente hijo y, por ende, familia; y quienes más nos enseñan al respecto son los niños, porque –más que los padres, los pasados ideólogos de los individualismos y colectivismos, la llamada postmodernidad que entiende al sujeto, en el mejor de los casos, como un “adolescente sin padres”, o los presentes legisladores, a quienes se les puede ocurrir comprenderse como ex-hijos (y también como ex-padres y ex-madres)– son los niños quienes no pueden dejar de saberse como son: hijos. 

b) La enseñanza social

Los niños nos enseñan, palmariamente también, que el hombre es un ‘ser social’ por naturaleza, no solo porque ellos se forman social-mente en familia, que es la base de la sociedad, sino, fundamentalmente, porque una persona ‘es’ familia, y donde mejor resplandece la realidad del ser familiar es en el niño.

Un hombre es familia por ser persona, pues la soledad es la negación de la persona. Esto indica, no solo que el aislamiento le siente mal a una persona, hasta el punto que, por ejemplo, un niño abandonado al margen de la sociedad no crezca afectiva, intelectual y volitivamente y se comporte como un animal, sino, sobre todo, que una persona no es posible sin otras personas, sencillamente porque ‘persona’ significa apertura personal a otras personas: relación persona.

“La persona es la pura relación de lo que es referido, nada más. La relación no es algo que se añade a la persona… sino que la persona consiste en la referibilidad” (Ratzinger, 1970). En consecuencia, la sociedad, que es una manifestación externa del ser personal íntimo, no puede comportar sino reciprocidad, asunto en el que, por vivir naturalmente el niño en familia, nos puede instruir. 

c) La enseñanza que nos dan los niños sobre la índole humana de la educación

Los niños nos enseñan que estamos diseñados para crecer educativamente sin coto. En efecto, el niño es débil por naturaleza, y esto indica que el ser humano requiere educarse y que sin educación es inviable. Pero la formación no termina nunca; asunto palmario para los niños, y de los que debemos aprender.

De otro modo: los niños justifican la educación. Ésta depende de la familia, y ésta de la filiación. Filiación indica respecto radical, referencia intrínseca. Por eso, la educación re-quiere la apertura personal a las demás personas. Esta lección que nos transmiten los niños la olvidan en demasía esos mayores que pretenden un imposible: la ‘autorrealización’. 

 

Lea el contenido original en la página web de la Editorial Magisterio.

 

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Jaqueline Cruz Huertas
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