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Elogio a lo simple

Una conversación con el profesor Ernesto Schiefelbein

Enero 15, 2018

Cuando Ernesto Schiefelbein fue nombrado Ministro de Educación en Chile, su primera labor fue concretar en propuestas sencillas su plan de trabajo. Fue así como resumió todo en cinco puntos muy simples: “Menos de la mitad de los niños no lee bien; se necesitan más horas de clase; los libros de texto son malos; la clase magistral no sirve; y los computadores son claves para educar”.

A los seis meses de iniciar su gestión, había logrado sensibilizar al país sobre estas ideas, y unos meses después el Congreso aprobó una ley que incrementó en dos horas la jornada escolar. Su éxito fue proponer cosas llanas, que generaban sentido para todos.

“Hay problemas complicados y hay problemas simples pero por algún motivo raro no nos gusta resolver las cosas de una manera simple”, concluía Schiefelbein en su conferencia “Repensando la institución educativa para una educación de calidad” el pasado 31 de agosto en Bogotá.

Los problemas relevantes y las soluciones obvias y concretas las encuentran las personas que entienden bien las problemáticas y ven más allá de lo aparente. “Identificarlos y reconocerlo es la primera etapa para llegar a solucionarlos” agrega y nos invita a hacer la siguiente reflexión: Hablar menos y dialogar más en el salón de clase

“Nuestros sistemas educativos en América Latina no centran la atención suficiente en el uso del lenguaje. Todo el andamiaje del proceso educativo reposa sobre el lenguaje, presumiendo que ello basta para enseñar”.

De ahí que el centro del proceso educativo sea el maestro y no el estudiante. Es un esquema perverso en el que los maestros dictan sus clases y los estudiantes escuchan y repiten exactamente lo que les oyeron decir.

“Nuestros estudiantes aprenden a través de actos de fe. El maestro transmite sus conocimientos a través de palabras que los estudiantes no comprenden del todo”, dice Schiefelbein. Y somos ingenuos al creer que así estamos construyendo nuevos saberes en el salón de clase. Este uso del lenguaje, limitante y poco retador, excluye de tajo el diálogo abierto y sincero entre estudiante y maestro y la posibilidad de despertar un profundo afecto por el conocimiento.

Schiefelbein señala que investigaciones adelantadas en Chile, El Salvador, Nicaragua y Brasil indican que en promedio la mitad de los niños en tercer y cuarto grado no entienden un texto simple. Más aún, “si se compara el número de palabras que tienen los niños al leer antes del primer grado, entre poblaciones urbanas y rurales, se encuentra un desbalance aterrador.

Los niños de las ciudades con familias cuyos ingresos son superiores al promedio, están cerca de las 2.000 palabras, mientras que los niños de zonas urbanas marginales o rurales manejan unas 600 o 700”, lo cual plantea de entrada una de las mayores inequidades del sistema educativo en América Latina. De ahí que sea indispensable generar ambientes que promuevan la lectura y amplíen su vocabulario, mediante programas que motiven a las familias a leer con los niños.

“Debemos lograr que los estudiantes al llegar a sus casas encuentren la motivación para leer y que cuando lleguen a clase puedan enriquecerse mediante la formulación de preguntas y la discusión de nuevos saberes… Formular preguntas adecuadas implica aprender con metodologías que estimulen la comprensión y el aceptar por la razón las nuevas ideas”

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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