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Hablemos todos del currículo

La sociedad se convierte en educadora a través de sus consejos escolares, quizá no por lo que son ahora, sino por lo que deberían ser.

Julio 2, 2018

¿Aprendemos con Facebook, Twitter, Google, Wiki, Flickr, Pinterest, Prezi, Moodle and Office? ¿Existirá todo eso dentro de veinte años cuando nuestros alumnos empiecen a gestionar el mundo?

Después de seguir a dirigentes como Trump, Farage o Putin, tal vez, lo más razonable sea enseñar a recolectar espárragos silvestres, cazar conejos y fabricar lanzas de madera. Pero no quiero ponerme cínico-sarcástico.

En general, los seres humanos que crearon todo lo que tenemos y somos no habían sido especialmente adiestrados para ello. Eran seres humanos autónomos con imaginación y cierta movilidad, aunque fuera mental. Tenían a la vista problemas y materiales del mundo. En cuanto se inventó la imprenta, empezaron a tener también libros, es decir, materiales mentales previos de los muy locuaces animales humanos semejantes a ellos. Los libros multiplican «lo que está a la vista». Para eso están las neuronas espejo, para ponernos en el lugar del que escribe y conectarnos a una red mental que tal vez no sea tan extensa como la de Internet, pero mucho más solvente y densa. Los más afortunados fueron además discípulos de alguien a quien valía la pena escuchar.

¿Quién hace el currículo?

El Gobierno, el Consejo Escolar del Estado, la Autonomía o quien sea tienen derecho a proponer u orientar un currículo, pero la comunidad escolar, es decir, las escuelas o redes de escuelas tienen el derecho a concretarlo porque tienen los alumnos delante.

Haga quien haga los currículos, todos se parecerán pues vivimos en el mismo mundo, aunque pueda interpretarse o hacerse la cesta de la compra curricular con diferente criterio o instinto. Pueden seleccionarse datos, conceptos, fórmulas, procedimientos, valores o situaciones, problemas o casos. Esa selección nunca será exhaustiva ni aunque quedáramos exhaustos haciéndola.

Los profesores y los alumnos nos diferenciamos por el qué y el cómo decidimos acabar enseñando o aprendiendo. Es nuestro estilo, nuestra personalidad, nuestra aportación al mundo. No necesitamos saberlo todo para tener una comprensión global, cabal y suficientemente para intervenir con tino. No hay dos expertos en lo mismo que sepan lo mismo. Lo que cuenta son las oportunidades que hemos tenido y nos hemos dado de ver lo más que hemos podido y el acierto con que hemos perseguido una visión global. Las escuelas o redes de escuelas tienen el derecho a concretarlo.

La fórmula es sencilla

Todos hemos de tener una visión realista de lo que es el ser humano en el mundo. Un mínimo consenso del tipo de camino que queremos tomar, que se expresa en disyuntivas del tipo:

Queremos sobresalir / Queremos convivir; mundo unido / mundo fraccionado. Derechos para quien se los gane / derechos para todos los seres humanos; prioridad llegar a Marte / prioridad Justicia en la Tierra1; prioridad para las reglas de la economía / prioridad para las necesidades físicas y espirituales v de todas las personas, es decir; recompensas ilimitadas / recompensas ponderadas.

Los gobiernos han de ajustar los recursos del momento para que sus sociedades progresen, es decir, la completa generación que llega, se alce intelectual y moralmente como una ola poderosa. Porque la convivencia y la economía del futuro se basarán en el impulso de esa ola. Pero la forma de hacerlo no la deciden ellos.

La sociedad se convierte en educadora a través de sus consejos escolares (quizá no por lo que son ahora, sino por lo que deberían ser). En ellos la sociedad se vuelve pedagoga y decide cómo plantear sus futuras oleadas educativas. Para ello se deben asesorar de expertos que llamamos pedagogos y que ya tienen en su seno.

La sociedad se convierte en educadora

Los pedagogos han de investigar las más adecuadas síntesis de la realidad y los más adecuados caminos para conocerla para las más diferentes personas, en equipo y transmitiendo todo ese conocimiento y espíritu a los profesores universitarios.

Los profesores universitarios han de enseñar sus especialidades con el contenido de humanidad que hayamos consensuado, teniéndolo en mente como director y de la manera socrática en que esperan que sus alumnos traten a los niños y jóvenes.

Los maestros han de trabajar con los alumnos de manera que tengan todas las oportunidades de conocer posibles y les empujen a dárselas a sí mismos.

Y para acabar, coda personal: los libros de texto son parcos en oportunidades y no invitan a tomarlas. Con los 600 millones anuales que nos gastamos en ellos, el mundo estaría magníficamente representado en todas las escuelas en forma de libros, láminas, tutoriales e ingenios pedagógicos. La tecnología digital no necesita que yo la recomiende, aunque también lo hago. Habría más oportunidades y más estímulo para que los alumnos se las dieran a sí mismos.

 

Lea el contenido original en la página web de la Editorial Magisterio.

 

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