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La autonomía o el fin de la educación

El profesor es un interlocutor y motivador y se convierte en otro de los recursos que el estudiante usa si lo considera necesario

Enero 3, 2018

Hace 10 años tuve la oportunidad de participar en un estudio sobre perspectivas de la educación superior en ingeniería y ciencias en el país. Recuerdo el énfasis que hacíamos en el hecho de que el proceso educativo de una persona es una larga cadena caracterizada por profundos “desencuentros” entre las diversas etapas: concepciones encontradas y diferencias pedagógicas inexplicables entre la educación primaria y secundaria y desencantos del estudiante que enfrenta sus retos como profesional.

Lo paradójico de esta situación es que aunque el sujeto de la educación es uno solo y constituye de alguna manera un “continuo” en desarrollo, la educación se arma como un perfecto “discontinuo” de concepciones, del cual el único perjudicado es el estudiante.

Los desencuentros ocurridos en esta cadena se caracterizan por docentes que reciben al estudiante y subestiman la educación provista en el eslabón anterior, porque los educadores del nivel mas avanzado tienen una sensación –arrogante– de que aunque en el nivel anterior se hizo mucho esfuerzo, no se acertó en lo fundamental.

Los profesores universitarios, en áreas técnicas o científicas, afirman que lo único que esperan del colegio en la materia de matemáticas, por ejemplo, es que el estudiante llegue con un manejo razonable en álgebra y geometría elemental.

Supongo que el profesor de bachillerato hace exactamente las mismas afirmaciones sobre la educación primaria y al final de la cadena acadé- mica, el empleador sólo espera que el recién graduado de la universidad piense ordenadamente, tenga conocimientos técnicos muy básicos, un buen “manejo del inglés” y muy buenas relaciones personales.

El resto lo aprenderá en la empresa a medida que se vaya requiriendo. Luego, los encumbrados profesores dicen al estudiante de magíster o doctorado –en ingeniería por ejemplo– que “ahora sí llego la hora de entender las cosas en profundidad”, pues piensan que los estudios de pregrado sirvieron como gimnasia mental para mantener el cerebro despierto esperando este “gran momento”.

Así el profesor en cada nivel siente que tiene que redondear su “obra educativa” y llegar al final de algo, ya sea en la educación del niño, del adolescente o del profesional. Pero ese “algo” se La autonomía o el fin de la educación Por José Rafael Toro - Vicerrector Universidad de los Andes La educación y los educadores –en cualquiera de sus etapas– no deberían olvidar que hay un bien con el cual pueden ofrendar a los hombres que es superior a todos los demás: el ejercicio pleno de su libertad.

Si la educación no se piensa para conferir libertad, nuestro esfuerzo quedara reducido a un vulgar ejercicio de instrucción y alienamiento de incautos. parece a un maletín de primeros auxilios para un viaje a lo desconocido que el estudiante emprenderá cuando no esté bajo su tutela.

El maletín está lleno con todos lo recursos –fundamentales e insignificantes– que pueden ser necesarios en el temido viaje. Y como cualquier fracaso recaerá sobre la conciencia del profesor, entonces “es mejor que sobre y no que falte”.

Entre tanto, el otro maestro que espera en los siguientes niveles, piensa que la mitad de las cosas que trae ese alumno son innecesarias y la otra mitad están “a medio hacer”. Las tres proposiciones que expondré a continuación, si se interpretan con audacia, pueden ser tan drásticas como para aliviar fracturas del sistema educativo particularmente en la interfase colegio-universidad.

Debo aclarar que mis observaciones proceden de una larga experiencia en la docencia universitaria y una reciente observación de los procesos educativos a nivel escolar. Las proposiciones a considerar son:

a. La educación es el vehículo ideal para el ejercicio de la libertad del hombre.
b. La educación en el colegio tiene como fin último el desarrollo de la autonomía del estudiante.
c. La educación en el nivel universitario tiene como fin último que el estudiante pueda hacer un uso constructivo de su autonomía.

A continuación me referiré a las dos últimas proposiciones y sus consecuencias de considerarlas ciertas. Para empezar por una observación casi obvia afirmaremos que en los primeros niveles de la educación primaria los métodos pedagógicos perfilan sensiblemente los logros del proceso de aprendizaje, pero en el extremo mas avanzado de la educación la pedagogía es casi irrelevante en la determinación de los logros.

La razón de estos extremos se debe a que el estudiante avanzado posee una gran madurez intelectual, incluida la madurez cognitiva, la disciplina de trabajo, el conocimiento avanzado del lenguaje propio de la disciplina y su racionalidad. Podría decirse sin temor a equivocarse que la universidad, en los niveles avanzados, no está diseñada para que al estudiante se le enseñe sino para que el estudiante aprenda de manera completamente autónoma.

En los primeros niveles escolares el niño empieza a madurar cognitiva y emocionalmente, construye su lenguaje natural y descubre el mundo que hay afuera para explorar. Por ello en esta etapa no tiene sentido hablar de un “conocimiento disciplinar”, sino de un conjunto de experiencias y observaciones vitales que empiezan a organizarse, sistematizarse y tomar la forma de conceptos bajo la tutoría del profesor.

La manera como la formación de dichas experiencias y primeros conceptos nacen obedece a una “pedagogía” que el profesor implementa para que el niño logre sus objetivos, y que depende del concepto del maestro. Aquí se realiza una mezcla sutil de teorías cognitivas y técnicas derivadas de estas teorías que finalmente se ensamblan en un método o estrategia pedagógica.

Las consecuencias que se derivan de imaginar la educación como planteo en la segunda y tercera proposición, si la universidad es un sitio donde el estudiante aprende y no un sitio donde se le enseña, el rol de la universidad sería el de proveer un ambiente y un conjunto de recursos e instrumentos que el estudiante, autónomamente, usa o desecha para seguir adelante.

El profesor es un interlocutor y motivador y se convierte en otro de los recursos que el estudiante usa si lo considera necesario. Así, el profesor no enseña sino que ayuda al estudiante aprender a aprender

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Melva Inés Aristizabal Botero
Gran Maestra Premio Compartir 2003
Abro una ventana a los niños con discapacidad para que puedan iluminar su curiosidad y ver con sus propios ojos la luz de la educación que hasta ahora solo veían por reflejos.