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Por los caminos de la palabra

Noviembre 24, 2009
 

 

Noviembre 2009

Holguer Alfredo Cruz

Gran Maestro 2009

Definitivamente lo que estoy viviendo es pura poesía. Es como andar en bicicleta sobre un camino tapizado con algodones de feria.

El Premio Compartir al Maestro es el mejor cuento fantástico que he leído. Todavía no logro asimilar qué es lo real y qué es lo imaginario. A veces, por las madrugadas, despierto y salgo corriendo en puntillas hasta la sala para mirar mi trofeo de Gran Maestro y comprobar que esto no es un sueño. Me quedo viendo el destellar del metal y entonces mi vida comienza a rebobinar la película desde los primeros días en que empecé a soñar con ganar aplausos.

Cuando niño, allá en Bucaramanga, mi padre me llevaba al parque Turbay para ver la llegada de las etapas de la Vuelta a Colombia en bicicleta. No sé cómo hacía el viejo para no cansarse conmigo sobre sus hombros. Desde allí podía ver que la gente se arremolinaba en torno a los ciclistas y los aplaudía con emoción. Notaba que los aficionados admiraban y aplaudían también a los narradores que asomaban sus cabezas por un hueco que había encima de las camionetas. Me gustaba mucho ver cómo los aplaudían y los vitoreaban. Tal vez fue ahí, a mis escasos seis años de edad, que comencé a soñar con ganar aplausos, muchos aplausos. Quería ser cualquiera de los dos: o ciclista, o locutor. Para mi edad, la bicicleta era lo más alcanzable.

En mi cumpleaños número nueve, mi padre me regaló una bicicleta. La había comprado en el almacén de Severo Hernández, el famoso ciclista santandereano, mi ídolo de entonces. Mi tío Gustavo me regaló (nunca supe de dónde la sacó) una camiseta de ciclista, con el bolsillo que tienen atrás las camisetas de los ciclistas y con un letrero en el pecho que decía: “Líder”. Juro que no me quité la camiseta en mucho tiempo. Me la ponía hasta para ir a misa. Aunque no combinara, la usaba con zapatos de material y hasta con el pantalón del uniforme de diario. Quizás me veía ridículo, pero siempre me sentí como un gran líder. Un año después la bicicleta se perdió en una compraventa por cuenta de la ropa para mi primera comunión.

Después cumplí el sueño de hablar por la radio; empecé como escritor de libretos de humor, luego estudié algo de periodismo y me hice reportero. Durante 15 años mi voz se escuchó por Radio Primavera (filial de Caracol), Colmundo Radio, Todelar y RCN. Hace 10 años, en 1999 recibí muchos aplausos de mis colegas cuando la revista La Ponzoña me otorgó el premio como Periodista Revelación.

Hacia los años 1997 y 1998, las cosas para quienes hacíamos radio no se veían promisorias; el Congreso de la República había abolido la tarjeta profesional de periodista convirtiendo la profesión en un oficio, en un arte. Noté a tiempo la amenaza que nos caía a los periodistas “de provincia”. Entonces busqué la manera de empezar una carrera que me permitiera trabajar enseñando todas las experiencias que había adquirido en la radio, pero sin alejarme de los medios de comunicación. El nombre de la carrera “ me flechó ” y en agosto de 2004, la Universidad de Pamplona me otorgó el título de Licenciado en Español y Comunicación. Justo en ese año el Gobierno nacional convocó a concurso de méritos para acceder al cargo de docente. Me presenté, pasé con muy buen puntaje y ahí comenzó el pedazo de la historia que más me gusta.

Mi relación diaria con la máquina de escribir y la necesidad de leer para mantenerme informado, fueron la clave para convertirme en un apasionado lector y en permanente narrador de historias. La elaboración de libretos y la constante redacción de noticias me dieron las pautas para iniciarme como escritor. Comencé a tener algunos encuentros clandestinos con la poesía y el cuento.

En 2004, como proyecto de grado para mi carrera, fundé la Escuela-Taller de Literatura Creativa de la Corporación Cultural Pájaros Azules. Desde entonces, más de 380 niños y jóvenes han recibido (de manera gratuita) formación como escritores creativos, básicamente en narrativa.

En 2006 ingresé a la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa −Renata− del Ministerio de Cultura y pude mejorar en mi oficio de escritor. Como tal, logré traspasar las fronteras de mi barrio cuando el Ministerio de Cultura, incluyó uno de mis cuentos: “Granadillas y flores amarillas” en la antología Este verde país, cuentos colombianos, lanzado a comienzos de este año en el Hay Festival de Cartagena 2009.

En julio de 2005 me nombraron como profesor de la Escuela Normal Superior de Piedecuesta, pero la rectora no me recibió porque yo había sido periodista y en algunas ocasiones mis colegas le habían criticado su accionar. Ante el rechazo, tuve que “tirar baranda” durante casi dos meses en los pasillos de la Secretaría de Educación de Santander, esperando a que me asignaran un sitio para empezar a enseñar. El 29 de agosto de 2005 me fijaron como sitio de trabajo la vereda Sevilla. Allí se ubica la sede B de lo para esa fecha se llamaba el Centro Educativo Planadas. Una vez logramos que se aprobara el bachillerato completo en la sede principal, se propuso el cambio de nombre del colegio. Todos estuvieron de acuerdo con mi propuesta: se llamó Instituto del Oriente. Luego diseñé el escudo del colegio y por ahí llevo algunas estrofas de lo que será el himno de la institución. A mediados de 2006 fui enviado a trabajar en la sede principal en la vereda Planadas.

Así fueron mis comienzos, nunca había trabajado como profesor; sólo tenía la experiencia de ayudarle a mi esposa en la crianza de nuestros cuatro hijos. Hace cuatro años, las letras y las palabras me pusieron en el lugar de maestro y desde entonces entendí que la vida tiene mucho más sentido cuando tenemos que inventarnos diversidad de estrategias y métodos para hacer que cada persona que se cruce por nuestro camino, no se despida sin antes haber aprendido algo nuevo, o por lo menos, sin haberse sentido un poco más feliz. Y es que no puedo pretender menos; mi madre es una campesina de Charalá, mi padre es un antiguo celador, hijo de campesinos de Floridablanca y mi esposa es una niña campesina, hija de un alfarero de la vereda Tres Esquinas de Piedecuesta. De qué otra manera puedo pagarle a Dios por las bendiciones que he recibido con mis padres y mi esposa, si no es dando lo mejor de mí para que los niños del campo aprendan lo que deben saber, y de la forma que lo deben aprender.

Si mis aportes, si mi trabajo puede ayudar a que los campesinos alcancen una mejor calidad de vida, entonces puedo sonreír y mirar el cielo en los ojos de mi esposa antes de dormirme cada noche. Me hubiera gustado mucho que este trofeo lo hubieran recibido mi esposa y mis hijos: Silvia, Tania, Holguer Jr. y Franco; ellos han sido mi mayor fuente de inspiración y el más grande argumento para hacer de mí, una mejor historia.

Durante los últimos días, muchas personas se me han acercado y otras me han enviado mensajes preguntando cómo fue que gané este premio, qué hice de extraordinario en mi trabajo para merecerlo. La misma pregunta me la he hecho –desde la noche del 7 de octubre hasta hoy– cientos de veces. Vale la pena entonces resumir mi travesía por estas montañas.

Cuando llegué a la vereda el 29 de agosto de 2005, durante las primeras semanas noté que todos los profesores se quejaban de lo mismo: “…qué hacemos con estos niños que no quieren leer…”, “…cómo hacemos para que lean, por lo menos, lo que escriben en sus cuadernos…”. – Ahora entiendo que es la misma dolencia de muchos maestros y padres de familia en todo el país. –.

Pero , ¿cómo queremos que los niños y los jóvenes lean si no ven a nadie leyendo, ni en su casa ni en su colegio? , Los padres son ejemplo, pero los maestros somos testimonio. Más que enseñar a leer, lo que hay que enseñar es a enamorarse de los libros, a entender la magia que en ellos se guarda. Si un padre no lee nunca, no puede esperar que su hijo sea un buen lector. ¿Cómo puede un docente esperar que sus estudiantes lean, si nunca lo ven con un libro en la mano?

Así las cosas, lo primero que hice fue elaborar una guía diagnóstica para detectar las posibles causas. Allí preguntaba cosas muy sencillas esperando obtener resultados claros, por ejemplo: ¿Tiene dificultad al leer? ¿Le agrada escribir? ¿En su casa hay personas que prefieren la escritura a cualquier otra actividad?  ¿En su casa hay un sitio especial y adecuado para realizar las tareas y leer? ¿Piensa que debe mejorar su escritura y su producción textual? ¿Le agradaría asistir a actividades que le ayuden a mejorar la producción de textos?

Los resultados fueron muy precisos: los niños no leían porque no tenían nada qué leer, en su casa no había nadie que quisiera leer y para completar, lo que los maestros les mandaban a leer no les resultaba atractivo.

Así pues, comencé a diseñar la estrategia. Me llevé para la vereda libros de diversos autores y algunos cuentos escritos por mí. Escogí temas y personajes con los cuales se identificaran los lugareños. Acompañado de un grupo de estudiantes (los mejores lectores) llegaba a las casas campesinas y aprovechando la hora del almuerzo o el descanso al final de la tarde, les leía cuentos y los motivaba para que ellos contaran sus propias historias. La mayoría de nuestros campesinos son tímidos y se retraen cuando tienen que hablar en público, pero cuando se les ofrece un clima de confianza, no paran de hablar y de contar historias. Estas charlas se fueron repitiendo una y otra vez, por todas las montañas que bordean la zona oriental del municipio de Piedecuesta.

Cada vez iban surgiendo más historias, todas, además de hermosas, muy interesantes. Se me ocurrió que estas historias podrían convertirse en textos escritos. Soñé con compilar, pulir y publicar esos relatos para difundir la oralidad de nuestros campesinos. Surgió entonces la necesidad de ampliar el grupo de estudiantes que me acompañaban; además de buenos lectores, necesitaba buenos relatores.

Las historias que los labriegos narraban, se fueron convirtiendo en textos escritos que después en clase corregimos hasta encuadernarlos y mostrar nuestro fabuloso libro, Las nuevas leyendas del campo, 30 historias de miedo, en el Primer Festival Literario que se organizó en la vereda Planadas en agosto de 2006. Para el evento invité a algunos escritores amigos del pueblo y se realizó la primera tertulia literaria. En la historia de la región, nunca se había hecho este tipo de actividad. El mismo término de “tertulia” era desconocido para padres y estudiantes. Algunas señoras al salir de sus casas decían que se iban para la “tortura” del profesor Holguer.

Cuando los campesinos escucharon que estábamos leyendo sus historias, sus vivencias, de inmediato se desató una especie de fiebre por la lectura, todos querían llevarse uno de estos libros para la casa. La condición para prestarles el libro era única: había que leerlo en familia y después cada estudiante debía presentar un informe detallado de cómo fue la jornada de lectura en la casa (este ejercicio se sigue haciendo dentro del programa de lectura que se adelanta en todos los grados de bachillerato). La idea es saber cuál familia no le presta atención a las lecturas que realizan los estudiantes. Cuando el informe revela que no hubo atención de los adultos, entonces esa familia se selecciona y entra a formar parte del listado de visitas pendientes. A las pocas semanas, les mandamos razón para que nos esperen en la casa e inviten a algunos vecinos a la reunión. Allí, les leemos cuentos, compartimos anécdotas, nos enteramos de sus quehaceres cotidianos y de manera muy sutil, se les deja la motivación para que en ocasiones futuras les presten atención a sus hijos cuando les traigan textos para leer.

Las tertulias (ahora se llaman veladas culturales) se realizan a las 7 de la noche los jueves cada 15 días en el patio del colegio. En cada jornada se habla de un país o de una región colombiana. Con los estudiantes preparamos la exposición. Algunos muestran la localización geográfica, otros las riquezas naturales, el clima, el sistema de gobierno, la moneda, el deporte, la música, la cultura, entre otros temas. Se leen cuentos y poesía de sus autores y finalmente se dejan sonar algunas canciones del lugar. De esta manera los adultos aprenden a conocer y a leer el mundo, forrados con sus coloridas ruanas, y sentados en el filo de una fría butaca en el patio del colegio mientras los jóvenes del grado 11º espantan la neblina y les reparten copitas con agua de panela perfumada de canela y aguardiente.

En la primera tertulia, la que hicimos en el festival literario de 2006, los 30 libros que lanzamos no alcanzaron y tuvimos que fotocopiar otros 10. Todos se perdieron, se los llevaron las familias. Desde ese día andan de loma en loma, de casa en casa; solo me quedó uno y el resto, no me los han podido devolver porque siempre hay alguien que se los lleva antes de que vengan de vuelta al colegio. Los campesinos leyeron sus historias y se sintieron importantes, se identificaron con los relatos. Después de leer las “treinta historias de miedo”, fue necesario hacer un convenio (de palabra) para que la biblioteca pública municipal nos prestara libros. Actualmente, más de 40 libros recorren mensualmente las casas de las 220 familias que hay en la vereda Planadas.

Así es como estamos logrando una mejor concepción de lo que significa la educación para las gentes del campo y estamos alcanzando una fantástica transformación en la cultura de nuestra comunidad. Hace muchos años aprendí que uno debe hacer cosas para que lo recuerden. Por eso todo lo que hago, lo hago con amor, con pasión. No quiero ser el mejor maestro, lo único que quiero es ser para mis estudiantes su mejor recuerdo del colegio.

 

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Jaqueline Cruz Huertas
Gran Maestra Premio Compartir 2000
Es necesario entablar una amistad verdadera entre los números y los alumnos, presentando las matemáticas como parte importante de sus vidas.