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Diseños del futuro que ponen en cuestión la hegemonía del libro

Imaginemos por un momento, que una universidad ficticia ofrece un diplomado para destronar la hegemonía del libro. Aquí estarían algunos de sus posibles módulos.

Octubre 19, 2015

El futuro se dice de muchos modos. Cuanto menos creamos y nos animemos a modificarlo será lo mas parecido posible a nuestro presente, mera extrapolación, un futuro sin sorpresas. En el otro extremo la imaginación no está atada a ningún límite o constricción, y por lo tanto todo es posible: desde seres incorporales, a todo tipo de animismos, desde utopías nunca vistas en la tierra hasta infiernos ni siquiera concebidos por Milton en su Paraíso Perdido. También hay un estadio intermedio, el mundo de los plausibles, futuros a lo mejor deseados pero con poca energía como como para cumplirlos, el reino de la utopías alcanzables que a lo mejor con bastante esfuerzo y habilidad política alguna vez vean la luz. Pero esos estados no agotan nuestras visiones del futuro porque también podemos imaginar, mundos preferibles. Es el terreno de la política terrenal, de la real política, del cambio deseable y posible.

El diseño especulativo opera en este territorio de los futuros preferidos/preferibles pero nada fáciles de lograr. Cualquier iniciativa de cambio disruptivo pero con visos y ganas de convertirse en realidad, deberá lidiar con la lógica de los futuros preferibles. Imaginemos por ejemplo un diplomado universitario que tuviera por objeto cuestionar la hegemonía del libro. Que se propusiera criticar y rediseñar a todas y cada una de las instituciones que viven de y para el culto del libro.

Hoy, más que nunca, el libro y la lectura se dicen de muchos otros modos adicionales al papel: analógico, digital, aumentado, intervenido, hipertextual, videográfico, entre otros. ¿Sabrán las editoriales independientes mantener la fidelidad de su público de nicho?

Jugando al juego del diseño especulativo imaginemos (para algún día hacerlo en la vida real) un diplomado dedicado a hackear las instituciones librescas. Su itinerario sonaría más o menos así.

1. Hackear museos

Tradicionalmente los museos se vendieron (y nosotros los compramos) como repositorios de la alta cultura. Contemporáneos de la revolución francesa (los artísticos) y de la industrial (los ingleses de ciencia),  siempre se presentaron (en contraposición con las colecciones privadas) como socializadores de cultura y como mejoradores del gusto social de las clases medias y hasta bajas. Más allá de su voluntad de aumentar el público del arte, los museos siempre preservaron la distancia social, dictaminaron sobre el gusto, y a través de los curadores lograron sancionar un normal del visionado del arte. ¿Podrán las tecnologías ubicuas, las redes sociales y la cultura cambiar estas tradiciones bicentenarias? Según Jean-Luis Doette (2014) el museo es uno de los cinco “aparatos” que configuran nuestro ser perceptivo y sensitivo en occidente. El primero, la perspectiva, ya se ha agotado. ¿Se habrá agotado ya el tiempo de los museos? ¿Los intentos de hackearlos serán meras fintas? ¿O al contrario es posible imaginar nuevas funciones y nuevos diseños que reinventen radicalmente al museo y en particular sus prolongaciones educativas?

2 Hackear bibliotecas

Hay bibliotecas desde la antigüedad (con la célebre alejandrina diezmada por el fuego en 273 AC como la más grande de su época con 900.000 manuscritos). Durante milenios las bibliotecas fueron mayoritariamente privadas e inaccesibles. La primera pública en Boston data de 1850 y gracias a la exuberante donación del millonario Andrew Carnegie casi 1800 poblaron todo el territorio de USA a principios del siglo XX, sentando precedentes para la alfabetización universal junto a la educación masiva. Hoy en día una universidad sin biblioteca es tan impensable que ningún organismo de acreditación la certificaría. El advenimiento del libro electrónico y la proliferación de bases de datos (cada vez más en abierto) parecerían cuestionar el lugar privilegiado de las bibliotecas como “summa” del saber. La emergencia de la Wikipedia hace temblar el sitial de los referencistas. A su vez la biblioteca amplía el catálogo de los objetos (cada vez más fluidos) que se almacenan en su seno y multiplica sus funciones. ¿Al perder el libro su hegemonía seguirán ocupando un rol central las bibliotecas? ¿Al diversificar sus funciones albergando desde pijama parties a DJ, cine o comics no perderán su ADN? ¿Al final las neobibliotecas mejorarán la formación de los ciudadanos o solo albergarán ruinas del pasado?

3 Hackear al periodismo

Desde hace dos siglos el periodismo configura un cuarto poder. Vehiculiza el interés general, conecta entre si a distintos públicos, pasa indistintamente de aliarse con el poder a criticarlo. Oscila entre militar a favor de una causa (más o menos justa) a pronunciarse afiebradamente en favor de la objetividad por encima de todas las causas contrapuestas juntas. El periodismo se dice de muchos modos, abarca todas las esferas de la actividad humana, muestra y esclarece, explica y denuncia, multiplica lecturas y últimamente de la mano de las visualizaciones y las infografías sintetiza relaciones complejas a través de esquemas conceptuales convincentes. La aparición de Internet, la liberación del conocimiento, la creación de múltiples fuentes, la proliferación de informantes, la masificación de las cámaras de fotos y videos han alterado profundamente el monopolio de informar propio del periodismo. En un extremo todos somos (o podemos ser periodistas), en el otro la curaduría y la experiencia siguen siendo valiosas. ¿Como altera la noción de verdad, verosimilitud, consenso o noticiabilidad, este fenómeno de explosión informacional y de interpretación a mansalva? ¿Hay lugar todavía para el periodismo en la cultura de producción masiva que permite que la mayoría de nosotros seamos periodistas, aun sin saberlo? ¿Y será que los buenos periodistas, que todavía quedan, podrían ser cada vez más fácilmente censurables o ignorados?

4 Hackear a las editoriales

Cuando en 1998 el Rocketbook (un tatarabuelo del Kindle y de la iPad) apareció en el mercado, las voces de alarma tecnopesimistas sonaron con la misma fuerza de siempre. La cultura occidental estaba en peligro, el canon se veía amenazado, nuestra identidad como lectores (la que nos vuelve humanos) corría el riesgo de desaparecer. Hubo que pasar revoluciones sucesivas en los dispositivos, emergió Amazon primero y Apple después (entre muchos otros nuevos normales de la distribución) para que aumentara aún mas esa sensación de fin civilizatorio. La desaparición masiva de librerías (y de cadenas enormes en USA como Dalton o Borders) hizo presagiar lo peor. La concentración de la diversidad en grandes corporaciones y monopolios (como Pearson, Penguin Random House o Grupo Planeta) convivieron empero con una actividad independiente de nicho más potente que nunca. La larga cola demostró que  aun en el seno de monstruos como Amazon con 3.600.000 títulos en almacenes, libros impensados, extravagantes o contraculturales también tenían su audiencia. Hoy, más que nunca, el libro y la lectura se dicen de muchos otros modos adicionales al papel: analógico, digital, aumentado, intervenido, hipertextual, videográfico, entre otros. ¿Sabrán las editoriales independientes mantener la fidelidad de su público de nicho? ¿Serán capaces de convivir las máquinas internacionales de pasteurización de contenidos y best-sellers con esta diversidad para mantener viva la veta de la crítica haciendo posible la reinvención de nuestra identidad lectora?

5 Hackear a la televisión

Todos los medios tuvieron sus aduladores y proponentes de mundos mejores que traían aparejados con su invención. Pero incluso en el mundo del cine y de la radio el poder de persuasión, y sobretodo de enamoramiento, estuvo acotado a públicos masivos, pero nunca con la penetración que tendría la televisión. Una curiosidad en los años 40, una promesa en los años 50, a fines de esa década toda la sociedad norteamericana (y la europea) cayó bajo su embrujo. Una década después le pasaría lo mismo al resto de América Latina. Se crearon géneros y formatos, se inventaron (o reciclaron) normales narrativos que giraron alrededor de la telenovela y el “soap opera” y “ser TV visto” pasó a ser sinónimo de existir. La televisión como máquina de propaganda al servicio de la publicidad -y de los gobiernos- terminó por convertir a la intimidad (de los famosos) en espectáculo. La TV por derecho propio se convirtió en el paradigma del broadcast, de la emisión simétrica, del poder del emisor omnipotente sobre el espectador inerme. La evolución de la Paleo-TV a la Neo-TV primero, y la emergencia de la Post- Hiper- Meta-TV contemporáneas del despliegue primero de internet y después de los móviles, hizo tambalear esta ecuación y permitió imaginar un mundo post-televisivo. Mas allá de gestos y ademanes ¿Internet terminará con la TV o como dice sagazmente Michael Wolff (2015) “La televisión es la nueva televisión”. Si el broadcast sigue anidando en la TV, e Internet está traicionando su mandato emancipador al dejarse encapsular por 3 o 4 majors, ¿qué pasará con la autoeducación que nos prometía Internet? ¿Si Netflix es solo un distribuidor de contenidos ajenos y por más que decenas de millones visitemos ansiosos la Khan Academy o la Codeacademy? La TV sigue hegemónica, ¿la escuela aprovechará una vez más para reformar la reforma y abrazar el status quo?

6 Hackear a la universidad

Desde 1088 con la creación de la Universidad de Bolonia, haciendo tándem con la Iglesia Católica un milenio más antigua, la universidad muestra sus blasones de permanencia y cuasi-eternización. Basada primero en un conocimiento escaso, en la transmisión de interpretaciones, en los copistas y en su alianza con el poder de turno, a lo largo de los siglos, los países y del despliegue de innovaciones (especialmente tecnológicas), la Universidad ha virado la mira pero siempre ha estado mucho mas ensimismada en el pasado que en el futuro. La revolución humanista post-renacentista, el despliegue de las ciencias y -más recientemente-, una alianza creciente con las empresas y la innovación, han generado tensiones, y provocado grandes discusiones en su seno acerca de su función, de su objeto, de su rol en la transformación social. El advenimiento de lo virtual en las últimas décadas, la posibilidad de separar el aprendizaje de la coexistencia presencial entre maestro y aprendiz, la proliferación de empaquetados de conocimiento que no respetan ni disciplinas, ni fronteras, la apropiación de las herramientas de producción intelectual por parte de vastas mayoría de la población, están empañando el rol determinante de la universidad en el control y explotación del conocimiento colectivo. Ya se augura su desaparición física y el desacople entre su capacidad institucional de acreditación y su verdadera capacidad de enseñar o de dejar aprender. Lo que no se cuestiona es su capacidad de investigar. ¿Se trata nuevamente de vaticinios forzados? ¿Logrará reinventarse la universidad? ¿Sabrá reaproapiar la tecnología para mantener inmune su “core” milenial, o sucumbirá frente a la balcanización del saber y el poder frente a la emergencia de post- y des-organizaciones que suplirán su función y rol?

Como corresponde muchas más preguntas que respuestas en el caso de cada una de las instituciones que hay que hackear para cuestionar la hegemonía del libro. Pero ejercicios como estos, mucho más minuciosos, mucho más detallados y mucho más colectivos e instrumentales merecen realizarse a diario si pretendemos que los futuros no sean más de lo mismo, si queremos acompasar los deseos de cambio y de transformación de casi todos, menos de los dueños del status quo.

Referencias

Deotte, Jean-Louis La época de los aparatos. Buenos Aires Adriana Hidalgo, 2014.
Wolff, Michael Television Is the New Television: The Unexpected Triumph of Old Media In the Digital Age. Portfolio, 2015.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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ILCE-México, UBA-Buenos Aires
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Laura María Pineda
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